El Olfateador

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Francisco Angulo

El olfateador

LápizCero ediciones 

© Francisco Angulo, 2011

© El olfateador, 2011

Editor: Xavier de Tusalle

© LápizCero ediciones, 2011

www.lapizceroediciones.es

669 900 284

Auspicia CiÑe

(Círculo independiente Ñ de escritores)

www.circuloindependiente.net

ISBN: 9788492830411

Depósito legal:

Imprime: Publicaciones Digitales S.A.

Libro de estilo de LápizCero aplicado en el diseño gramatical y ortotipográfico.

Todos los derechos reservados

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Introducción

Harry trabaja como policía en la pequeña localidad de Fordwood, un lugar en el cual todos se conocen y nunca sucede nada. Un lugar tranquilo donde las personas envejecen lentamente. Harry vive atormentado por el recuerdo del asesinato de la pequeña Lisa. Era su primer y único caso de homicidio y llevaba trabajando más de veinte años en él sin obtener resultados. Con los años, la humedad parecía haber calado hasta en sus huesos, descalcificándolos, retorciéndolos y desgastándolos. Se había convertido en un saco de achaques. La envidia y la rabia se extendieron rápidamente por toda la población, quizás les llegase de golpe y, como una gripe, les pillase por sorpresa, pero tal vez fue incubada durante años pasando de generación en generación, creciendo poco a poco hasta reventar. Pequeñas discusiones por el ganado, riñas sobre los trazados de las lindes que delimitaban las fincas, chismorreos y miradas desafiantes, fueron la cerilla que prendió el polvorín. El tranquilo pueblo rodeado por montañas donde cualquier visitante elegiría para vivir tras la jubilación, se convirtió de la noche a la mañana en un sitio infernal, donde nadie era de fiar.

Mi memoria me falla cada vez más; hace años que dejé el alcohol, pero aún sigo levantándome con resaca cada mañana. Posiblemente me quedé dormido en el sofá nada más llegar del trabajo; no hay por qué alarmarse...

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Hoy tengo cita con el doctor; espero que todas las pruebas sean favorables pues no puedo permitirme estar de baja; además, con mi edad, seguramente me diesen la jubilación anticipada. Ni siquiera puedo pensar en ello; toda mi vida la he dedicado a mi trabajo y no sabría qué hacer sin él.

Aunque soy inspector de homicidios, mi trabajo en la comisaría no suele ser demasiado glorioso: por lo general rellenar algunos papeles, sobre todo atender denuncias y quejas de problemas territoriales entre vecinos y, de vez en cuando, investigar la muerte de alguna res. Aunque mi memoria, con los años, se ha ido debilitando, aún recuerdo con claridad el suceso del verano del 88: el asesinato de la pequeña Lisa. El suceso conmovió a toda la ciudad e incluso se retransmitió por la televisión nacional. Todavía sigo recopilando información sobre el caso en mis ratos libres, con la esperanza de atrapar al culpable algún día.

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Llevo varios días prácticamente sin pegar ojo. Anoche me fui temprano a la cama y a las diez ya estaba acostado. Como no tenía nada interesante que leer, pasé un rato mirando hacia el techo, pensando en el dichoso reconocimiento médico. La espalda me estaba torturando y no podía estarme quieto más de unos minutos; así que, aunque intentaba dormir, me era del todo imposible. El sonido del segundero que avanzaba en el reloj retumbaba en el cuarto. De vez en cuando miraba el antiguo despertador de plástico anaranjado, contemplando cómo las horas iban pasando y yo continuaba sin poder dormir. No era cosa de nervios, aunque estaba bastante preocupado por lo que me dijese el doctor; en realidad se trataba de una cuestión física. En este maldito pueblo los inviernos son muy húmedos, por lo que, con el paso de los años, mis huesos estaban destrozados. Sufría grandes dolores de cervicales y las articulaciones se me inflamaban. Tomaba una gran cantidad de medicamentos, pero el reúma parecía ir ganando la batalla. Pasé una de mis peores noches, sentía como si me diesen patadas por todo el cuerpo; prácticamente solo conseguí conciliar el sueño algunos minutos de forma salteada. Cuando por fin me quedé rendido a causa del cansancio, el maldito despertador comenzó a sonar.

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