CAPÍTULO 44

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MALIA

—Miraba con las manos ensangrentadas y el corazón encogido los cadáveres de mi familia, y lo único que podía pensar era que todo era culpa del hombre que tenía en frente, mirando a su alrededor con las pupilas dilatadas.

Mis puños aprietan la tela de la sábana de la cama, pero ojalá me atreviese a apretarle las manos para reconfortarle.

—La gente del pueblo ya lo había escuchado todo, y aunque algunos eran conscientes de que mi padre lo hacía con frecuencia, solo uno de ellos le dio importancia.—Susurra esa última parte, como si no estuviese seguro de que pudiese decirlo.—Un hombre se atrevió a abrir la puerta de la casa, y cuando sus ojos sorprendidos se fijaron en mí, luego en los cadáveres del suelo y finalmente en mi padre, noté el enfado subiendo por su sistema.—Se peina el pelo con sutileza.—Tuvo el valor de abalanzarse contra mi padre, y aunque al principio dudaba de que pudiese llegar a tocar siquiera a mi padre, pasó algo increíble.—Se detiene un segundo, solo para adquirir una sonrisa enfermiza.—Las manos del hombre comenzaron a trabajar en círculos extraños sobre sí mismas, y para cuando me di cuenta, mi padre no podía respirar.

Mi pecho se encoge con fuerza. No puede ser lo que estoy esperando, y solo quiero que él sea quien lo confirme.

—Era Edgar quien estaba pronunciando aquellas palabras extrañas.—Mi pulso se acelera con rapidez de pronto, cuando pronuncia su nombre con delicadeza.—Fue Edgar quien aquella noche me salvó, y quién también sacrificó su destino después de la muerte por mí.

Mi ceño se frunce con confusión.

—¿A qué te refieres con eso?

Me mira de reojo.

—A que un hechicero tiene la oportunidad de ir al cielo al morir, siempre y cuando utilice sus poderes a lo largo de su vida con buenos fines.—Comienza.—Él sacrificó su oportunidad de una vida eterna allí arriba para librarme del castigo de mi padre. Me dio la oportunidad de cuidar de mi hermana pequeña, lo único que me quedaba.

Mi mandíbula se aprieta, casi tanto como el nudo que me impide decir algo.

—Él lo mató, y por ello ahora está en el infierno.—Supongo casi para mí misma pero en voz alta.

Asiente.

—Le estoy mil veces agradecido por ello.

Mis ojos empañados se cierran con fuerza.

—Pero...—Pronuncio de repente, atrayendo su atención una vez más.—¿Qué hay de ti? ¿Tú por qué fuiste al infierno y bueno...¿Por qué acabaste siendo el perro del infierno si no eras sobrenatural? ¿Y qué pasó con tu hermana pequeña? ¿También murió?

Una ligera sonrisa le invade, pero se nota que no es de humor.

—Porque el peor de los delitos es matar, Malia.—Pronuncia.—Eso, y suicidarte.—Prosigue con detenimiento.—Y si encima tú provocas que una persona se quite la vida después de arrebatársela a su hermano, como fue el caso de mi hermana, lo empeoras todo.—Susurra.—En realidad aquellos que dirigen todo allí arriba, consideran peor el suicidio. El regalo de la vida es lo más preciado para ellos, si tú te quitas la vida, lo consideran el peor de los pecados, y por ende te adjudican el peor de los castigos.—Se rasca la barbilla.—Y respecto a mi hermana pequeña, ella vivió una vida feliz hasta que murió. Tengo entendido que fue al cielo, pero claro, yo ahí no puedo entrar.

Sus dedos enlazan los míos con suavidad, inesperadamente.

—Yo maté a mi hermano, y eso fue suficiente como para mandarme aquí.—Dice.—Pero que luego mi hermana se quitase la vida porque yo maté a mi hermano, fue la gota que colmó el vaso conmigo. Después de eso no perdí la cabeza porque tenía que cuidar de mi hermana pequeña, pero tenía razones para perderla.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora