Capítulo dieciséis

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Recuerdo de Máx~

-¿Carolain?

Fuera la lluvia caía con fuerza, el olor a lluvia se filtró por la puerta abierta de la enorme mansión.

Las ventanas arrojaban la oscuridad dentro de las enormes y frías estancias de oro y granito.

Las antigüedades le dieron la bienvenida mientras avanzaba entrando en la casa, sacándose su abrigo y dejando su mochila sobre el carisimo sofá persa.

-¿Mamá? -Murmuró alzando más su voz, el joven Maximiliano -.¡Mamá ya he vuelto!

Aquella casa era tan grande que a Máx no le extrañaba que su familia no lo hubiese escuchado entrar.

Suspiró sacándose su bufanda mientras se miraba en el espejo de la entrada, sus ojos cálidos y su perfil un tanto varonil pero con un cierto rastro aniñado aún en sus rasgos juveniles y suaves, su barbilla aún redondeada y una pequeña barba rebelde, demasiado débil para ser considerada masculina.

Caminó por la casa, rumbo a la cocina, desatando su cabello dejando la caída libre de sus rizos que llegaba por sus hombros. Su padre decía que parecía un Mozart frustrado y que debía recortar su cabello si quería que lo tomasen en serio. Él siempre se negaba diciendo que su cabello largo era sinónimo de masculinidad en muchas culturas.

Su padre siempre había odiado su vena sociológica.

Tomó una galleta, del cuenco dónde su madre dejaba las galletas del té, recién horneadas, notando que esta no estaba recién hecha.

Mamá siempre hacía galletas por la mañana, apenas se levantaba, era relajante para ella supuestamente.

Frunció el ceño extrañado.

¿Sus coches seguían estando fuera? ¿Se habrían ido en alguno de los coches del garaje? A menudo su padre iba en moto al trabajo.

Eso no importaba.

Hoy le diría a sus padres que había aprobado el exámenen para entrar a la carrera de Abogacía, él quería ser grande, quería dedicarse a ayudar a los más desfavorecidos con la ley.

Quería hacer el bien.

Quería ayudar a la gente que la ley no amparaba.

Sonrió ampliamente tragando lo que quedaba de galleta y limpió sus manos sobre su pantalón vaquero sacando su teléfono, mandándo un rápido mensaje a London para verse en 2 horas en el centro de la ciudad, debían celebrar por todo lo alto.

-Mamá... Ya estoy en casa, ¿estás arriba? -Volvió a repetir caminando sobre sus pasos hacia la entrada.

Sus vans llenas de barro pisando sobre la alfombra que cubría las escaleras que daban al segundo piso. La araña que colgaba del techo, se mecía suavemente con la brisa que entraba de uno de los cristales rotos
que Max no había visto del salón.

Quizás si él lo hubiese visto... La casa estaba en absoluto silencio a medida que subía a la segunda planta.

¿Habrían salido? ¿Entonces por qué no habían puesto la alarma?

Su teléfono vibró en su mano con la respuesta afirmativa de London.

Entró en su habitación y se tiró en la cama, gimiendo de placer, sintiendo los músculos de su espalda en tensión, comenzar a ceder luego de saber que tenía su lugar asegurado en la prestigiosa univerisdad.

Su padre iba a enloquecer.

Sonrió mostrando sus hoyuelos de niño, mirando al techo cerrando sus ojos.

Grizzly (Parte I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora