CAPÍTULO 61

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—No te separes de mí, por favor.—Aprieto la mano de Darío tanto como puedo, mientras ambos admiramos el grupo de gente que se ha puesto a correr en dirección a los secuaces de la gárgola.

—No lo haré.—Dice con la voz ronca.

—Vosotros dos.—Escuchamos a nuestra espalda, al mismo tiempo que los ángeles comienzan a batir las alas hacia los demás.

Un grupo de ángeles portadores de alas negras se echan hacia ellos con fiereza.

Bea es quien abre un grueso libro sobre la papelera.

—Necesito hacer un hechizo para que la rubia no pueda electrificarnos a todos.—Comienza, por primera vez desde que todo esto empezó veo seguridad en ella.—Darío, debes poner las manos aquí. Es importante que quemes esto.

Arranca uno de los trozos del libro y lo pone sobre la mano de Darío. La de pelo ondulado comienza a escribir cosas que no logro entender cuando me acerco a mirar, y cuando termina, Darío cierra el papel en su puño y se convierte en ceniza.

Al poco tiempo, vemos cómo Lucía cae al suelo sin razón alguna.

—Tenéis un Kanima—Interviene Daemon.—¿No es así?

—¿Qué debe hacer?—Es Rebeca la que se acerca y encara al de chaqueta negra vaquera.

—Debe utilizar su líquido paralizante tanto como pueda, no queremos matarlos a...

Pero se detiene, justo y cuando un escalofriante aullido suena a lo lejos.

Miro por encima de mi hombro, y mi corazón se estruja cuando veo a los licántropos en posición de ataque tras Amara. Todos comienzan a aullar de repente, incluso aquel que conocía por ser mi mejor amigo.

Sus garras afiladas arrancan miembros sin remordimiento alguno a medida que avanzan entre las Valkirias, y ellas hacen lo mismo con sus imponentes hachas.

Esto es una masacre, una masacre innecesaria que solo sirve para que Amara pueda saciar su sed de sangre y venganza por la muerte de su hermano.

Me fijo entonces en ella, y luego en la de cabello azul, quien sigue sujetando la gran ola que amenaza con arrasar con todo.

Me muevo hacia lo que parece haberse convertido en un campo de batalla, pero la mano de Darío me lo impide.

—Tengo que acabar con esto, Darío.—Pronuncio desafiante.—Solo yo puedo.

—Malia.—Dice.—¿Por qué crees que ella hace eso? ¿Por qué justo una ola de agua?—Mi boca se cierra con fuerza.—Eso es lo que quiere, que vayas hacia ella. No vayas.

Mi ceño se frunce porque sé que tiene razón, pero aun así quiero ir. Quiero ir porque es la única manera en la que yo puedo ayudar.

—No lo entiendes.—Espeto.—Es la única manera en la que yo puedo ayudar. No voy a quedarme quieta mientras esa ola puede acabar con toda esta gente.

Su garganta sube y baja.

—Iré contigo, entonces.—Dice con determinación.

—¿Es una broma, no?—Me deshago de su agarre.—Oye, Darío—Comienzo.—te quiero, y quiero que esa sucia gárgola pague por todo esto—Paso por alto el hecho de que lo que acabo de decir le ha dejado sin respiración, y no me detengo:—pero esto es algo que debo hacer yo.

Sus ojos me miran con atención, se nota que intentando decir que sí a mi propuesta.

—Además te necesito aquí, perro del infierno.—Es Bea quien habla.

HELLHOUND | Libro I ¡YA A LA VENTA! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora