Conocía a Brad desde hace cinco años, y desde el minuto número uno que había existido una especie de química entre nosotros. Juro que hasta sentí como las chispas saltaban alrededor.
Recuerdo perfectamente que era verano, y lo recuerdo bien porque ese día yo iba con un vestido que era demasiado corto para mi gusto, y con unos tacos que de no ser porque estaba acostumbrada a caminar con ellos, hubiese terminado en el piso. Y no era broma, porque había estado muy cerca de hacerlo.
Por casualidades de la vida, ese día, poco tiempo después de cumplir los dieciocho tenía que acompañar a papá y a Yarella a una cena de inauguración a una de las nuevas sucursales de la empresa de vino. Aburrida, me había levantado y encaminado hasta la barra para pedir una copa de algo, de lo que fuera, porque estaba sin mis amigos en un lugar lleno de hijos de papi que no hacían más que mofarse de sus trabajadores, y yo no soportaba escuchar ese tipo de cosas. Así que, cuando llegué allí, el barman solo me sonrió y me sirvió lo que le pedí. Cuando me terminé el trago, me había levantado e iba camino hacia el patio trasero, en donde había un poco menos de gente; pero en medio de mi recorrido alguien chocó conmigo y me hizo tambalear de forma horrorosa. Temblorosa, y con algo de miedo, me vi caer en cámara lenta a través de la ventana.
Mi boca se abrió por la sorpresa, y yo iba cayendo literalmente de culo contra el piso. El vestido se me subió un par de centímetros, dejando ver más allá de lo que debía mostrar y yo solté una maldición por lo bajo. Los tacones, con los que por poco y había tenido que hacer malabares para mantenerme de pie, se resbalaron contra el piso de cera que estaba debajo de mí, y yo solo me veía caer y caer de manera lenta, tal y como lo hacen en la película del origen. Pero antes de que pudiera hacerlo del todo, un brazo, como en las películas, me detuvo afirmándome por la cintura.
Asustada, levanté mi vista para ver quien había sido aquella alma tan generosa que había evitado que hiciera el ridículo frente a todas estas personas, y cuando lo hice, me quedé estática. Frente a mí, había un chico un poco más mayor, alto, con pequeñas pecas que decoraban su cara, cabellos castaños, ojos grises y labios pequeños. Vestía con un traje de etiqueta, al igual que todos. Pero a diferencia del resto, él desprendía un aire diferente, un aire que te hacía voltear a mirarlo de inmediato. Y se veía endemoniadamente sexy.
Con la vergüenza corriendo por todo mi rostro, me levanté de a poco, aun con su mano apoyada a un costado de mi cuerpo y fijándome en que nadie nos ponía demasiada atención, solo yo permanecía en mi burbuja de cristal. En cuanto me recuperé momentáneamente de mi momento de estupor, encontré mi voz y susurré un leve:
—Gracias.
Él, con una gran sonrisa en su rostro, de manera arrogante, sostuvo mi mano y le dio un leve apretón.
—Créeme, no ha sido más que un placer salvar a una chica tan linda como tú.
Avergonzada, no hice nada más que sonrojarme hasta las orejas.
—Sí…Bueno…—Reí de manera nerviosa, y pase una mano por mi pelo, en una loca tarea por dejarlo tranquilo.
—¿A dónde ibas? —había preguntado al ver mi nerviosismo.
—Al patio, estar aquí dentro con tanta gente me agobia.
—¿Quieres compañía?—inquirió, curioso.
Sonreí y mordí mi labio de manera nerviosa. Jesús, era demasiado lindo.
—Claro—susurré.
Caminamos hacia el exterior, y una vez afuera, nos apoyamos en una piscina que estaba cercada y en poco rato comenzamos a entablar una conversación. Yo le hacía preguntas, él respondía y viceversa. Era tranquilo y refrescante encontrar a alguien con quien compartía tanto gustos musicales como de comida y otras cosas. El chico sabía ganarse sus puntos.
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¿Cómo todos?
Literatura KobiecaEmily Abagnalli: Atractiva, inteligente, sarcástica, con demasiada mala suerte para su gusto y con un montón de cualidades inigualables. En pocas palabras, es única. Y lo tiene todo. Todo, menos el amor. Cuando se ha crecido en una familia de d...