Mis pasos son torpes e inseguros a medida que avanzo entre la gente que se mueve. El humo que se ha acumulado por encima de las personas bailando solo consigue que todo se vuelva más confuso para mí, y aunque intento que las miradas que se fijan en el escote que Rebeca me obligó a vestir a la fuerza no me afecten, terminan haciéndolo cuando absolutamente toda persona que paso de largo me mira al pecho.
Instantes antes.
—Bien...—Sus movimientos bruscos me hacen tambalearme con delicadeza.—Sí, creo que con esto bastará...—Las tijeras con las que trabaja son pequeñas, pero se ve que en sus manos son suficiente como para cortar la tela de mi camiseta.
La forma redondeada que intenta construir en mi escote es algo totalmente inusual en mí, y creo que no voy a soportar cada mirada a mi alrededor en mis atributos femeninos.
Si la reina de los escotes estuviese aquí podría ayudarme, pero seguimos sin tener noticia alguna de Bea.
—Creo que así está bien.—Darío es quién habla a su espalda.
Sus puños aprietan la carne de sus brazos cruzados con sutileza.
—¿Es que no te cansas de insistir?—Dice Rebeca sin siquiera mirarle.—El plan se acordó así. ¿Cómo pretendes que logre llamar su atención con esta camiseta hasta el cuello?
—A mí no me hizo falta mirarle hasta el alma para fijarme en ella.—Insiste.
Rebeca echa la cabeza hacia atrás con cansancio.
—Cielo.—Le mira por encima del hombro.—Vuestra movida, no es un buen ejemplo.
La boca del de pelo castaño se hace una línea recta.
Rebeca se frota las manos cuando deja caer las tijeras, y se endereza cuando sus piernas dobladas comienzan a temblar.
—Eso está mejor.
Me da miedo mirar abajo, pero cuando lo hago, no es algo desconocido lo que veo. Es mi cuerpo, y aunque no estoy acostumbrada a verme así, se siente genial verme así en el espejo de la pared.
—Con esto no dudo en que le podrás llevar hasta la habitación.
Me sacude el pecho con fuerza y descuido, eliminando aquellos pequeños hilos que colgaban de la costura destrozada.
Miro a Darío sonriendo, pero me duele encontrarme con un apretamiento de mandíbula.
—Vista al frente, Eren.—Es Rebeca la que con una palmada consigue llevarse la atención del rubio de golpe.
Una ligera sonrisa tira de mis labios, y cuando Rebeca me agarra del brazo para sacarme de la habitación, coloco mi mano sobre el hombro del perro del infierno. Noto la tensión que agarrota sus músculos.
—Darío.—Pronuncio cuando tan solo me mira de reojo.
Tras un instante con la mirada fija en el suelo, asiente con ligereza.
Me atrevo a depositar un beso en su mejilla, y aunque no parece hacer efecto a primera vista, noto cómo de pronto sus músculos se relajan.
—Si se propasa tan solo lo que a mí me parezca un poco—Pronuncia amenazante, despegándose de la pared de un impulso.—te juro que le arrancaré hasta la última escama de Kanima que tenga.
Una última sonrisa es mi respuesta, justo antes de desaparecer por la puerta impulsada por la rubia del pendiente en la nariz.
Por ello, y por lo predecible que es el sexo masculino, me encuentro a pocos pasos de Liam Wilson y ya he llamado su ingenua atención.
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HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©
RomanceLas puertas del infierno han sido abiertas. Todas las criaturas que han caído del cielo, y las que desde las más profundidades han regresado, tienen una sola misión. Pelo y ojos castaños, constitución aparentemente fuerte... ¿Por dentro? Está hecho...