Han pasado casi doce años desde aquel día, el día que comencé a huir de un mundo irreal que cada vez se acercaba más a mi y me consumía por dentro. Era otoño. Aquel maldito otoño. Yo tenía poco más de diez años y andaba con mis padres por la calle, íbamos de camino a una fiesta, esa horrible fiesta en la que se acabo la vida tal y como la conocía. Era 31 de octubre y mi familia tenia como tradición ir a una fiesta de disfraces organizada por la hermana de mi madre, Ro o Roselia, aunque siempre prefirió Ro. Ella era muy simpática y recuerdo que esa noche al abrirnos la puerta, llevaba un vestido de bruja y una enorme nariz con una verruga horrible, pintada de verde a la par que su cara. Su sombrero era en pico, negro y con detalles lilas que hacían perfecto juego con el vestido que se había confeccionado ella misma. En una de sus manos sostenía un bol lleno de caramelos con envoltorios naranjas y verdes, aunque fueran todos del mismo sabor amargo, un sabor que, por desgracia, jamás olvidaré. Al pasar dentro, recorrimos un largo pasillo el cual resultaba alarmante y siniestro para una joven de mi edad. Lo más sorprendente para mi, no fueron ni las falsas telarañas del techo, ni los cuadros de arte gótico, si no que fue un espejo que cuando te mirabas hacia parecer que tenías a alguien en tu espalda. Simplemente era escalofriante el gran parecido que tenía ese pasillo a una verdadera casa del terror. Recuerdo que la mayoría de las puertas de ese pasillo estuvieron toda la noche cerradas con llave, todas menos la del lavabo, por supuesto. Al final del pasillo que parecía eterno, estaba la puerta que nos llevaba al gran salón. La decoración que hicieron mis tíos fue casi tan espectacular como sus propios disfraces. En una esquina del salón, lleno de muebles viejos, telarañas, calaveras, calabazas y otros objetos de terror, estaba sentado mi tío con un disfraz que le hacía ver como un verdadero zombie. En el momento que le vi ponerse en pie y dirigirse a nosotros con aquellos andares poco peculiares, no pude hacer más que pegar un grito y esconderme tras mi madre como solía hacer cuando era más pequeña. Sasha, o como le decía mi padre y muchos otros seres queridos, Sha. Recuerdo, que mi madre llevaba un vestido victoriano nada terrorífico, lo que realmente asustaba era el maquillaje facial que tenía. Su cara parecía sacada de la última película de terror, una lentillas negras y la cara palida, unas lágrimas de sangre y unos labios pintados de un rosa casi inexistente. Daba mucha grima. Cuando se me paso el temor al ver que mi tío no era un zombie de verdad. Pasamos dentro del salón y esperamos a que llegarán todos los invitados. Eran casi las doce y se notaba el temor y la intriga de los más pequeños en los disfraces que habían confeccionado todos los invitados, familiares, amigos o compañeros de trabajo. La noche se desarollo como en cualquier otra fiesta, o eso creían todos hasta que uno de los invitados encendió un cigarro y proseguido una gran explosión devastó la casa. Todos muertos. Todos los invitados. Toda mi familia, incluidos mis padres. Incluida yo. No habían cerrado el gas. Algo tan sencillo, mató a tanta gente, a tantos de mis seres queridos. Pero al cabo de una hora cuándo los bomberos, la policía y los propios vecinos buscaban supervivientes, me desperté y me di cuenta como un trozo que había salido despedido del cristal se había clavado profundamente en mi estómago llegando a cortar uno de mis órganos pero, tras haberme desangrado, ¿por qué no había muerto? No entendía nada así que grité con todas mis fuerzas hasta que uno de los bomberos me escuchó y corrió en mi búsqueda. Y allí vio lo que parecía el cadáver de una niña de poco más de diez años con muchas magulladuras y muchas más cicatrices de lo que podía imaginar. Al ver el cristal clavado en mi estómago y que, aun así tuviera fuerzas para gritar le fue algo inevitable sorprenderse. Entre varios sacaron las vigas que estaban sobre mí y luego me cogieron en brazos y me llevaron a la ambulancia. Me desmayé. No por el dolor, si no por la confusión y la sangre que goteaba por mi vientre. A los pocos minutos me desperté y note como mi disfraz de vampiresa estaba rasgado e intentaban mantenerme con vida.
"La única superviviente de la gran explosión entra en coma, los médicos desconocen que le pasa"
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Más allá de la realidad
Misterio / SuspensoParecía normal. No era diferente a simple vista. No, no lo era. No hasta que me dí cuenta de la realidad que la rodeaba. Pero, ¿por qué? ¿por qué a ella? Y lo más importante ¿no confiaba en mi? Nunca me lo dijo, ni mucho menos me dio una respuesta a...