La puerta del establecimiento se abrió y el hombre del traje a medida entró con el crononauta a cuestas. Woklan había dejado de sufrir espasmos, pero aún se hallaba aturdido. Aunque era consciente de lo que lo rodeaba, no dejaba de preguntarse qué estaba sucediendo.
—Artista —dijo el enmascarado para llamar la atención del dueño del negocio.
Este lo ignoró y siguió lanzando el cuchillo de carnicero contra la madera, amputando miembros con un solo golpe.
El hombre del traje a medida sentó a Woklan en una silla y dijo:
—Voy a hablar con ese tipo, ahora vuelvo.
El crononauta lo cogió de la manga y preguntó:
—¿Por qué me has sacado de mi casa?
—Veo que aún no has recuperado la memoria. No te preocupes, pronto recordarás todo.
El enmascarado intentó alejarse, pero el teniente lo agarró con fuerza del brazo.
—¡¿Qué has hecho con mi familia?! ¡¿Qué demonios quieres de mí?! —con las venas del cuello y la garganta hinchada, escupió gran cantidad de saliva al pronunciar las preguntas.
Las facciones del hombre del traje a medida se tensaron.
—Idiota... —Le dio un guantazo tan fuerte que, por un segundo, al escuchar el golpe, el carnicero dejó de seccionar miembros—. Estamos aquí por tu culpa. —Lo señaló con el dedo índice—. Estoy intentando que escapemos de los meminims y tú no haces más que llorar. ¡Maldita sea, haz algo útil! ¡Recuerda! Y si no eres capaz de hacerlo, mantente callado y deja que yo haga el trabajo.
Woklan, víctima de la confusión, como si fuera un niño que recibe por primera vez una bofetada, uno que no llora por ello, se puso la mano en la cara y no dijo nada. Tan solo contempló con pavor la máscara de su reflejo deformado.
—Mejor —dijo el hombre del traje antes de darse la vuelta, crujirse los nudillos y caminar hacia el mostrador.
El teniente, atemorizado, sin ser del todo consciente de quién era y por qué estaba ahí, observó cómo la representación de una parte de sí mismo empezaba a hablar con el dueño del negocio. Aun dominado por la incomprensión y la impotencia, dentro de la oscuridad que aprisionaba su mente se generó una pequeña chispa de luz que, avivada por el instinto, lo obligó a centrarse en la conversación.
—Interesante... —comentó el hombre del traje mientras contemplaba cómo una cinta transportaba a personas atadas—. Sin duda esto es un buen trabajo —añadió, viendo cómo el carnicero, cuando llegaban a su altura, les seccionaba una extremidad—. Es maravilloso. —Sonrió y aplaudió.
Los gritos de los condenados sonaban con fuerza en la habitación y se juntaban con los silbidos de quién mecánicamente se dedicaba a lanzar el cuchillo contra la madera.
—Lo es —contestó el dueño del negocio—. Es el trabajo perfecto. —Clavó la hoja, miró a los ojos del enmascarado y preguntó—: ¿Quién eres y qué quieres? —Apretó un botón y la cinta se paró—. Habla rápido, no puedo perder el tiempo, tengo mucho trabajo acumulado.
El hombre del traje a medida se apoyó sobre una de las víctimas, presionó con fuerza el estómago del desgraciado y acercó su cara a la del carnicero.
—He oído hablar mucho de ti. Se cuentan leyendas sobre tus obras y también se dice que ahora eres un segundón. —El dueño del establecimiento gruñó—. No era mi intención ofenderte, es solo que ya sabes, la gente suele tener envidia y hablar mucho.
—No has respondido a mi pregunta —dijo, cogiendo el mango del cuchillo—. ¿Quién eres?
—¿Quién soy? —Ladeó la cabeza y se quedó unos segundos pensativo—. Soy algo complicado de definir. —Al ver cómo el carnicero apretaba con más fuerza su herramienta de mutilar, sonrió y añadió—: Soy la manifestación de los pecados del hombre. Y en la encarnación que ves, soy los de ese hombre. —Señaló a un Woklan que se mantenía expectante—. Soy la peor parte de su alma.
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Entropía: El Reino de Dhagmarkal
Science FictionWoklan despierta sobre un charco de sangre dentro de una nave de La Corporación: la entidad encargada de explorar las líneas temporales. No recuerda nada, no sabe cuál ha sido el destino de sus compañeros y tampoco es consciente de que ha caído en l...