-Lluvia-

Los huérfanos de la lluvia

Era una fría y oscura tarde. Un gran aguacero caía desde el cielo, recordando que se trataba del país de la lluvia, lugar donde nunca cesaba el diluvio. Aquel lugar se encontraba completamente en ruinas, otra aldea más que había sido víctima de la terrible guerra shinobi.

Un joven de cabello naranja caminaba por aquel lugar, buscando un refugio para evitar la helada lluvia. Estaba muy hambriento, pues hace días que no probaba ni una migaja de pan. Ser huérfano en tiempos de guerra era algo deprimente, debido a que un reducido número de niños lograba sobrevivir. Yahiko estaba decidido a no morir, por eso hacia su mayor esfuerzo por buscar un lugar cálido donde descansar, pensaba que su situación era muy injusta, pero creía que podría cambiar al mundo.

-Esos estúpidos adultos, su egoísmo destruye aldeas y vidas –se quejó el pelinaranja.

Continuo con su recorrido por las vacías y destruidas calles, cuando de repente escucho algo, se trataba de un llanto que provenía del interior de una casa que se encontraba deplorable. Decidió ir a ver de qué se trataba, pues se preocupó al escuchar semejante sollozo.

En el interior de aquella morada, se encontraba una niña de cabello azul, mientras lloraba sentada en una esquina. Yahiko se acercó lentamente, no quería sorprender a aquella chica y mucho menos en su estado.

- ¿Estas bien? –pregunto.

La niña lo miro y se sobresaltó un poco, no era algo esperado. Limpio sus lágrimas y lo miro, era el rostro puro de un chico que vivía en la miseria, pues tenía moretones y estaba algo sucio. No dijo ni una sola palabra y continuo con su llanto. Yahiko decidió sentarse junto a ella.

-Oye, tranquila. ¿Dónde están tus padres? O ¿tu familia? –siguió insistiendo el chico.

Por un momento, la chica dejo de llorar y lo miro de nuevo, pero para sorpresa de él, esta vez si respondió su pregunta.

-Mis padres están muertos... -estaba devastada en su interior, aún tenía ese amargo recuerdo de cuando presencio sus muertes.

-Ya veo, mis padres también están muertos –empuño su mano, con un gesto de ira.

El sonido de la lluvia se hacía cada vez más fuerte, pero era normal, solo causaba que ambos se deprimieran más.

-Estoy harto! –Yahiko se levantó –Esos malditos adultos y sus guerras, no hacen más que arruinar la vida de los demás, son demasiado egoístas, por eso, yo voy a cambiar el mundo, hare un lugar lleno de paz, donde los niños no tengamos que pasar estas angustias.

Semejante discurso llamo la atención de la peliazul, quien siguió mirándolo. Era como si ese extraño forastero hubiese encendido algo en su interior, lo cual le traía paz.

-¿Cómo lograras eso? –pregunto la chiquilla con rostro de seriedad.

-Me convertiré en el más fuerte y ayudare a los demás, ese es mi camino. –dijo el chico muy decidido.

Ella lo miraba sorprendida, cada palabra causaba esperanza en su interior, estaba convencida que ese chiquillo hablador era alguien diferente, sentía mucha empatía hacia él.

- ¿Cuál es tu nombre? –pregunto con curiosidad aquel huérfano de la lluvia.

-Konan –respondió la niña.

-Mi nombre es Yahiko, el hombre que terminará con esta guerra y que hará este mundo un lugar lleno de paz y amor.

-Yahiko... -dijo sorprendida la joven de Amegakure.

Saco un pedazo de papel y con precisión realizo una flor de origami, la cual se la entregó al chico, mientras tenía una sonrisa en el rostro.

-¿Qué es esto? –pregunto Yahiko.

-Es una flor de origami, mi madre me enseñó a hacerlas antes de morir, me dijo que es un símbolo de esperanza y amor.

Yahiko se quedó sin palabras, pero aprecio el detalle de la chica. En ese preciso momento, un kunai se impactó en la pared, justo al lado de ambos.

-Tenemos que irnos, este lugar será un campo de batalla en poco tiempo, vamos –le alzo la mano a Konan, quien se encontraba sentada en el suelo.

Ella tomo su mano, pero al hacerlo sintió algo extraño, una conexión brotaba de su interior. Ambos niños salieron rápidamente del lugar y continuaron con su recorrido, tenían que buscar comida y refugio.

Siguieron viajando juntos, debido a que su compañía les ayudaba a sobrevivir, además de que una gran amistad surgió entre ellos.