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Fedón, o de la inmortalidad del alma


Argumento

Fedón no es, como otros diálogos platónicos, un simple cambio de preguntas y respuestas sin más finalidad que poner en evidencia el error de una teoría o la verdad de un principio; es una complicada composición de otra clase, en la que a través de un drama principal se han propuesto, discutido y resuelto problemas complejos que interesan a la vez a la Psicología, la Moral y la Metafísica: obra sabia en la que se han fundido con un profundo propósito tres objetos muy diferentes: la narración, la discusión y el mito.

La narración es la pintura real y sensible del último día y de la muerte de Sócrates, hecha a Echecrates de Filonte por Fedón, testigo todavía emocionado de aquel fin tan sereno y tan noble, que refiere fielmente en un lenguaje impreso de la sencillez y grandeza antiguas. Es un cuadro de eterna belleza, sobre el cual es imposible posar la mirada sin sentirse poco a poco penetrado de la admiración entusiasta, y por momentos conmovida, que se respira en las palabras de su intérprete. En el momento en que Fedón nos abre la puerta de la prisión, se nos aparece Sócrates sentado familiarmente en el borde de su lecho en medio de sus discípulos, ansiosos desde muy temprano de recoger las últimas palabras del maestro venerado; su aspecto es sonriente y de tranquilidad, y ni una sombra de tristeza o de cansancio altera su rostro, tan sereno y tan animoso como el pensamiento que lo anima. Sin la emoción mal reprimida de sus amigos y las lágrimas que no pueden contener, y sin los lamentos de Xantipa, su consorte, nada hubiera delatado en Sócrates la proximidad de su muerte. Sin el menor esfuerzo conservaba su manera de ser y su lenguaje de siempre. Fedón se enternece y nos emociona refiriéndonos sus recuerdos personales; se complace al acordarse de que su maestro, a cuyos pies acostumbraba a sentarse en un taburete, jugó aquel día con sus cabellos durante la conversación, embromándole cariñosamente porque el luto le obligaría al día siguiente a cortarse tan bello adorno. Resuelto Sócrates a dar a sus amigos el ejemplo de la filosofía, mandó que se retiraran su mujer y sus hijos, impuso reserva al dolor de sus amigos y no tardó en provocar a una discusión a Simmias y a Cebes, discusión que se prolongaría hasta la puesta del sol, el instante señalado por la ley para beber la cicuta. Será, como él mismo dijo, el canto del cisne, no un canto de tristeza, sino de sublime esperanza en una vida inmortal y bienaventurada.

¿No debe desear la muerte el filósofo? ¿Tiene o no derecho a adelantarse a una muerte a su parecer demasiado lenta y a atentar contra su existencia? Éstas son las primeras preguntas que por sí misma hace nacer la situación. La convicción de Sócrates es que la esperanza de encontrar en una vida mejor que la nuestra dioses justicieros, buenos y amigos de los hombres, basta para incitar al sabio a sonreír ante la muerte. Pero ningún hombre debe adelantar el término natural de la vida, y el sabio menos que los demás, porque si existe una razón justa para no temer la muerte, hay dos para esperarla, empezando por el ánimo esforzado de que debe dar pruebas, soportando con paciencia los males de esta vida, en la que se cree guardando un puesto cuyo abandono representaría una cobardía; después por pensar que su persona y su destino pertenecen a los dioses, sus creadores y dueños, y que no perteneciéndose carece del derecho de disponer de sí mismo. Estas razones son las más poderosas que jamás se hayan invocado contra el suicidio, y no es poco honor para Platón el que en un problema tan importante y tan delicado su espiritualismo pagano nada tenga que envidiar a la moral cristiana y al espiritualismo moderno. ¡Y con qué fuerza pone de relieve la idea tan diferente que de la vida y la muerte se forman el filósofo y el hombre vulgar! Éste se aferra a la vida porque sólo le preocupan su cuerpo y los goces sensuales, no pensando siquiera en que tiene un alma. La muerte le aterra también porque al destruir su cuerpo le priva de cuanto le es caro. Pero ¿dónde están el valor de la vida y el horror a la muerte en quien no concede a su cuerpo la menor importancia? Tal es el filósofo que encuentra la felicidad en el pensamiento único que aspira a bienes invisibles como él mismo, inasequibles aquí abajo, y que gozoso ve llegar al muerte como el fin de período de prueba que le separa de estos bienes, a los que toda la vida dedicó sus meditaciones. Su vida, en realidad, no es más que una mediación de la muerte. Preguntad a Platón cuáles son esos bienes invisibles, y os dirá: «No hablo solamente de lo justo, de lo bueno y de lo bello, sino también de lo grande, de la salud, de la fuerza, en una palabra, de la esencia de todas las cosas, es decir, de lo que son ellas por sí mismas». Éste es el primer rasgo de la teoría de ideas cuyo objetivo va a acusarse muy pronto.

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2019 ⏰

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