—¿Por qué a esa persona? —preguntó Lapis, que se encontraba recargada en el asiento trasero del auto.
—Nos debe algo —dijo Garnet, quien iba en el asiento del copiloto.
—Es momento de que pague —habló Bismuto, ella iba conduciendo.
—¿Y por qué nosotras?
—Porque Perla y Amatista se encargarán de otro asunto, además tú y Peridot son muy buenas, yo diría que hasta mejor que ellas —respondió la de rastas.
«Y no estoy orgullosa de ello»
Lapis Lazuli se cruzó de brazos y se mantuvo en silencio hasta que llegaron al lugar. Un terreno con una bodega, según Garnet ahí se encontraba una pandilla cuyo líder tenía problemas con las CG. No sabía bien, ella trataba de mantenerse al margen, después de todo odiaba haberse involucrado.
Solo acataba órdenes.
Todas bajaron del auto y caminaron por el terreno, no había nadie cuidando el lugar. Rodearon la bodega hasta encontrar un área abierta, no harían ruido si pasaban por ahí. Garnet y Peridot subieron por unas escaleras, la chica afro dijo que en el segundo nivel encontrarían a quien buscaban.
Lapis se quedó en un rincón esperando, estaba armada. Bismuto estaba cerca de las escaleras, ambas vigilaban y esperaban atentas por si algo ocurría.
Lazuli escuchaba pisadas y murmullos provenientes del segundo piso, pero nada que la hiciera preocuparse. Realmente se preguntaba a quién estaban viendo y qué era lo que obtendrían de esa persona.
«No sería muy conveniente tener efectivo aquí, ¿verdad?»
Dio un salto del susto cuando escuchó varios disparos, ella se movió de inmediato pero Bismuto le hizo señas para que se detuviera, incluso negó con la cabeza.
—Qué rayos —murmuró—«no sabemos quién disparó»
—¡Rápido! —esa fue la voz de Garnet.
Escuchó que bajaban corriendo las escaleras y fue entonces que vio a la morena y a la rubia, la ojiverde llevaba un bolso y Garnet sostenía un arma.
—¡Vámonos!
Bismuto corrió y enseguida fue la afro, Lapis esperó a Peridot y se incorporó a ella.
—¿Qué pasó? —le preguntó a la rubia mientras corrían.
—Parte de la deuda —saltó una piedra—, era que pagara con su vida.
—¿Mataron al líder?
—Sí.
Ya casi llegaban al auto.
—¿Y los demás?
—Heridos, muertos, no sé, ¡no quise ver!
Ambas gritaron cuando se escucharon disparos.
«Están vivos»