La vida es una caja de sorpresas. Cuando piensas que todo en tu vida es una monótona rutina que sigue el mismo bucle una y otra vez, ¡pum! Sucede algo que, a pesar de no tener ninguna revelancia histórica, cambia tu mundo completamente. Puede que obtengas un notable en matemáticas después de años sin oler el aprobado y que a partir de ahí empieces a pensar que puedes con ellas. Puede que descubras que tienes un primo lejano en algún país exótico, y que tus padres te ofrezcan la posibilidad de pasar unas semanas a su lado. O puede que, después de todo un verano sin verla, te reencuentres con tu mejor amiga de toda la vida y la veas completamente distinta, sin sus gafas, maquillada y con un estilo de vestir mucho más sofisticado al que estabas acostumbrada a ver.
Creedme, si hablamos de la tercera opción, sé muy bien de lo que hablo.
Cuando quedamos en el banco de siempre (el que había sido nuestro punto de encuentro desde que empezamos el instituto) y empecé a sentir emoción por ver de nuevo a Ivonne, no había contado con que el 90% de las personas sufren un gran cambio durante el verano. No es que fuera un cambio malo, es sólo que mi amiga estaba irreconocible. Por eso, hasta que no me acerqué más a ella y sentí el reconocimiento en su voz, estaba completamente segura de que la había sustituido una hermana gemela. Posibilidad muy remota si eres hija única, eso sí.
-Wow, Ivonne-dije con una de mis típicas sonrisas, extendiendo mucho los labios y mostrando los dientes-. Cómo te ha cambiado el verano.
-Supongo que será un halago-rió un poco, achinando sus ojos verdes involuntariamente. Todavía seguía sin creérmelo, ¡incluso tenía los ojos pintados! Yo sólo usaba un poco de rímel, pero pocas veces la había visto a ella con algo de maquillaje. Sólo en tres o cuatro ocasiones, y se había sentido tan incómoda que se había pasado una toallita en cuanto tuvo la ocasión-. En cambio, tú sigues igual que siempre.
Y era verdad. Los mismos ojos oscuros, un kimono una talla más grande de la que debería usar, y debajo una camiseta de tirantes y unos vaqueros. Y cómo no, con mi flequillo ladeado totalmente irregular, siendo en el lado izquierdo mucho más largo y decreciendo a medida que se acerca a la mitad derecha de mi rostro. Ha sido así desde hace ya un tiempo, y tampoco he pensado que necesitara cambiar. Me sentía bien y eso debería ser suficiente.
De camino al instituto, Ivonne empezó a relatarme su verano, aunque me di cuenta de que tampoco me dio demasiados detalles. En términos generales, había pasado unos meses con su tía, que casualmente es estilista. Había recibido algunas lecciones de moda, de maquillaje, incluso de modales, y eso que ella siempre ha sido bastante educada. Según me lo contaba, yo me iba acordando de Princesa por Sorpresa, una película que habíamos visto miles de veces y de la que nos sabíamos hasta los diálogos. Pero puesto que no comentó nada sobre ella, decidí guardarme la comparación para mí misma.
-Vaya, ha tenido que ser tan guay. Podrías habérmelo dicho antes.
Una leve sonrisa (¿de culpabilidad?) se expandió por su rostro. No es como si hubiéramos perdido del todo el contacto aquel verano. Por muy ocupada que estuviera, nos habíamos llamado en más de una ocasión. Si bien es cierto que ni ella ni yo habíamos tenido el tiempo suficiente para mantener una conversación a fondo, jamás me había comentado nada de esto.
-Lo siento, Min.
Me encogí de hombros, intentando transmitir que no había ningún problema. Lo mejor era que lo dejara pasar, aunque en realidad seguía preguntando por qué no me había dicho nada.
En aproximadamente quince minutos habíamos llegado al instituto. Con puntualidad. Habíamos quedado en llegar con un poco de antelación para evitar la aglomeración que se formaba el primer día. No sirvió de nada; aún así, un considerable grupo de alumnos se habían reunido en la entrada y prácticamente se empujaban para conseguir un hueco en primera fila, y así poder buscar sus respectivos nombres en las listas.