La boda

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Es una mañana soleada con un infinito cielo azul en la propiedad de Mirhiban

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Es una mañana soleada con un infinito cielo azul en la propiedad de Mirhiban. Los allí presentes bullen de energía y emoción. CeyCey y Muzzo charlan y bromean animadamente, Deniz revoloteando a su alrededor. Deren y Bulut pelean en su manera habitual sobre dónde deben ir las flores, mientras Mirhiban les mira con paciencia y una media sonrisa. Mevkebe, Nihat y Aziz engalanan la mesa con las viandas que Mevkebe ha preparado para todos. Emre y Leyla escuchan los consejos de Metin y la tía Remide sobre las mejores maneras de empezar su nueva aventura como empresarios...

Mientras, recién salido de la ducha, Can se viste y se pone su camisa nueva frente al espejo. Sanem y él decidieron que no querían aspavientos en su boda. Después del fiasco de las listas, serán, simplemente, ellos. Así que su pelo largo sigue revuelto y suelto, el clip del albatros orgulloso agarrando una trenza. La camisa blanca queda medio abierta, los botones superiores desabrochados. Se pone los anillos, las pulseras, los collares, en lo que ya es para él un ritual diario.

Pero hoy aún más. Hoy añade algo importante. Abre el cajón donde guarda la preciada bandana. La ata a su muñeca, dando un toque de color a su atuendo. Saca la caja plana y aterciopelada que descansaba a su lado. Con una sonrisa, la abre. Dentro, un nuevo colgante: un poderoso fénix, sus alas desplegadas. Una piedra carmesí en su centro. El corazón de Sanem. Se pasa con reverencia la cadena alrededor del cuello. La figura del fénix cae justo por encima de la apertura de la camisa. Sonríe. Como todo lo relacionado con Sanem, es perfecto. Se pone su levita de lino y sale de la habitación, las piedras dando vueltas entre sus dedos, una sonrisa satisfecha en su cara.

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Sanem mira su vestido nuevo con una gran sonrisa. Apenas ha podido deshacerse de sus padres y su hermana el tiempo suficiente para tomarse una ducha y prepararse. Adora a su familia, pero por algún motivo, en este momento, prefiere estar sola. Como sola estuvo durante el año que Can y ella estuvieron separados, aunque estuviese rodeada de gente. Ladea la cabeza hacia un lado y sonríe, mirando su reflejo, su atención desviándose por un momento al anillo de compromiso que desde hace unos días ha vuelto a ocupar su lugar correcto: su mano.Pero el precioso vestido reclama de nuevo su atención. Cuando lo encontró, apenas podía creerlo. Si lo hubiera encargado diseñar exclusivamente para ella, no podría haber sido más apropiado. Vaporoso, se ajusta a su pecho y cintura y cae sobre su cuerpo como una caricia. Cubierto de flores, esas mismas flores con las que acostumbra hacer perfumes. Como el perfume que cautivó a Can. Como las cremas que les han unido de nuevo. Socios. Amigos. En breve, esposos.

Su pelo está suelto, apenas peinado. Se quiere así: libre, algo salvaje. El albatros abrazando su mechón. Se da ligeramente la vuelta y sonríe mientras acaricia con suavidad la tela. Bajo su melena se adivina el escote y la piel descubierta. El recuerdo agridulce de Can fascinado con su espalda cuando se hicieron las fotos de compromiso acude a su mente. Su sonrisa se hace más amplia y algo más traviesa. Sabe que le va a encantar.

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Hace ya unos minutos que el móvil de Mevkebe sonó y Nihat le miró discretamente, señalando que tomara su posición alejado unos metros del improvisado pero precioso altar. La mujer que se encargará de casarlos ya está en su puesto, y Can también. Su padre le sonríe, su hermano le sonríe, pero él no puede hacer otra cosa mas que abrir y cerrar los puños, mirando hacia el lugar por donde Sanem va a aparecer, esperándola impaciente. En solo unos momentos, su sueño por fin se hará realidad, y no puede estarse quieto, pasando su peso constantemente de un pie a otro.

La boda de Can y SanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora