Carta XIX: EL SOL

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La sangre salpicaba en los girasoles como gotas de agua cayendo en un charco, no estaba nada orgullosa, había tardado demasiado en acabar con él, y estaba segura de que había sufrido, porque se me había resbalado  el cuchillo justo cuando iba a degollarlo, tenía marcas en la cara, heridas profundas, que todavía sangraban mientras le arrastraba, ambos rodeados de girasoles, altos girasoles, plantados con el sudor de nuestro difunto padre, que en estos momentos estaba siendo velado en nuestra casa, la que podía ver desde el campo  mientras arrastraba el cuerpo mutilado de mi hermano mayor, al que todavía no sabía muy bien cómo iba a enterrar. No sentía remordimiento alguno, ni siquiera me preocupaba ser descubierta, con el corazón tranquilo vagaba por el campo, buscando el lugar perfecto, sin buscar lo encontré, entre los girasoles, invisible para un transeúnte común, alguien que no esté buscando dónde enterrar a nadie, un hueco vacío entre las plantas, como si él también fuera un girasol, plantado en la tierra de la que comió durante toda su vida. 

Cuando acabé, mis manos estaban llenas de tierra y sangre, además la pala pesaba demasiado, tenía las manos llenas de astillas y cargarla para luego cavar, me había hecho sudar como un cerdo, mi vestido negro estaba estropeado, tenía un agujero, quizás él se había agarrado a mí, aferrándose a la vida.

Entonces escuché, un ruido que venía del camino, si salía, quien fuera descubriría lo que había pasado y tampoco tenía certeza de si al salir sería capaz de acabar con esa persona, menos aún si era un hombre, quizás alguno de mis tíos. Me agaché entre las flores, los densos tallos verdes me tapaban, ¿Quien era? ¿Nos estaba buscando? Hacía media hora que yo y mi hermano decidimos salir a dar un paseo, él quería hablar conmigo sobre algo, seguramente la herencia. La sombra, bajo el sol , un sol de Julio, justo a las 12 del mediodía,que brillaba en la arena dorada y se reflejaba en los girasoles amarillos y fuertes, podía escuchar mi corazón, la sombra no desaparecía, el tiempo no pasaba, sentada en el suelo al lado de mi hermano, recordé una de las conversaciones que tuve con mi padre,todos los domingos nos llevaba a mi hermano y a mí a pescar, vivíamos en el interior y tardábamos 2 horas en llegar al lago más cercano, un día mi padre me preguntó que qué opinaba sobre el matrimonio, lo siguiente que recuerdo es la marca de su mano en mi cara, y mi hermano observando, como si estuviera recibiendo una clase magistral de "como ser el padre perfecto".

La sombra no se iba, empezaba a incomodarme más de la cuenta, agarré la pala, dispuesta a matar a quien fuera, estar en cuclillas era muy incómodo y prefería enterrar otro cadáver antes que quemarme bajo el horrible sol.

Tenía que enfrentarme a la sombra. 

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