Capítulo 54

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El aire golpeaba su rostro que se había puesto frío y rígido, sus comisuras iban apretadas y sus ojos brillosos y afilados. Golpeó levemente al negro purasangre en su costado para que apurara el paso, el cual apenas rozaba el suelo polvoriento con sus cascos, y apretó sus riendas deseando aún más. Su corazón iba apretado de dolor y rabia, contra él mismo, con ella, con su realidad, con la vida que una vez más volvía a excluirlo de las cosas hermosas para recordarle de dónde venía, quién era y en qué terminaría.

Cuando la velocidad del potro era tal que sudaba y su cabello golpeaba su espalda, apretó sus ojos un instante tratando de evitar que se derramara, pero fue en vano, todo lo que apretaba sus entrañas y esa sensación de vacío parecía inundarlo todo. Creció y se deslizó por la línea de agua hacia el ángulo externo de su ojo, desde allí rodó empujada por el viento, lanzándose impulsada por tanta angustia, pero de inmediato la secó con su manga bruscamente, como si no le fuera permitido llorar. Atravesó el camino y se adentró en el bosque peligrosamente, pues el caballo desbocado corría debajo de las ramas de los árboles, obligándole a pegar su pecho al cuello del animal para no caer estrepitosamente al suelo. Tomaron la curva que va al río y antes de que el caballo se detuviera se lanzó desde arriba del mismo al suelo, apenas controlando sus piernas que por la inercia trastabillaron en la hierba deteniéndose casi al pie del cause.

Contempló el agua y escuchó aquel murmullo suave y calmo, cerró sus ojos mirando al cielo e inspiró profundo, llenando sus pulmones que parecían no haber respirado en absoluto desde el mismo instante en que la vio aquella mañana.

Allí de pie, con sus ojos cerrados y su pecho repleto de aire, gritó al cielo desahogando sus terribles congojas, dolores y miedos que volvían acecharlo y rodearlo por completo en oscuridad. Cuando aquel alarido terminó porque ya no quedaba aire que expirar, su pecho se elevaba agitado y sus manos se apretaban en un puño, la impotencia de no poder volver el tiempo atrás y hacer las cosas diferentes lo consumía.

Buscó un árbol y se sentó apoyado sobre él, deseando tener a su lado una botella llena de licor que ahogara sus culpas y su mente que estaba agitada y alborotada del todo. Tomó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió dando una pitada profunda y exhalando aquel humo por sus labios.

John cabalgaba despacio, contemplando hacia todos lados y sabiendo con certeza que en algún lugar estaría Aiden

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John cabalgaba despacio, contemplando hacia todos lados y sabiendo con certeza que en algún lugar estaría Aiden. Evidentemente las cosas no habían salido bien con Elena, de lo contrario estaría con ella en la casa, con ese brillo que sólo ella provocaba y aquella sonrisa que le había conocido junto a ella.

Resopló agobiado, sabiendo que lo que venía en los próximos días sería extenuante, lo supo desde el mismo instante en que su caballo apareció solo por la casa.

Aunque aún mantenía la idea de que sería mejor para Aiden no complicarse con aquella mujercita, sí reconocía que los días que había estado feliz con ella, su semblante había sido distinto y hasta la forma en que se paraba frente a las cosas cambiaba.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora