34.

7 1 0
                                    

1853.

Even se encontraba estudiando uno de los tratados de magia que su tutor le había recomendado.

En los años posteriores a su intento de suicidio, y tras desvelarle el anciano su verdadera naturaleza e identidad, Even había renegado de la realidad, enfocándose al estudio de la magia en todas sus vertientes. No abandonaba el bosque bajo ningún concepto, y dedicaba incluso su tiempo libre a estudiar y practicar.

No en vano, el hechizo que traería de vuelta a su amada dependía, en gran parte, de él mismo.

No echaba de menos la vida que había dejado atrás. Con el tiempo, olvidó a todos: a la Reina Victoria, y los triunfos bajo su mecenazgo; a Eric Pendleton, y su heroico sacrificio; a su hermana, Sophie Pendleton, que junto a la bella Belle estaba logrando grandes cambios en la capital. Olvidó, incluso, al desalmado Paris Wembley, incluso a su propio padre, a su propia madre.

Nadie merecía su atención. Ninguno era Lyrica.

A su tutor no se le había pasado por alto aquella necesidad obsesiva de mejorar rápidamente, de aumentar sus naturales dones para la magia a toda prisa, sólo para realizar aquel hechizo que ni siquiera sabía cómo debía llevarse a cabo. Era plenamente consciente de que aquella necesidad de recuperarla rozaba la locura, y las partituras que componía, lo único que había mantenido su joven aprendiz de su vida anterior, lo demostraban.

Quizá, se dijo, había jugado demasiado rápido la carta de la resurrección. No le quedaba mucho tiempo, pero quizá, solo quizá, podría haberlo guardado un poco más, haberle hecho realizar, sin decirle para qué exactamente, el ritual necesario. Quizá, así, no estaría perdiendo la razón.

Pero Even no lo veía así. Para él, querer traerla de vuelta, era lo más natural.

El mago suspiró, preocupado, y su suspiro captó la atención del aprendiz.

-Maestro. -le saludó.- Creo que ya puedo controlar nuevos elemento, fíjese. -clavó su mirada en la crepitante chimenea. Al cabo de un momento, con un movimiento de cabeza, el fuego tomó la forma de una serpiente ígnea, que se envolvió en el brazo del antiguo músico, sin quemarle, antes de desaparecer y volver a la chimenea.

El mago asintió, con una sonrisa de aprobación.

-Bravo, Even. Cada vez consigues llevar a cabo tareas más difíciles. Pronto dominarás por completo la parte que te entregué de mis poderes.

Even asintió, con una leve sonrisa.

-Y entonces, la traeremos de vuelta.

El mago asintió, resignado.

-Respecto a eso...-dijo, sacando una lista de los pliegues de su túnica, y tendiéndosela. -El ritual es largo, y necesita de ciertos materiales. Debes recogerlos tú mismo. Traelos antes de que anochezca. Esta noche hay luna llena, y necesitamos su luz para imbuirlos, antes de comenzar la primera parte del ritual.

Por primera vez en meses, Even Clover sonrió ampliamente. Tomó la lista, y salió casi corriendo, zurrón en mano, hacia el bosque.

Caminaba por él, observando la lista. Cuatro troncos de madera de los árboles más antiguos, lirios, amapolas, rosas silvestres, crisantemos... Cuatro viales del agua del río, y cuatro luciérnagas vivas.

Even frunció el ceño. ¿Cuatro de cada? Por lo que había leído en determinados tratados de nigromancia y magia de esencia y sangre, para traer de vuelta un alma e imbuirla a un cuerpo, sólo se necesitaba uno de cada elemento. Y, desde luego, ninguno era una flor. Se encogió de hombros. Si bien se le permitía leer al respecto, su tutor le había prohibido terminantemente practicar magia nigromántica, de esencia, o de sangre. Ya lo había intentado antes, y el castigo había sido ejemplar, como mostraban los cortes que adornaban su antebrazo, heridas que no cicatrizarían jamás.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora