Capítulo nueve: Malteada de fresa.

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Entraron al restaurante que Joaquín y Ana habían escogido, el lugar era bonito, su estética era retro, música de la época salía de los estéreos y el ambiente era relajado, había poca gente, tal vez solo cinco mesas estaban ocupadas, los cuatro se sentaron y al instante una camarera de pelo cobrizo y ojos negros llegó en patines con el menú para entregarlo y después retirarse amablemente.

—Este lugar está cool, nunca había venido—halagó Emilio viendo con detalle el sitio.

—A mí me encanta, las malteadas son lo máximo—comentó Joaquín.

—¿Cuál nos recomiendas?—preguntó Ana.

—La de fresa siempre fue mi favorita, pero, supongo que depende de ustedes.

Los demás asintieron estando de acuerdo y tardaron unos minutos más en decidir lo que querían. Emilio alzó el brazo y la camarera regresó.

—¿Les tomo su orden?—preguntó, en su mano tenía una pequeña libreta color azul pastel y un lapicero morado.

—Si por favor, yo quiero una hamburguesa especial con queso, malteada de fresa y unas papas medianas—Joaquín pidió de memoria.

—Una hamburguesa simple e igual una malteada de fresa—dijo la chica.

—Queremos el combo número tres—ordenaron al mismo tiempo Diego y Emilio.

—Listo, en un momento se los traigo.

La chica se fue y los dejó en un silencio cómodo, los cuatro estaban metidos en sus pensamientos, viendo las decoraciones del local.

—¿Y porque te cambiaron de escuela?—preguntó Diego después de un rato.

Joaquín se puso tenso, pero rápidamente pensó en algo que decir, mientras trataba de relajarse.

—Tenía una distracción para mis clases y mis padres decidieron que era mejor cambiarme para no afectar mi promedio académico.

—¿Qué distracción?

—¡Diego!—exclamó Ana al notar la pregunta inapropiada.

Joaquín sonrío incomodo.

—Mejor cuéntanos, ¿dónde aprendiste a jugar?, la verdad lo hiciste increíble hace rato—cambió de tema Emilio.

—Pues solo he ido una vez, la cual también gané, creo que la clave es observar bien a tu alrededor y no gastarte las balas a lo tonto—agregó viendo hacia el techo.

—¿Lo dices por algo?

—Sip, y me las vas a pagar Emilio, te dije que no me dispararan tanto—arrugó su nariz con enojo.

—Perdón, para compensarlo te daré un favor gratis, sólo uno.

—Genial, ya veré cuando me las cobraré—le guiñó un ojo.

Emilio le sonrió, Joaquín devolvió el gesto, se miraron por unos segundos hasta que Ana preguntó lo siguiente:

—¿Dónde compras tu ropa?, me gusta.

—En varios lugares, algunas por internet y otras las hice yo—contestó con simpleza.

—¿Haces tu ropa?, esta increíble.

—Supongo.

—¿Algún día me podrías hacer una?, claro, te pagaré—aclaró la ojiverde.

—Sin problemas, solo necesito tomar tus medidas.

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