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Nadie quedaba ya en el cementerio. La noche había caído, y, pese a haberse mantenido junto a él, Sophie, Belle y Victoria se habían visto obligadas a marcharse, y dejar a Even sólo ante la tumba de Lyrica, en el mausoleo de los Wembley.

La voz del músico no había vuelto a escucharse desde que, la noche anterior, la de su amada se silenciase para siempre. Apenas había comido o dormido. Hasta el momento en que el ataúd fue sepultado, enterrando a la más hermosa de las criaturas que hubiera pisado nunca la tierra, Even no se separó de ella.

Ahora que Lyrica y su hijo ya no estaban, nada importaba.

Con una calma inquietante, seguro de lo que debía hacer a continuación, besó el retrato que adornaba la lápida, y se marchó.

Apenas llegó a su casa, ordenó todos sus papeles, dejó todas sus composiciones preparadas, y sacó todo el dinero de su caja fuerte. Dio orden a su sirvienta de que entregase los documentos y partituras a Su Majestad, y de que el dinero fuese entregado a Sophie Pendleton, para que lo emplease en sus proyectos de reforma. Casi azuzó a la pobre muchacha para que se marchase.

Después, tras dejar un sobre a su nombre, con parte del dinero que él mismo guardaba en su habitación dentro, cogió de la despensa una gruesa cuerda, la guardó en un pequeño macuto, y salió en busca de un carruaje.

Subió al primero que encontró.

-A la linde del bosque, por favor.

El cochero le miró, extrañado, pero no hizo preguntas al ver la generosa cantidad con que el músico pagó. Le llevó hasta unos metros antes de que acabase la civilización. Even, sin una palabra, bajó del carro, y se adentró en el lugar.

La bruma invadía cada hueco entre los árboles. Olía a tierra húmeda, y podía escucharse el cauce del río al fondo, si se afinaba el oído. La naturaleza del lugar brillaba, exhuberante, y a la vez elegante, silenciosa, convertía aquel lugar en el lugar perfecto para morir.

Con paso tranquilo, exploró cada recoveco. Se fue adentrando más y más, mientras, inconscientemente, percibía que aquel lugar tenía algo que lo hacía único, algo mítico.

Algo mágico.

A otros con motivos para vivir, aquel lugar les habría inspirado, animado, y hasta hecho soñar.

Even sólo pensaba en que sería una hermosa tumba.

Estaba atardeciendo cuando, al fin, encontró el lugar adecuado: un gran árbol, uno bastante alto, de hojas verdes oscuras, casi negras, y extraños frutos que parecían brillar. Analizó sus ramas, gruesas, y en apariencia fuertes, antes de escalarlo para llegar hasta una de ellas. Una vez asentado, mientras veía el sol caer, sacó la cuerda, y la envolvió en su cuello, con un nudo corridizo. Luego, ató el cabo restante junto a él, en la rama.

Cuando el último rayo de sol se ocultó, Even Clover se dejó caer de la rama, y la cuerda apretó su cuello.


-Even...

El músico abrió los ojos. Ante él, con el mismo vestido, los mismos guantes, el mismo velo y el mismo peinado con que la habían sepultado, se alzaba su amada Lyrica.

Su deseo se había cumplido. Había muerto, y se había reunido con ella.

-Lyra...-susurró. Se acercó, con intención de abrazarla, pero ella dio un paso atrás, dejándole congelado en el sitio. -¿Lyra?

Ella negó, con sus celestes ojos llenos de lágrimas.

-¿Por qué lo has hecho, Even...? ¿Por qué lo has intentado, siquiera?

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora