II.

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"Todas las personas grandes fueron primero niños (pero pocas se acuerdan)." -El principito.
(Comienzo de primaria)

***

Draco siempre había amado las tormentas eléctricas. Los rayos eran algo que hipnotizaban sus curiosos ojitos incluso desde bebé.

A veces, tenía la sensación de que las tormentas intentaban desgarrar el cielo, para liberar dragones colosales que surcarían las nubes para reclamar lo que era suyo por ley de antigüedad.

Los dragones también eran objetos de su fascinación. Por eso también amaba su nombre. Y también a su madre, por habérselo puesto.

–Mami, ¿Tú crees en los dragones?

La mujer, sentada en el sillón verde escarlata, con una copa de vino en su diestra, levantó la mirada de su libro para mirar a su hijo.

–Pues claro cariño –le respondió mirándole con ternura, y luego río bajito– si tengo al dragón más fuerte y guapo de todos enfrente mío.

Draco se apartó del ventanal para mirar a su madre con la proximidad de un enojo caprichoso en su rostro.

–¡Estoy hablando en serio!

Entonces su madre adoptó una expresión seria y pensativa.

–Pues no lo sé, Draco, hay muchas personas que dicen haberlos visto, incluso viejos diarios de marineros hablan de ellos –dejo su libro de lado y le indicó a su hijo que se acercara. Cuando lo hizo, lo subió a su regazo– el mundo es inmenso cariño, hay muchas cosas que no entendemos o que no hemos descubierto, quizá los dragones son uno de esos secretos que esconde el planeta.

–¡Yo voy a encontrarlos! ¡Y también voy a aprender a controlar rayos!

Consumido por el entusiasmo, el niño comenzó a contarle todos los datos que sabía sobre las tormentas eléctricas, mientras su madre escuchaba interesada.

–... Y los rayos pueden ser incluso más calientes que el sol, pero aún así hay personas que salen vivas de que les pegue uno, pero les quedan cicatrices negras que en realidad son sus venas ¡Pero son geniales! Yo quiero una, pero no quiero que me pegue un rayo, además de que dicen que no te puede pegar uno ¡Incluso existen rayos fosa... Fosivilisados

–Fosilizados –le corrigió su madre.

–Fo-si-li-za-dos –repitió despacio el niño.

Luego de que preguntó qué significaba, su madre lo mando a dormir, diciendo que debía descansar bien para a la mañana poder irse bien despierto al colegio.

Draco se quejó, afirmando que no estaba cansado, y que de todas formas no quería ir al colegio. El semblante de su madre se contrajo de repente en preocupación.

–Draco, si no te vas a dormir ahora, papá se va a enojar cuando llegue.

Solo así, Draco asintió con firmeza. Con su aspecto más suavizado de alivio y calma, Narcissa le regaló un pequeña sonrisa, y lo acompañó hasta su dormitorio. Allí lo arropó entre las cobijas de su camastro.

Narcissa le acarició los lacios mechones rubios de su cabello, luego tomo su mano unos segundos, y le dejó un frío beso en su frente.

–¿Cuando va a volver Papi, ma? –pregunto Draco, con ojos grises de esperanza.

Narcissa no tuvo el coraje de ser la que rompiera sus esperanzas.

–Seguro mañana, Draco.

Lo último que escuchó antes de caer dormido fue un «dulces sueños»

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