#📮¡! lunes primero

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— ¡Kenna! Nos vamos, cuídate, enciérrate las veinticuatro horas, si tienes que salir de emergencia cierras con llave y cuida quien va tras tuyo, ten prendido tu teléfono, cualquier cosa estás encargada con la señora Nakamoto, ella vendrá a dar vueltas por acá para ver cómo estás, ¿sí? Por favor, cuídate mucho, hija, regresaremos en cuanto podamos.

La señora de la familia Himura dio un beso en la mejilla a su hija después de su largo discurso para que su hija se cuidase en su ausencia mientras llevaba a su hijo menor con un pediatra. Echó la pañalera y una que otra vestimenta por si tenía que pagar por pasar las noches en algún hotel si el problema de su pequeño era grave.

Obedientemente, Kenna cerró la puerta de su pequeña casa  con los dos cerrojos, a pesar de que nunca pasaba nada en el país de Japón, su madre siempre era preventiva por cualquier caso, se desvivía por sus dos hijos y no aguantaría que a alguno de los dos pudiera pasarles algo.

Kenna estuvo a punto de refunfuñar al oír que su señora madre la había dejado “encargada” con la vecina de cruzando la calle, no era que tuviera nada en contra de ella, en cambio, ella y su familia repleta eran un amor y no le molestaba pasar tiempo con ellos, sin embargo le parecía que el tener diecisiete años era una edad bastante apta para poder quedarse sola, es decir, no era una nena de cinco años, ya podía cocinarse sola, prender el agua caliente para bañarse, limpiar la casa y asear su ropa. No le resultaba gran cosa realmente, no es como si fuera a quemar la casa en dos horas sola.

Cayó la noche y el cielo se llenó de los hermosos puntos blancos llamados estrellas, era una linda noche, el aire soplaba y los ruidos de la ciudad cesaban, al menos en la parte en donde se encontraba su vivienda.

Sin más, decidió salir a la puerta a tomar un poco de aire afuera, a pesar de que su madre le ordenó permanecer adentro a menos que le surgiera una emergencia o que tuviera que asistir a la preparatoria sola si no llegaba ese mismo día por la madrugada.

A decir verdad, su sueño siempre había sido poder ir al colegio sola, vivir sola, sin hablar con nadie más o tener que compartir la misma casa. Kenna era una persona de poca paciencia y de desesperación rápida, así que lo ideal para ella era vivir sola, solo ella y su alma.

Abrió la puerta de la casa y volvió a dejar sus llaves en el comedor, que estaba a una corta distancia de la puerta. Pensó que así no las perdería de vista y no las olvidaría al salir para la escuela al día siguiente.

Recorrió una jerga para colocarla entre la cerradura de la puerta para que si hacía un poco de más aire ésta no se cerrara. Y así, se sentó en el par de escalones de madera que estaban unos pasos antes de poder tocar su blanquecina puerta.

— ¡Buenas noches!

Le gritaron desde la puerta de en frente, lo suficientemente alto para poder escuchar aquella fina y preciosa voz del único hijo varón de los Nakamoto, Yuta.

— ¡Uh! ¡Buenas noches, Yuta!

Respondió algo nerviosa por lo despistada que había sido en no notar la presencia del chico pelirrojo en la puerta de su casa, al parecer también había salido para tomar algo de aire.

Kenna bajó la mirada al ver sonreír al chico al frente, después de verlo bajar la mirada también. El joven le causaba un leve escalofrío cada vez que le veía, le parecía un tipo interesante, además de que tenía una muy buena pinta de tirarse a quien quiere, a pesar de que su sonrisa fuese como la de un ángel.

Tendría un crush en él si le conociera más a fondo, era bastante, en serio mucho muy guapo. Le parecía increíble que un chico como él estuviese tranquilo en su casa cuando se le podría llamar irresistible.

— Ush…

Susurró para si misma, deteniendo toda aquella clase de pensamientos de niña pequeña que tenía curiosidad por estar con alguien mayor. Yuta lo era, tenía casi seis años más que ella y eso de cierta manera lo hacía inalcanzable ante sus ojos.

Sin querer se quedó mirándolo un buen rato, su nariz afilada y sus dulces cabellos volándose por el aire, sobre todo su boca con sus labios de una porción perfecta para hacerle juego a su aspecto serio, que cuando sonreía se volvía en uno dulce y angelical.

La chica bajó la mirada hasta sus tenis, jurando que los lavaría al día siguiente porque el blanco ya pasaba a ser gris. En aquel momento llevaba puestos aquellos pares acompañados de su short blanco arriba del muslo y una playera de tirantes del mismo color, sin olvidar un suéter negro deslavado para cubrirse del aire.

Su madre le tenía prohibido si quiera asomarse por la ventana con aquella vestimenta “provocadora”, siempre le resultó bastante estúpido pero a pesar de ello le hacía caso, pero al fin y al cuando que en ese momento no la estaba viendo.

Se entretuvo con las puntas de su cabello teñido a rubio de hace un par de semanas, su cabellera caía en ondas y le resultaba divertido enredar su dedo en varios mechones.

— ¿Qué haces aquí tan noche? ¿No tienes escuela mañana?

Levantó la mirada rápido al escuchar de nuevo esa voz, ésta vez más cerca, para ser exactos, estaba justo parado de pie frente a ella. Se maldecía de nuevo por ser tan despistada y no notarlo o tan siquiera escuchar sus pasos. La cosa era que él siempre la terminaba sorprendiendo en sus viajes astrales.

— Uhm, sí ¿qué hora es?

Contesto en voz bajita al escuchar sus preguntas, para luego abrazarse a sí misma al sentir un fuerte aire tras ella. Achicó sus ojos para que ninguna basurilla se le pasara a los ojos, pero a los pocos segundos, sus ojos estaban más abiertos que lo de costumbre.

La puerta se había cerrado.

— ¿P-pero que..?

Se puso de pie asustada al oír el atracón de la puerta, a pesar de que lo había prevenido, sin embargo aquel pedazo de rollo de tela se terminó desenrollando para después no servir de protección.

— ¡Ahg! Maldita sea.

Exclamó llevándose las manos a la cabeza, no llevaba ni un día sola en la casa y ya se había quedado afuera sin las llaves en sus bolsillos.

Se volteó nuevamente topándose con el más alto, quién se encontraba con la mirada exactamente igual a la que se encontraba haciendo ella.

— Tus… ¿tus llaves estaban adentro?

— Sí…


Contestó nuevamente, armando un puchero involuntario al igual que un ceño fruncido llenó de preocupación.

— Bueno… No es nada que no se pueda arreglar… Podemos llamar a alguien para que venga a retirar la chapa y puedas volver a entrar.

Dijo, un poco indeciso y a la vez relajado por aquella idea.

— Mhm… Siento que sería muy caro volver a tener otra chapa y exactamente igual… Además, ¿qué hora dices que es? A éstas alturas la gente ya está feliz en casa descansando.

Mordió su labio, procesando que realmente la había arruinado por hoy.

— Pues… Pueden quitar… ¡el vidrio! Estoy seguro de que cabrías por una ventana, sería más barato y más seguro de que tu madre no se diese cuenta.

El chico se encogió de hombros, armando un puchero igual como si se encontraran en una competencia.

— Pero… Tienes razón, son las diez y media, llevamos horas aquí.

— ¿Qué?


¿En qué momento se había vuelto tan tarde? ¿Es que se perdía demasiado admirando la belleza del hombre frente a ella?

— Mhm, mira. Creo que si le explicamos esto a mi madre ella entenderá, te ayudará y seguramente te deje quedarte a dormir por ésta noche en casa, tranquila.

Yuta trató de darle ánimos a aquella dulce niña parada frente a él, parada sobre la altura de dos escalones para poderle encontrar frente a frente.

Ella solo le miró con la mirada preocupada de hace algunos minutos.

— Hey, en verdad, tranquila, todo se arreglará mañana.

Le animó nuevamente, ayudándole a quitar un rubio mechón de cabello que atravesaba su rostro poniéndolo tras su oreja, para finalmente, sonreírle.

Y ahí cayó.

— Está bien… ¿podrías hablar por mi? Me da pena decirle a tu mamá que lo he arruinado en tan solo  ocho horas sola en casa.

Yuta dejó escapar una pequeña risita por aquel tierno comentario, y asintió como respuesta.

— Claro, pero tu trabajo será buscar una buena excusa de ausencia para mañana, porque creo que tu uniforme se quedó ahí dentro.

Enarcó su labio hacia arriba y luego de un par de segundos le hizo un ademán a Kenna para que le siguiera hasta la casa.

La menor bajó los dos escalones y siguió la caminata del chico a su lado.

— ¿No has dejado nada prendido o sí? Porque si es así tendremos que apagar los interruptores de electricidad.

— No, no. Soy torpe pero no para salirme varias horas a la calle y dejar algo prendido.


— Solo decía.

El pelirrojo volvió a reír, tan lindo como siempre.

Al llegar a la puerta, toco con los nudillos un par de veces para que pudieran escucharle y abrirle. Poco después, la señora Nakamoto abrió la puerta con una gran sonrisa y una cuchara de madera en la mano. Siempre tan linda también.

— Se ha quedado afuera de su casa sin las llaves con ella por accidente debido al aire, ¿crees que pueda quedarse ésta noche? Tenemos planeado que mañana contactaremos a alguien que le ayude pasar para recuperar sus llaves.

Explicó, completamente calmado y convencido de que su linda mamá no se opondría a aquello.

— Oww, pobre. Claro que sí, linda, justo estoy terminando de hacer chocolate caliente para que no se enfríen cuando caiga la lluvia, no tarda.

La señora achicó sus ojos por su sonrisa, era el amor en persona.

Les dejó pasar y ambos se fueron a sentar a la sala de estar, mientras esperaban que la señora Nakamoto les llamase a cenar.

— Tu mamá es muuuy tierna, en serio.

— Lo es.


Respondió, tal y como si el halago hubiera sido sobre su persona, con una gran sonrisa.

— ¿Quieres ver algo? Mamá aún tardará un poco.

— ¿Qué te gusta ver?


— Uhm, las preguntas no se responden con preguntas pero… realmente casi siempre veo anime.

— ¡Un otaku!


— Ehh, digámoslo así, pero me baño.

— Felicidades, te acabas de convertir en el único otaku que no quisiera patear.


— Bien, lo tomaré como un halago.

El chico río nuevamente, parecía que no era difícil hacerlo sonreír, se veía como una persona feliz y alegre.

— Me hablas con familiaridad y confianza, como si ya lo hubiesemos hecho desde hace mucho ¿por qué?

— ¿Te molesta?


— Uh, ¡no! Para nada, solo es una pequeña duda.

Yuta se acomodó de mejor manera en el sofá, ésta vez guiando su mirada a la pequeña rubia.

— Bueno, tal vez no nos conocemos mucho y nuestras palabras no han pasado de saludos y nuestros nombres, pero te tengo la suficiente confianza como para hablarte, es decir, vives frente mío, me consta que eres alguien dulce y no malvada ni fría por así decirlo, nuestras familias se conocen y en sí hay un buen vínculo, no sé que más podría necesitar para tenerte confianza.

Kenna sonrío tímidamente después de aquel lindo discurso lleno de razón, después de todo, ella le tenía confianza por lo mismo, pero había algo más.

— ¿Qué tal si mi personalidad no te agrada si me conoces?

Preguntó nuevamente la chica mirándole momentáneamente a los ojos.

— Hay algo en ti que me hace pensar en simplemente cosas buenas.

El chico ladeó la cabeza enarcando su labio inferior.

— Es tu turno de decirme porque actúas como si hablaras con alguien que conoces pero no ves hace tiempo.

Kenna se sobresaltó y sus ojos se agrandaron un poco, sin embargo se limitó a contestar.

— ¿Cómo lo sabes?

— Estudio psicología, no es difícil adivinar tus emociones cuando observo tu mirada.


La chica de ojos color avellana se sintió intensa de repente, pesada y a la vez cómoda. Sin duda era raro.

— Bueno… Como tu dices, el vínculo que hay me hace tenerte confianza pero, hay algo… Algo en ti que…

— Te intimida.


Kenna soltó la respiración que tenía guardada y asintió un par de veces como niña pequeña.

— Tranquila, no es como su fuera a secuestrarte.

Yuta sonrió ampliamente, para unos segundos después escuchar el llamado de aquella dulce señora.

Cenaron chocolate caliente junto a galletas recién horneadas, y tal y como dijo la bonita señora, la lluvia y los truenos no tardaron en caer.

La hermana mayor de Yuta le prestó algo de ropa a Kenna para que pudiera bañarse y dormir con ropa limpia, después de todo eran de la misma talla. Afortunadamente la señorita no era tan alta como el chico.

La hermana pequeña, cautivada por el color y la suavidad de su cabello se animó a hacerle unas trenzas con todo su cariño y pureza. Kenna se sentía tal y como en casa.

— Yuta, cariño…

El chico recién salía de bañarse con una toalla amarrada a la cintura y otra pequeña sobre sus hombros con la que estaba secando su cabello.

— ¿Sí?

— ¿No te molesta qué Kenna duerma contigo verdad?


— ¿Eh?

El chico le miró con confusión absoluta, ¿acaso le estaba pidiendo que durmiera con una chica?

— Mhm… ¿no puede quedarse con las niñas?

— Sería lo ideal,  pero ellas ya son dos, no caben tres en una cama.


Yuta miró hacia una esquina, su madre le conocía a la perfección, era un chico a flor de juventud, a flor de hormonas.

— Sé como eres, Yuta, y se que aún te avergüenza que yo sepa tales cosas, pero si lo sé es porque eres mi hijo y me has decidido dar confianza y yo a ti. Sé que eres un chico maduro y con consciencia, que no se atreverá a sobrepasarse con una niña de diecisiete, ¿verdad?

— Uhm…


— ¿Puedo contar con ello?

— Yo… Supongo que si no hay remedio, no hay problema.


Trató de sonreír y su madre le correspondió con una de las más sinceras de sus sonrisas.

— Vamos, vístete y luego ve por ella al cuarto de tus hermanas, están muy entretenidas con ella.

La mayor volvió a sonreír y Yuta se limitó a asentir con la cabeza. Giró sobre su propio eje y se dirigió a su cuarto, buscó algo de ropa para colocársela, una simple playera roja y un pants negro, al color de su ropa interior.

Salió de la recámara y se encaminó a la de sus hermanas. Al llegar se recargó en el marco de la puerta, estaba abierta, dejándole ver la escena de su hermana pequeña tocándole las mejillas a Kenna, quien se encontraba peinada a dos trenzas platicando de algún tema desconocido con su hermana mayor.

— Niñas, a dormir, es media noche casi.


𝔸ℕ𝕆𝕋ℍ𝔼ℝ 𝕃𝕀𝔽𝔼 ➵ Nᥲkᥲmoto Yᥙtᥲ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora