IV

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Era la tercera vez en la noche en que su vejiga le urgía para que se apresurara y se dirigiera al baño. Con esto, Nora decidió no servirse otra limonada u otro vaso de agua. Con un paso rápido, pero con un esforzado intento para disimular su urgencia, se encaminó a cualquier lado con el propósito de alejarse de la pista de baile al centro del living de la casa. No estaba muy segura de la ubicación del baño, entonces levantó unas dos veces la cabeza para tratar de visibilizar algún pasillo. Cuando lo hizo, sonrió para ella misma y entró a la primera puerta que vio, la cual afortunadamente para su vejiga, era el baño.

Alejandro no le había quitado la mirada en toda su travesía al baño. Qué ternura, pensó mientras su sonrisa iluminaba su cara.

—Hey, que no se te caiga la baba —le dijo Cristian por el costado.

—Capullo —le respondió entre dientes y prosiguió a acercarse lentamente en dirección a donde había ido Nora.

—¡Que no te rompan el corazón, tío! —gritó Cristian por detrás, riéndose. Alejandro volteó ligeramente y le mostró el dedo del medio. Cristian rió más fuerte.

Bueno, que ya no había vuelta atrás. Alejandro no dejaría que sus impulsos o su cobardía repentina lo detuviera esta vez de hacer las cosas bien. Pasó por la gente que bailaba como si no hubiese mañana y por un momento, divisó a Inés en una de las esquinas.

Hostia.

Que se le había ido eso con todo el rollo de Nora.

Comenzó a caminar hacia ella y se puso a su lado para que lo mirase.

—Hey.

—¿El gran Alejandro se ha acordado que andaba conmigo? —le respondió con recelo y sonriéndole de manera sarcástica, le pareció.

—¿Podemos hablar un momento? —le pidió, amablemente, y con un tono de voz suave.

—Vale, venga.

Caminaron en dirección a la terraza, la cual estaba vacía. Pasaron unos dos minutos en silencio, lo cuales le parecieron eternos a Alejandro. Inés no dejaba de mirarlo directamente con una ceja levantada, tratando de descifrar qué demonios pasaba en la cabeza del chico.

—¿Lo quieres dejar, cierto? —sentenció finalmente, sobresaltando a Alejandro.

—Inés, mira, no tiene nada que ver contigo —intentó Alejandro de explicar rápidamente para no herir a la susodicha.

—Ya. Pero sí tiene que ver porque por algo lo quieres dejar —Inés se acercó al borde de la terraza y apoyo sus brazos en la baranda. Alejandro la imitó con movimientos más lentos.

—Soy un gilipollas.

—Sí que lo eres —rió. Alejandro la miró, no sabiendo qué más decir sin querer estropearlo más. Ella tenía la mirada desviada hacia las calles y las luces de la ciudad que se alzaban a estas horas de la noche—. Ya lo presentía, ¿sabes?

—Ya, pero...

—Pero eso no quita que duela, al menos un poco —Inés volteó a verlo con una sonrisa triste.

—Lo siento. Estoy intentado hacer las cosas menos mal que antes.

—¿Y de dónde proviene esa extraña motivación de alguien como tú, Ale?

—Ya, ya sé. Soy un gilipollas y no lo dejaré hacer —dijo el chico desviando la mirada algo resignado.

—Eh, venga —le dijo Inés, intentando subirle el ánimo por lo despectivo que había sonado la pregunta—. Tus acciones hablan por ti. Sólo digo.

—Mira, Inés... estoy intentando, de verdad que sí, joder —tomó un suspiro y continuó—, porque no quiero seguir con estas movidas de mierda.

—Con esas movidas que dices... ¿te refieres a andar por cada culo que ves y dejando corazoncitos rotos a cada metro?

—Me refiero... —se quedó unos minutos pensando—. Bueno, que sí. Pero oye, escucha, Inés, eres una chica súper maja.

—Lo sé y no dejaré que un capullo como tú me arruine mi noche.

Ambos sonrieron.

—¿Te gusta insultarme, eh?

—Te aguantas... idiota.

—Va, va —respondió, alzando las manos en forma de rendición.

—A Eva se le ha escapado, ¿sabes? —dijo Inés con una ceja alzada y una sonrisa pícara.

—¿El qué? —preguntó genuinamente curioso.

—Que no le quitas los ojos a Nora.

Su respiración se cortó por unos segundos al oír el nombre de la chica.

—¿Soy tan... predecible?

—No, qué va. Es que sólo te falta pedirle matrimonio de rodillas —rió, provocando unos segundos después que Alejandro se le uniera.

—No quiero cagarla —enunció Alejandro apagando las risas y transformando el ambiente a uno más serio.

—No hay un manual para hacer las cosas perfectas cuando se trata de amor.

—¿Amor? —preguntó algo incrédulo por la repentina aparición de esa palabra en la conversación.

—Hostia, que me he adelantado.

—Unos kilómetros, sí.

Ambos volvieron a reír.

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⏰ Última actualización: Jul 18, 2019 ⏰

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nora + alejandro / su historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora