Capítulo XXXVIII

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–Escucha – la interrumpió abruptamente. Jaime suspiró profundo antes de proseguir. – Aquel día que me dijiste lo del bebé, no supe cómo reaccionar... - se pasó la mano varias veces por el cabello, ordenando las ideas - Caray, no sé aún cómo reaccionar. Prometiste estar conmigo en los momentos más duros, y cuando realmente te necesité, no estabas. Esperé semanas por una respuesta o algo de tu parte, pero no llegó. Cuando realmente entendí que no estabas y que no podía depender de ti para levantarme... Apareces delante mío, toda segura y diciéndome que estas embarazada.

Laura se sorprendió tanto de las palabras y de la pena que se reflejaba en la voz de Jaime, que solo logró taparse la boca con ambas manos para no dejar salir un sonoro sollozo. Las lágrimas, en cambio, se deslizaron rápidamente por sus mejillas.

–Perdóname – susurró quedamente después de un largo silencio– Perdóname por no estar para ti en el momento en que lo necesitaste... –se quedo en silencio por eternos segundos – Por no poder cumplir con tu expectativa...

Jaime enterró su cabeza entre sus manos, convenciéndose de que no la necesitaba.

–Perdóname... Por haber puesto a mi bebé en primer lugar... – Laura limpió de un manotazo sus lágrimas que seguían cayendo por sus mejillas – Por pensar que tenía una oportunidad para remediar lo que no hice durante el primer embarazo.

Rió sarcásticamente y se levantó nerviosa. Las recriminaciones de Jaime le habían dolido en lo más profundo. Y sabía que las palabras de él, también provenían de un dolor quizás aun más grande.

Ninguno emitió ruido mientras Laura se paseaba frente a él. Pasaron varios minutos sin mirarse, pero Laura aún tenía cosas que decir.

–Me pasé varios días llorando... – se paró frente a la ventana, contemplando el jardín de Heidi. Verlo tan bien cuidado, la hizo sentir la presencia tranquilizadora de la rubia. Y, por dios, que en esos momentos la necesitaba. – Lloraba por Heidi. Por no haberme podido despedir de ella... Pero también lloraba por ti. Porque sabía que estabas gastando las últimas gotas de energía que te quedaban para poder enfrentar todo. Lloraba porque moría por abrazar a Jaime y Elena... Porque sabía que todo aquel que los viera, sentiría compasión por ellos pero serían incapaces de darles un abrazo que los tranquilizara y les dijera que a pesar de toda la pena, su mamita estaba feliz.

La muchacha se volvió hacia Jaime, abrazando su cintura.

–Lloraba porque un trámite burocrático me separaba de ustedes... Cuando dejé de llorar... Me sentí débil, sin ganas de comer ni de levantarme de la cama. No fue hasta que vi al médico y me dijo que estaba embarazada, que comencé a buscar energía de donde pudiera... Por volver contigo y los niños y poder abrazarte y besarte... Y decirte que aquí estoy... Aunque sea para abrazarte, aquí estoy.

Jaime se levantó lentamente del sofá y se acercó a ella, hasta envolverla en un abrazo apretado. Laura rodeó su cintura con sus brazos y ambos lloraron por todo lo que se habían dicho. Mientras los segundos avanzaban, Jaime sollozaba más y más fuerte. Y Laura comenzó a llorar por él. En un momento dado, él cayó de rodillas ante ella, llorando desconsoladamente y Laura se arrodilló junto a él, rodeándole el cuerpo y dedicándole palabras de consuelo. Lo meció lentamente, por mucho rato, hasta que poco a poco ambos calmaron sus sollozos.


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–¿Papá, hoy podemos hacer una pijamada? – preguntó Elena, ansiosa.

Estaban los cuatro sentados a la mesa de un restaurante de comida italiana, disfrutando de una pizza familiar, mientras los niños hablaban de su día en la escuela. Después del desahogo que habían tenido en casa, Jaime decidió que era bueno para todos salir a cenar fuera.

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