HOTEL

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La señora Fiennes se pasó la noche soñando con que la castigaban de cara a la pared, como en sus años mozos, antes de la cruenta guerra que la dejó huérfana de padre. El profesor de la ensoñación le dijo que diera gracias de que no le obligara a agarrar el par de enciclopedias que él ya sabía para que usaba -para buscar vocablos malsonantes así como puta o mierda y después carcajearse de que aparecieran en tan académicos y aparentemente pulcros volúmenes-. La pared a la que estaba encarada era rarísima. En vez de ser estéril, emitía un perfume desagradable a axila de camionero y además de eso, calor, como si hubiera una estufa de las caras dentro de ella. Esa peculiar sensación le hizo salir de los brazos de morfeo. Abrió los ojos y para su sorpresa, la repulsiva pared seguía ahí, a su lado, se trataba de la espalda de otra mujer, a la que no había visto nunca y no sabía por qué medios había entrado a su aposento. Tenía un aspecto zarrapastroso y parecía un balón de fútbol de principios de siglo, dotada de una deforme esfericidad,sucia, abollada y llena de cicatrices. Iba vestida con una bata a cuadros, unos tejanos anchos y un bigote que Bismarck envidiaría. Después de exclamar que como era posible que 1977 años después de cristo ocurrieran este tipo de fallos en un hotel de cinco estrellas, le arrojó agua glacial recién salida del grifo a la cabeza a la pordiosera, que se levantó, no le dijo ni una palabra y se puso a fumar por la luminosa ventana de la séptima planta. La inquilina original, harta de tantas chorradas se le acercó violentamente y le dijo que quería que se marchara de su maldita habitación. La muchacha, tras pegar una última calada y tirar el cigarrillo, le dijo, con total tranquilidad: "soy Joan Lawrence y me niego a abandonar mi cuarto. La que se debe ir es usted, que encima ha tenido la cara dura de invadir mi cama y dejar su flujo vaginal arrojado por la mesilla de noche izquierda." La señora Fiennes, atónita y al borde del ataque de nervios, llamó a los bedeles para que echaran a aquella esquizofrénica de su habitación. Cuando descolgó el teléfono, se puso a decirle de todo a la chica, que permanecía sentada en el WC limandose las uñas de los pies, ajena a la llamada y al discurso de la otra mujer. En unos siete minutos, el bedel llamó a la puerta del cuarto para hablar con la intrusa. "Escúcheme, quien es y qué hace en una habitación sin permiso". Ella le respondió que había de aprender a respetar a las señoritas y no debía entrar de golpe en el lavabo mientras una se estaba aseando. El bedel enrojeció, dijo "claro, claro" y se sentó junto a Fiennes, a la que la situación le estaba empezando a parecer demasiado y rompió a llorar. "Si mi marido todavía estuviera vivo...ya se habría hecho cargo de esa furcia...ahora ya no quedan hombres". El bedel se sintió herido por ese comentario y le dijo: mire, que le ayude matusalén, que por su lógica es el máximo exponente de la masculinidad y se fue dando un brusco portazo. La mujer, con las manos en la cabeza salió pitando del cuarto, dirigiéndose al despacho del director del hotel para exponerle los acontecimientos al completo. Bajó hacia el susodicho cuarto a velocidad histérica, sacando una cantidad ingente de sudor por su epidermis, hasta que una anciana con un bastón no la dejó avanzar por la angosta escalera, con su anchura y su velocidad de tortuga. El segundero y luego el minutero iban avanzando a ritmo constante, mientras ella permanecía casi inmóvil detrás de la vieja. Las agujas, que la iban pinchando, la hicieron precipitarse por el hueco de la escalera, total, era solo un piso, unos tres metros y debajo un canapé mullido. ¿que podía salir mal? Justo cuando estaba suspendida en el vacío, al director, distraído con el periódico del día, le dió por aposentar su trasero allí mismo. Fiennes, con sus 90 kilos le aplastó las rodillas, rompiendo a su paso el diario. El director, a pesar de sus setenta años mantenía el vigor y temperamento de su treintena intactos y la apartó de encima suyo de un sopapo y le dijo: "Hija de puta, que cojones haces saltando por las escaleras y encima de un respetable y educado caballero británico como soy yo... pedazo de escoria… encima en mi jodido hotel de mierda…" La mujer, disculpándose -y medio llorando- le decía que todo era culpa de una tal Joan Lawrence, que estaba loca y que se había metido a dormir en su cuarto sin permiso. El director, pensando que si había una chiflada en su hotel, debía ser esa sujeta, le dijo: mire, señora, yo con su actitud no me puedo creer lo que me está contando. No tengo ninguna prueba de esto y nuestro sistema de seguridad es implacable. ¿Acaso la ha visto alguien?. "Sí, el bedel… el bedel la vió, hace unos minutos"- Le respondió Fiennes. "Y si la vió ¿Porqué no la echó?", preguntó el director,  cada vez con más cara de incredulidad y cabreo. "Pues no sé… le debí ofender dudando de su hombría… huyó cual rata", respondió la mujer. El director le dijo: "bueno, aunque no me crea ni una palabra de lo que me dice, voy a llamar al bedel para que me lo aclare". Se dirigieron juntos hacia el teléfono más cercano y teclearon el número de su despacho. El bedel lo cogió y dijo que no conocía de nada a la tal Fiennes ni le sonaba el incidente de la intrusa. Añadió que lo conveniente sería llamar al manicomio más cercano para que internaran a semejante alienada. Cuando ya había colgado, el bedel, a pesar de estar solo dijo en voz alta: "eso le pasa por dudar de mi masculinidad". Acto seguido, volvió a abrir por el punto en el que se había quedado la revista "lecturas", con un ademán de dignidad imperial. Después de colgar, el director le pidió a Fiennes que se fuera de su hotel y que diera gracias de que no llamaba a los loqueros. La mujer subió a su cuarto, entre llantos, repitiendole al dueño, que no se fiaba ni un pelo, que acompañándola vería a esa desgraciada. Abrió la puerta y la habitación estaba vacía. Y no me refiero a que Joan no estuviera allí, me refiero a que se había llevado hasta la sombra del reloj. Lo único que había ahí dentro era un mensaje escrito con una caligrafía digna de un preescolar que decía así: Gracias por prestarle atención a mi cómplice de robo, la señora Fiennes, o como a ella le gusta que le llamen, la tragasables. No le contaremos nuestro método porqué no somos retrasados. La delatamos por qué nos hemos cansado de su moralismo barato del tres al cuarto y su ética del robo, cuando no es más que otra rata como nosotros. Atentamente, la gang de Aquiles. El director fulminó con la mirada a la supuesta criminal y llamó a la policía. Le dijo al bedel que la vigilara mientras él se iba a hacer gestiones urgentisimas al despacho. Federico -así se llamaba- apareció un poco más tarde de su llamada por la puerta. El director se fue diciendole: y sobretodo que no salga hasta que no lleguen las autoridades pertinentes. La mujer le suplicó llorando que la dejara salir, a lo que el bedel, todavía picado le respondió, que lo salven los testículos de su difunto marido. A Fiennes le dió un ataque de histeria y se abalanzó hacia la ventana, pero no se pudo arrojar porqué Federico la salvó a tiempo. Le dijo: -escúcheme, no se podrá escapar de mi tan fácilmente, yo de joven trabajé cuatro años recogiendo basura de la calle-. La señora, que ya no podía más sacó el revólver de su marido de su bolso con motivos florales. -O me deja salir...o...o...le disp…- No pudo terminar la frase y el bedel ya se había hecho con su arma y le dijo: "venga, no me toque más los huevos, zorra malfollada. En poco tiempo vendrán los gendarmes y le darán su merecido de una vez por todas." Fiennes se puso a llorar silenciosamente en un rincón. Federico se puso a jugar al solitario respirando tranquilo. Se sucedían las partidas y a cada una, la esencia del juego se iba perdiendo, dejando de ser un distraído juego para gente aburrida a un aburrido juego para gente distraída. Pero ¿acaso no era toda la vida así en general? ¿No es acaso la condición humana la del vil cuatrero?-reflexionó el bedel- ¿Es, más, no lo es la de todos los seres que campan por nuestro globo? La histeria del timbre le despertó de la metafísica ensoñación y procedió a abrir las compuertas del cuarto. Los gendarmes se presentaron enmuletados y envueltos en kilos de vendas. Federico se arrodilló al abrirles, diciendo: Ramsés, Tutankhamón, un simple mortal les saluda. El oficial, con la bilis subida, le pidió que cerrase el pico, que con todo lo que les había ocurrido el día de hoy ya tenían más que suficiente. 




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