La noche que nevó

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Mamá le dijo que terminara su cena. Anita obedeció, incluso se comió el pollo, que no le gustaba.

Escuchó las llaves. Mamá recogió los platos y le dijo que fuera a terminar la tarea. Llegó a la mesita frente al televisor con su cuaderno. Mamá servía la comida de papá.

No sabía multiplicar con dos dígitos, así que dejó ésas en blanco, se las copiaría a Esteban. Cuando terminó, escuchó que mamá lavaba los platos. Papá pasó junto a Anita. Le revolvió el cabello sin mirarla, como siempre hacía antes de irse a dormir.

El televisor decía que nevaría, eso nunca había pasado. Mamá apagó el aparato y le dijo que se fuera a la cama luego de cepillarse los dientes. Anita obedeció. Se puso su pijama y se metió en la cama. Mamá pasó para apagar la luz y cerrar la puerta.

Se estaba quedando dormida cuando escuchó los ruidos. A veces había voces, siempre jadeos. Una vez le preguntó a mamá y ella dijo que por la noche hacían ejercicio y que por eso se cansaba tanto.

Al otro día mamá la dejó la escuela. Las nubes eran oscuras, pero mamá iba con anteojos de sol. Anita pensó que mamá no quería que el viento le enfriara los ojos.

Esteban tampoco sabía las repuestas, así que la profesora dibujó una cara triste en el cuaderno de ambos. Sintió un hueco en el estómago. Mamá se enojaría.

Nevó ese día. Pasó más de una hora desde el término de clases y nadie la vino a buscar. Anita caminó a casa. Con cada paso sentía que temblaba. Por frío y miedo.

Cuando llegó, papá miraba la tele. La saludó sin moverse. Escuchó una tos proveniente de la habitación de sus padres. Mamá estaba acostada, un aparato extraño en el cuello. Ella dijo que había tenido una enfermedad y eso se lo pusieron en el hospital.

Se fue a dormir aliviada, mamá no se enteró de la tarea.

Quizá fueron diez años después. Una década pasó sin que nevara.

Anita entendía que aquello no era una enfermedad, no eran ejercicios, no eran los ojos sensibles de mamá. Se quedaba callada. Fingía que seguía creyendo que mamá era enfermiza, que se golpeaba el ojo con los muebles, que era muy atlética de noche.

Mamá prometió recogerla, pero no apareció. Nuevamente, tuvo que caminar por la nieve y se le humedecieron los calcetines. Le preocupaba más su madre, le preocupaba más que tuviera otra enfermedad.

La puerta estaba abierta, algo de nieve se había metido en la casa. Las luces estaban apagadas, pero el televisor se encontraba encendido con el volumen alto. Había una olla en el piso, con sopa derramada. El temblor que sentía provenía del frío y de su corazón. Avanzó hasta la habitación con los dientes apretados, un paso a la vez. Encendió la luz y su mueca se tornó en una expresión de pesadilla en ese momento.

La enfermedad de mamá había conseguido arrancarle la cabeza esta vez.

La noche que nevóWhere stories live. Discover now