Recuerdo muy claramente que fue una moda impuesta por el mercado la de los miniambientes o como les dicen despectivamente las "madrigueras". En esos grises y apilados reductos una persona de mediana estatura apenas cabía acostada y podía dormir en la alfombra destinada a tal fin tapando la letrina, quitando la pequeña pileta, el anafe eléctrico y plegando el taburete, sino era imposible entrar tumbado en el piso. A mi despreciable vecina Marusya le costaba ventilar el olor a comida de viejo enfermo al abrir la escotilla que daba a la calle. Se sentía viviendo en un baño de las casas de antes. Y ella era una de las pocas que se podía dar el lujo de tener una ventana.
La viejecilla se sentía machacada por los años y por una vida opaca llena de disgustos. Era jubilada de la Cárcel para Niños y estaba muy enferma, su mueca desdentada, su pelo corto y ralo, totalmente derrumbada y sumergida en las más tristes de las soledades desde el suicidio de Monttblack , su primera y única nupcia hacía ya unos veinticinco años. Todo esto sumado a un telediagnóstico nada alentador que le anticipaba el final de sus días.
Para matar la soledad diaria su sobrino Karl le había comprado un Artutiro MG-19 (Los empresarios son cada vez menos creativos con los nombres). Estos robots económicos se especializan en tareas del hogar, están ensamblados con una red neuronal artificial programada y son ampliamente usados como compañía por la gente que está sola.
Comprarle un robot era la excusa perfecta para Karl ya que se le dificultaba ir a visitarla por la amputación de su pierna derecha debido a su adicción a los videojuegos. Era moda inyectarse modafinilo y quedarse conectado durante días y hasta semanas lo cual causaba consecuencias irremediables en el cuerpo. Más allá de su discapacidad auto generada, Karl no soportaba el olor a orín mezclado con pollo cocido del departamento y regalarle un autómata lo liberaba de sufrir el nauseabundo olor y los sermones retrógrados de la anciana cada domingo.
Ese martes, lo recuerdo como si fuese ayer, Marusya miraba por la claraboya, se la notaba ansiosa, yo creí que esperaba a alguien. Seguramente el dron del correo ya estaba muy cerca de arrimarse a la ventana pero no querría correr riesgos de que su preciada carga sea arrebatada por los Muertos de Hambre. La vieja, apoyada en su bastón, le envió un audio al robótico cartero para pedirle que se acerque, que la zona estaba despejada.
El dron logístico era un poco más grande de los que habitualmente circulan el aire del vecindario, de tono amarillento, cuatro hélices y dotado de unos esquíes de aterrizaje que estaban protegidos en su parte inferior por un panel de chapa dónde se apoyaban las cargas a entregar.
El paquete fue recibido sin ningún problema e inmediatamente desembalado, el robot fue conectado a la red para la activación de su software y una leve carga a la red eléctrica tal como lo indicaban sus instrucciones.
Artutiro era pequeño, tenía cuatro ruedas, las dos delanteras eran apenas más grandes que las dos de atrás, de color blanco con un borde violeta, limpiaba y volvía a su base normalmente, a veces hasta ponía la mesa y otras realizaba tareas de reparación del hogar. Al mes aprendió sus primeras palabras y a los tres ya armaba frases. Su flamante dueña no podía creer su inteligencia y disfrutaba de su compañia.
Meses después de haberme distraído con otras cosas, entre ellas el trabajo en la fábrica de sueños, volví a prestar atención al 3ro ZB del Nodo 4 y pude notar que el robot para Marusya había dejado de ser una novedad. La limpieza que hacía la liberaba de esa obligación pero el robot ya no enriquecía su vocabulario y la charla se había vuelto monótona. De a poco empezaba a molestarle su presencia y se notó mirando al robot con cierto odio.
En una inesperada visión, se le presentó una posibilidad que hasta ese momento no había considerado: Realizar una macumba, rito brasileño que aprendió en su aldea natal, para invocar el espíritu de su difunto esposo y así hallar la causa de su repentino suicidio. Ansiaba conocer que le había pasado a su esposo para dispararse con una recortada. Ella misma lo encontró en el baño de la casa de campo que cuidaban, en realidad había encontrado un cuerpo y una cabeza despedazada por los perdigones del disparo. Los peritos determinaron que el teniente Monttblack había trabado la culata del arma en el inodoro y el caño en su paladar. De esta manera no fallaría al intentar quitarse la vida.
El teniente Monttblack, morocho, de rulos y petiso, había sido un experto en armas, con una personalidad machista y soberbia heredada de una carrera militar de más de veinte años, la felicidad siempre le había sido esquiva. Una vez jubilado del ejército se dedicó a ser techista nunca pudiendo superar su adicción al alcohol. Orgulloso golpeador de mujeres, Marusya le había radicado varias denuncias pero sin respuesta alguna del Poder. Era así en esos tiempos y ninguna "femenina", cómo decía el Teniente, tenía derecho a quejarse por los golpes.
Marusya durante años no había podido parar de pensar en por qué se había matado su esposo, al parecer cuando una persona se acerca al final de su vida lo asaltan los malos recuerdos y las cosas no resueltas de la vida.
Esa tarde lluviosa, con el gusto a culpa que siempre había sentido por el suicidio, ideó un rito para encontrar la respuesta.
Esperó a la noche y con la luz apagada encendió velas rojas, se arrodilló como podía sobre la alfombra y en un plato escupió diciendo lo siguiente:
-E, rue, rue, rue. ¡Jandira!
Hizo un tajo en la parte trasera de su muñeca el cual disparó un chorro de sangre que supo volcar en el mismo plato y con ímpetu exclamó:
-Jesus, nosso pai redentor, cumpre meu desejo que o espírito do Monttblack retorne para mim.
Y cómo no tenía el atabaque que la tradición indica, empezó a golpear con ritmo la parte superior de sus piernas, bebió del plato la mezcla de saliva y sangre, se hizo un buche y lo escupió sobre el robot sirviente que reposaba sobre su fuente de carga.
- ¡Jandira!, ¡Jandira!, ¡Jandira!.
Exclamó con un increíble entusiasmo alzando sus brazos al enmohecido cielo raso. El robot empezó a tambalearse cada vez hasta que saltó de su base. Siguió dando unos golpes secos contra el suelo, pareciendo estar poseído. Marusya se desmaya, exhausta por el ritual.
Al amanecer del desmayo causado por el esfuerzo del ritual se sorprende al ver una venda que enrollaba su muñeca frenando la hemorragia.
-Hola Marusya. Tanto tiempo.. Era del robot que salía una voz gruesa y añosa. ¿Por que interrumpiste mi descanso? No debes molestar a los muertos.
-Monttblack, mi amado esposo. ¡Estás de vuelta! Gritó emocionada hasta las lágrimas.
-Estás hecha una vieja... ¡No soporto verte! Dijo tomando carrera hacia atrás.
-¿Por que te mataste?, ¿Por que de esa manera?. Preguntó Marusya.
Artutiro se desplazó hacia el anafe que estaba en el piso y agarró un cuchillo aserrado con su pinza mecánica.
-Eso no es pro-ble-ma.. tu-yo. Al robot doméstico se le empezó a ir el audio aparentemente por la extraña capa electromagnética que lo rodeaba cuando se despertó luego del ritual.
Esa mañana supuse que algo pasaba entre los vecinos porque sentí fuertes gritos de enfrente. Luego supe que había sido Marusya que gritaba pidiendo ayuda. Cómo en ese momento no ví nada creí que era un ataque habitual causado por la radiación de las antenas y seguí con mis cosas.
El poseso robot tomó carrera y acribilló de dieciocho puñaladas consecutivas a su dueña y luego, con el mismo cuchillo casero corta los cables de su base de carga y se refugió en un rincón. Lentamente agotó su batería y se desprendió su asesino espíritu del aparato para volver al inframundo de donde nunca debería haber vuelto.
Volviendo de la fábrica a la noche veo movimientos raros en él Nodo de enfrente, un hombre con una pierna mecánica llorando en el piso desesperado, un robot de esos que limpian echando humo y todo roto en el piso. Me detengo para evitar que me paren los oficiales del Poder. Se me ocurre mirar las noticias locales en mi pantalla y leo en el tercer titular.:
"Fallas de fábrica: Robot asesino-suicida acribilla a anciana."
Empiezo a hacer memoria y me acuerdo de la basura humana de Marusya, de cuando con el marido intentaron incendiar el departamento de sus vecinos con niñas dentro, de las denuncias de los niños de la cárcel, de cuando no me devolvieron esa pelota. Reflexiono unos segundos más y con mi mente inundada con un aire de triunfo recuerdo esa grandiosa frase que reza: "Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo".

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Artutiro
Short StoryUn barrio es el escenario donde ocurren cosas extrañas. Robots, asesinos, suicidas, rituales y un vecino que lo ve todo o lo imagina muy bien.