"¿Sabéis esos pequeños placeres en los que nadie se fija? Esas cosas que te gusta hacer pero que te cuesta ver lo que significa para ti mismo.
Apoyar la cabeza en el frío cristal y cerrar los ojos. Desconectar un segundo en ese eterno viaje en coche. Por un momento ya no llevas tres horas sentada, sin parar para estirar las piernas, encerrada con tu madre en un espacio tan estrecho, yendo a un sitio al que no quieres ir pero que tampoco puedes quejarte, suplicando llegar al lugar de una vez esperando, en realidad, no llegar jamás."
-¿Qué escribes?- preguntó la madre sin apartar la vista de la carretera.
Carolina esperó un momento para contestar mientras escuchaba por décimo octava vez el éxito del verano.
-Dibujo- dijo vagamente, apartando el papel para que no lo viera.
-Oh.
Su madre no era tonta, lo tenía muy claro. Pero también sabía que no iba a intentar presionarla para que le dijera la verdad y se aprovechaba de ello.
De todas formas prefirió no arriesgarse y arrancó la hoja para luego arrugarla y guardarla en el bolsillo.
Recogió las piernas intentando estar más cómoda y las subió al asiento. En otras circunstancias su madre no le habría dado tiempo ni a intentarlo y ya le estaría dando una charla sobre cuidar las cosas que se tienen. Pero estaban en las circunstancias que estaban y había que aprovechar.
-¿Sabes? Podría haber ido en tren- le comentó-. Habría sido más rápido y tú no habrías tenido que venir.
-Me gusta pasar tiempo contigo.
Volvieron a quedarse calladas con el sonido de las interferencias de la radio de fondo.
La joven lo apagó con desdén quejándose.
-¿No te parece extremadamente molesto?
-¿Qué?- contestó su madre, confusa. Miró la radio apagada un momento y entonces pareció caer en la cuenta-. ¡Oh! Si, si.
Era curioso que cuanto más se acercaban a su destino más trabajo les costaba entablar una conversación.
Era comprensible, a la madre de Carolina le afectaban mucho esas visitas. Cada minuto que pasaba estaba más ausente y sus nudillos se iban poniendo más pálidos de agarrar tan fuerte el volante. Era por eso que su hija no entendía porque la seguía acompañando. Es decir, ya era mayorcita para ir sola en tren. Para sus 17 años era muy madura emocionalmente hablando. Por lo menos, era el ejemplo emocional más maduro de todos los que conocía.
-¿Tienes ganas de ver a tu padre?- preguntó su madre de repente.
"No" pensó.
-Si.
Y tras esa mentira callaron de nuevo.
A Carolina no le gustaba mentir a su madre, no creo que a nadie le guste mentir a su madre. Pero ¿qué clase de adolescente le cuenta la verdad a sus padres?
Volvió a apoyar la cabeza en el cristal y cerró los ojos. Se concentró en lo raro que era que estuviera frío con el calor que hacía en aquella época. Pero en la montaña el tiempo era raro y a las seis que eran ya empezaba a refrescar. Al poco tiempo ya no sentía el frío y dejó que los suaves movimientos del coche la mecieran hasta quedarse profundamente dormida.
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-Carol, despierta, hemos llegado.
La voz de su madre le sonó lejana pero hizo el esfuerzo de abrir los ojos. Lo primero que vio a través de la ventana fueron las altas montañas que rodeaban el pueblo. Eran las ocho pero aún estaba atardeciendo, dotando al cielo de colores anaranjados y rosados que hacían más bonitas las vistas.
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La felicidad no tiene nombre.
RomancePasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.