20.

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Tener una fractura en el brazo no solo era doloroso, sino que también hacía que estuviera aburrido y que me volviera casi un inútil. Si a todo eso se le sumaban los constantes cuidados de mi madre y sus muchos mensajes a cada momento, me hacían sentir frustrado.

Excepto cuando estaba con él.

— Malditos cereales —gruñí con molestia intentando abrir el empaque que por alguna razón parecía haber sido sellado con la intención de no abrirse nunca— ¡abre!

Aburrido de estar intentando hacer una tarea tan simple y no poder gracias a mi fractura, lancé el empaque sobre la encimera de granito de la cocina y bufé con molestia. Tenía hambre, pero me rehusaba a seguir comiendo las recetas raras que mi madre hacía para “ayudar a que la fractura se sane más rápido”, pues a mi me parecían tonterías. No tenía falta de calcio, me rompi el brazo porque un auto me arrolló y eso era diferente.

Mientras discutía mentalmente conmigo mismo y con mi madre escuché que llamaron a la puerta principal de la casa, entonces guardé silencio para corroborar que estaba en lo cierto, así que cuando la puerta fue golpeada por segunda vez, decidí ir a abrir.

Arrastré mis pies con molestia desde la cocina hasta la puerta principal intentando plasmarme en la cabeza que la gente del correo solo hacía su trabajo, que no era intencional llegar a media mañana y justo cuando estaba de mal humor. Pero entonces abrí la puerta y casi podría jurar que una luz me iluminó el rostro al ver de quien se trataba.

— Hola... —susurró el delgado sin saber que más hacer o decir porque yo me quedé en silencio— yo... —agachó la cabeza con un sonrojo al sentir mi inamovible mirada sobre él— ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras tanto?

Tuvo la intención de darme un suave empujón pero se contuvo al recordar la cantidad de hematomas que tenía en mi cuerpo, entonces sonreí al verlo reprimirse de tocarme.

— Por nada... —susurré invitándolo a ingresar a la solitaria casa— no esperaba verte, al menos no a estas horas.

Él se encogió de hombros y me siguió hasta la mesa del comedor, para luego sentarse en alguna de las sillas acolchadas.

— En realidad... —sonrió con ternura y comenzó a sacar algo de su mochila con mucho cuidado— he traído algo, para que desayunemos... —informó analizando mi reacción y poniendo los recipientes lentamente en la mesa como si lo que estuviera haciendo fuera algo malo— pensé en que estar solo sería difícil, espero que no te moleste.

Yo sonreí. Él de verdad parecía preocupado por todo.

— Está más que bien lo de desayunar juntos... —afirmé con una sonrisa para regalarle tranquilidad— ¿Qué trajiste?

Él miró los recipientes con una espontánea emoción y comenzó a abrirlos uno por uno, dejándome ver el contenido de cada uno de ellos. No sólo había traído comida deliciosa, sino que también había traído mucha. Lo suficiente para hacerme sonreír incluso antes de comerla.

— De todo un poco —comentó orgulloso de su regalo—. ¿Quieres un sandwich para empezar? —yo asentí ante su petición, es más ni siquiera sabía por qué había preguntado. Antes de dármelo él se encargó de ponerle bastante mayonesa en el centro, tal como le había comentado que me gustaban y solo entonces fue cuando me lo ofreció— ahora si, está listo.

— Gracias... —susurré intentando agarrar el sandwich pero él no me dejó tomarlo, así que fruncí el ceño— ¿que pasa?

Entonces negó con una sonrisita que me hacía saber que él tenía sus propios planes para todo.

— Lo haré yo. —me ordenó incitandome a abrir la boca para recibir el alimento que me proporcionaba— come, come...

Di una pequeña mordida al sandwich sin poder dejar de sonreír al verlo tan empeñado en hacer esas cosas por mi. Pero entonces sentí como la mayonesa caía sobre mis comisuras.

— Oh. —susurré buscando una servilleta por la mesa, sin embargo antes de que pudiera buscar correctamente sentí sus labios limpiando la mayonesa con un beso tan suave que me hacía creer que lo de la mayonesa había sido a propósito.

Ante su cercanía, no pude evitar abrazarlo con mucho cuidado y dejar un par de besos con sabor a sandwich en sus labios.

— No hagas eso —sentencié con una sonrisa—. Que me dan ganas de comerte a besos.

Él se sonrojó violentamente y apartó su mirada de la mía, acelerandome el corazón de una manera inusual. Entonces tomó el sandwich y lo estampó contra mí boca a forma de broma dejándome unos buenos bigotes de mayonesa que fueron el detonante de una bonita carcajada que me obligó a sonreír.

Y allí, mientras lo miraba reír a
carcajadas entre mis brazos me
sentí asustado de lo mucho que
necesitaba de él para que irradiara
luz en mis días.

Mil Besos Sin Un PorquéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora