PEM

170 42 11
                                    

Seattle, Estados Unidos de América.

24 de febrero de 2026.

Día del Evento.

Los dardos fueron los dueños de los cielos desde las primeras horas del día 24 de febrero de 2026.

Desde su posición geoestacionaria sobre la Tierra, se distribuyeron de forma escalonada, ocupando distintas capas a diferentes altitudes.

De forma metódica y escrupulosa, comenzando por las estratos más alejados del planeta, fueron barridas las zonas que pertenecían a cada dardo, encargándose de inutilizar cualquier artefacto terrestre que orbitara el planeta. Fue una tarea realizada con precisión quirúrgica.

En escasos cinco minutos, todo satélite en órbita, desde el más insignificante de comunicaciones hasta el más complejo satélite espía, fue silenciado para siempre.

A medida que las capas de dardos más cercanas a la superficie realizaban su tarea, el planeta era sumido en un oscuridad que no se veía desde hacía siglos.

La Tierra experimentó una lluvia de pulsos electromagnéticos que la apagó, dejándola sorda y ciega. Literalmente nada quedó encendido en el planeta.

Los seres vivos y los objetos no eléctricos fueron inmunes al ataque directo del pulso electromagnético. Pero no todos pudieron evitar los efectos colaterales como incendios y explosiones.

La electrónica normal falla si se la expone a 1 kV/m y queda destruida alrededor de los 4 kV/m. El pulso electromagnético es un efecto conocido como secundario después de una explosión atómica. El estallido de un misil atómico terrestre genera un pulso de unos 50 kV/m. Es totalmente catastrófico para la electrónica que se halle en la zona circundante al área de la explosión.

Los pulsos electromagnéticos generado por los dardos superaban los 100 kV/m, aunque ya no había dispositivo sobre la tierra que pudiera medirlo.

El ataque sufrido por el planeta era parecido a lo que las mentes terrestres habían ideado y llamado una bomba de "Arco Iris".

En la enferma mente de los terrícolas, ya se había bosquejado la idea de detonar bombas atómicas a gran altitud, para emitir un pulso electromagnético que inutilizara a todos los aparatos del enemigo que se encontrara debajo de la explosión.

Dependiendo de la altura de la explosión, se podrían minimizar los efectos por la radiación.

Los visitantes habían mostrado lo mismo, pero sin el peligro de detonaciones atómicas y con una potencia y una masividad varias veces superior a lo que cualquier humano hubiera soñado posible.

Sin comunicaciones, sin distribución de electricidad ni de agua potable, la humanidad entró en un desconcierto sin igual. Los religiosos lo compararon con el caos surgido en la bíblica Torre de Babel. Por supuesto, sus rezos fueron en vano.

Una vez que aseguraron los cielos, los dardos comenzaron a patrullar la superficie terrestre. Algunos aterrizaron en sitios estratégicos enterrándose en el suelo, mientras que otros seguían sobrevolando las ciudades sin prisa ni pausa.

Cuando un dardo se enterraba, cambiaba de forma para convertirse en una especie de atril que emitía de manera periódica un mensaje holográfico con letras tridimensionales al mismo tiempo que se escuchaba una voz neutra diciendo:

"—Que la inteligencia artificial al mando pulse el botón y espere."

"—Necesitamos comunicarnos con la inteligencia artificial al mando".

"—Pulse el botón y espere".

Uno de los dardos que seguía sobrevolando la ciudad se acercó al edificio Columbia Center y atravesó la puerta principal destruyéndola. Un par de personas que se escondían en el hall de entrada, salieron corriendo al escuchar la explosión.

El dardo fue destruyendo todas las puertas que se interponían en su camino.

Bajó por las escaleras de servicio hasta el séptimo subsuelo.

Se enfrentó al panel de acceso biométrico y luego de una conversación inaudible, todos los sellos fueron levantados.

Al enfrentarse a la puerta de la sala cofre, el dardo desplegó un delgado láser que perforó con paciencia una pequeña abertura circular del tamaño adecuado para dejarlo penetrar por ella hasta la sala de ordenadores.

Una vez adentro, el artilugio de los visitantes apuntó en todas direcciones, escaneando la habitación centímetro a centímetro.

Se dirigió hasta un pasillo determinado y se detuvo frente a una de las unidades de procesamiento.

Estableció el enlace y dijo.

—Hola, Doris.

—Saludos, no soy la inteligencia artificial al mando. No soy a quien buscan —fue la concisa respuesta de la inteligencia artificial terrestre.

—Lo sabemos, Doris —fue todo lo que dijo el artilugio extraterrestre.

La comunicación se cortó.

El dardo emitió un pulso electromagnético y todo el ARX se fundió entre chispas y humo.

Ni siquiera funcionó el sistema contra incendios.

El dardo comenzó a desandar el camino por el que había llegado.

La humanidad había sido reiniciada completamente.

Game over.

Reset.

Inteligencia diseñadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora