—No es posible, no es posible, no es posible... —repetía una y otra vez sin terminar de creérmelo del todo. Pero lo había sentido, lo habían hecho. Ya no había vuelta atrás. Hasta yo mismo había notado un pequeño cambio dentro de mí. La cuestión es: ¿por qué? ¿Qué les había obligado a hacer algo así? ¿Qué les había forzado a cambiar su esencia justo en ese momento?
—¿Seguro que estás bien? —La voz de Abigail me trajo de vuelta a la realidad. Casi había olvidado mi propósito aquí en la Tierra, y estaba tan cerca de conseguirlo....— ¿No quieres que llame a emergencias? Estás un poco pálido.
—No, no, de verdad que no hace f... —Pero antes de que pudiera terminar la frase, un estallido hizo que ambos nos volteáramos. Era una bombilla, había reventado. El sonido del cristal contra el suelo había hecho que toda la cafetería mirara hacia nosotros, pues la bombilla estaba justo encima de nuestras cabezas.
—¡Todo va bien! —exclamó ella para tranquilizar a los clientes—. Sólo es una bombilla.
La chica se aproximó a los trozos de cristal para recogerlos, mas sin haber dado más de dos pasos, otro estruendo hizo que se quedara helada. Era otra bombilla reventada, justo a mi lado. Una corriente helada entró por la ventana, mandando un escalofrío por mi columna. Tenía un mal presentimiento sobre esto. Y entonces los vi. A través de los ventanales los pude apreciar a la perfección: dos corceles, uno negro como las nubes de tormenta y el otro gris como el cielo de invierno, cabalgando al rededor del local. Me quedé helado, no podía ser.
—No —murmuré—. No, no, no...
—¿Qué pasa?
Estaba tan ensimismado que no me di cuenta de que Abigail había vuelto a mi lado. Pero eso ahora no era lo más importante. Lo más urgente era que ellos estaban aquí.
—No hagas ningún movimiento brusco —le susurré.
—¿Qué? —respondió Abigail, desconcertada—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Un movimiento brusco? Tú no eres quién para darme órdenes, ¡ni siquiera te conozco!
Esto último significó el principio del fin. La chica elevó los brazos en el aire en un gesto de exasperación que no fue pasado por alto por los caballos. Uno de ellos giró la cabeza de golpe hacia mí. Nuestros ojos conectaron, un gris eléctrico contra el verde de los míos. Fueron sólo un par de segundos, pero sentí un viento helado que me congeló por dentro. Justo cuando aparté la mirada, los dos corceles cargaron hacia la puerta de la cafetería a toda velocidad.
—¡Agáchate! —grité a tiempo que agarraba a Abigail del brazo y nos ocultaba a los dos tras la barra. Una niebla lo oscureció todo, haciendo la visión mucho más difícil; y la temperatura bajó de golpe. A partir de ahí no recuerdo muy bien qué pasó. Sólo sé que escuché gritos, estruendos, platos cayendo y mesas siendo levantadas por los aires. Un par de tazas cayeron sobre nosotros, una de ellas impactando contra mi cabeza. Sentí la nuca caliente y húmeda, pero no le di importancia hasta que noté también el líquido cayendo por mi frente. Estaba sangrando. Sentí golpes en las paredes, el sonido de de los cascos de los corceles retumbando contra el suelo. Después de unos minutos, el escándalo cesó de golpe. Abigail tenía la cabeza escondida entre sus piernas, mientras que yo me mantenía alerta. Me acerqué con sigilo a un extremo de la barra,tratando de no hacer ningún ruido. Intenté normalizar mi respiración, pero era inútil. ¿Quién diría que los humanos tenían tales reacciones corporales? Poco a poco asomé la cabeza hasta casi tener medio cuerpo fuera. Mis ojos no podían creer lo que veían: estaba todo destrozado. Había personas tiradas por el suelo, abrazándose a sí mismas; mesas dadas completamente la vuelta; las bombillas, todas reventadas. Pero lo más sorprendente fue no encontrar a los causantes del panorama. Ya no estaban. Se habían esfumado.
—¿Eros?
Su voz hizo que me diera la vuelta con rapidez. Quizás demasiada.
—¡Abigail! ¿Te encuentras bien? ¿Te has hecho da—?
Mas cuál fue mi sorpresa al encontrarme unos ojos negros mirándome fijamente. Apenas unos centímetros me separaban de él, estábamos tan cerca que podía notar las puntas de mis dedos congelándose.
—Bóreas.
El caballo bufó, disconforme.
—¿Te has traído también a tu hermano Notos?
Tan pronto como lo dije, el otro corcel, negro, apareció. Podía ver como su cuerpo no era del todo sólido, sino que se movía, como la niebla. A pesar de estar a dos o tres metros de él, podía sentir sus descargas de electricidad. No obstante, el caballo relinchó fuertemente, no parecía haberle gustado que pronunciara ese nombre. Y entonces lo comprendí. Una esencia diferente era la que me llegaba de ellos, los vientos no estaban en su forma griega. Ellos no habían cambiado.
—¿O debería decir Aquilón y Austro?
Aquilón bufó, aproximándose más a mí con una postura amenazadora. Noté mis labios tornándose azules por la proximidad a su pelaje gris, que cubría el suelo de escarcha a su paso. Sus ojos me observaban, atentos a cada movimiento.
Un gemido hizo que mi mirada viajara a la chica que, asustada, miraba a los corceles. Austro, notándola, se acercó a ella, aplastándola contra la pared. Vi el vello de sus brazos erizarse, escuché su corazón acelerarse y su cabello comenzó a elevarse por los aires. Si la tocaba más, le daría un paro cardíaco por electrocución. No lo dudé, usando todas mis fuerzas, empujé a Aquilón, estampándolo contra una de las ventanas. En un rápido movimiento me situé frente a Austro, apartando a Abigail de su camino y enfrentándolo.
—¡No sé qué hacéis aquí, pero debéis iros!
El animal no pareció entenderlo, y cargó contra mí. Yo cerré los ojos y coloqué las palmas de mis manos frente a mi rostro. ¿Así era como iba a morir? ¿En forma humana? Pero el impacto que significaría mi muerte nunca llegó. Abrí los ojos, el caballo estaba quieto frente a mí. Pero su atención ya no estaba sobre mí: el animal miraba algo a mis espaldas. Observé como la bestia agachaba la cabeza, como en una reverencia, antes de huir junto a su hermano. Me di la vuelta con rapidez sólo para encontrarme con un vacío. No había nada que pudiera haber causado esa reacción en el corcel, y si lo había ya no estaba.
—¡Buff, menudo vendaval!
Giré la cabeza lo más rápido que pude para mirar a Doña Margarita. La anciana no parecía haber sufrido ningún daño, y lo mismo con el resto de clientes.
—Sí, avisaron esta mañana en las noticias, pero no dijeron que fuera a ser tan fuerte —dijo otro cliente.
¿Habían avisado esa mañana en las noticias? ¿Un vendaval?
—Menos mal que no ha habido muchos daños materiales —habló una mujer.
¿Pocos daños materiales? ¡Pero si las mesas...! Y entonces me tomé unos segundos para observar mis alrededores. Todo estaba en su sitio, el único cambio eran un par de tazas hechas añicos en el suelo, pero por lo demás todo estaba en orden. ¿Sería que los mortales no eran capaz de ver lo eterno?
—¿Eros? —Abigail era la única que no parecía estar tranquila—. Así era tu nombre, ¿cierto?
Asentí lentamente, analizando su expresión. Sus ojos, abiertos como platos, estaban cristalizados por unas lágrimas inminentes que sólo se contenían por la mordida constante de su labio inferior. Parecía que en cualquier momento iba tener un crisis nerviosa.
—¿Qué ha sido eso? —dijo en un susurro.
Y entonces lo supe. Ella sí lo había visto todo. Comencé a sentir que me faltaba el aire, no podía respirar bien. La sensación de ahogo era tal que la habitación comenzó a dar vueltas. Lo último que vi antes de que todo se volviera negro fue a Abigail pidiendo ayuda.
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Cupido, no juegues con el amor
Ficção Adolescente¿Qué pasaría si dos personas, supuestamente destinadas a estar el uno con el otro, no terminasen de encajar? Este es un problema que Cupido presenciaba prácticamente todos los días. La mayoría de las veces era fácil de solucionar, un toque de su fle...