Capítulo 9. Trabajo en equipo

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9.

Forcejeamos pero de alguna u otra forma él se las arregla para sujetarme las manos por encima de la cabeza. Mantiene su distancia porque sabe que si se acerca más solo me bastaría levantar la rodilla para golpearlo en su punto débil, sin embargo; su cara está casi pegada a la mía.

—Suél...

—Shh. —Tapa mi boca con una de sus asquerosas manos y yo aprovecho para hacer un nuevo intento por soltarme. Lo logro y el forcejeo se reinicia.

Un fuerte alarido de dolor retumba en la habitación y observo victoriosa como es que Chris yace arrodillado en el suelo, con las manos en su parte recientemente afectada.

—Perra —suelta entre dientes y sonrío acercándome un poco, lo agarro bruscamente del cabello y me inclino hacia él.

—No vuelvas a tocarme, ¿entendiste, idiota? —advierto, conteniendo mi enojo e impotencia. Él niega con la cabeza.

—Me encanta que seas tan ruda, gatita —musita entrecortadamente, con una sonrisa lobuna al final y lo suelto asqueada.

—Cerdo —escupo y lo miro despectivamente, después doy media vuelta para abrir la puerta de madera y salir.

Una vez fuera puedo respirar con tranquilidad. Poco a poco el ritmo de mi corazón se ralentiza, ¿pero qué demonios pensaba hacerme?

La realidad de lo que acaba de pasar me golpea y sin poderlo evitar un estremecimiento recorre todo mi cuerpo. Él ha intentado hacerme daño de nuevo. Pero esta vez le he dado su merecido. Esta vez si pude defenderme a mí misma y no otra persona lo hizo por mí.

Por lo que veo nadie se ha dado cuenta de lo ocurrido, o simplemente lo deja pasar, como la bola de cobardes que son. Respiro profundamente y camino entre las mesas del comedor. Salgo disparada hacia el gimnasio apenas cruzo la puerta metálica. Buscándola.

La imagen no se quita de mi cabeza. La recuerdo con tanta claridad que punzadas de un sentimiento desconocido me torturan poco a poco. Estoy molesta, pero angustiada al mismo tiempo. Todo es tan extraño, estoy segura de que esto tiene que ver con las palabras de Chelsea en la biblioteca. O quizás estoy siendo muy paranoica.

Cruzo el patio a una gran velocidad y cuando llego a las puertas metálicas del gimnasio, entro sin ningún preámbulo. Un jadeo colectivo se escucha.

Todas las plásticas están sentadas en las graderías, y me quedo helada al reconocer ese cabello negro azabache al frente de todas ellas.

Dayanne.

—¿Qué se te ofrece, Gia? —cuestiona amable y se acerca lentamente.

Las demás se mantienen calladas y sin hacer ningún movimiento.

—¿Qué está pasando aquí? —Le respondo con otra pregunta.

Ella sonríe haciendo revolotear sus largas pestañas, que si lo preguntas, son naturales.

—Solo estamos conversando. ¿Verdad, chicas? —Voltea y todas asienten y estallan en murmullos.

Dayanne da un paso grande en mi dirección y toca mi hombro casi de forma amenazante.

Me aparto de inmediato.

—¿Esto es un complot o algo así? —No encuentro a Ginna, tampoco están las más cercanas a ella.

—¿Un complot? —Se ríe dulcemente y niega con la cabeza—. No, te equivocas. Solo estamos planeando las barras para el juego del viernes —explica simple y me tenso en mi lugar.

Until you're mine © |Logan LermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora