1. Niña De La Voz Quebrada

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Narra Cepeda

Y allí estaba ella. Con la mirada perdida y la sonrisa apagada, aquella que se había iluminado años atrás a la luz de la luna en una noche de lluvia.

Ya no recordaba la miel de sus labios ni ol olor de su piel. Ahora nos encontrábamos en el campo de batalla, con las armas amarradas por el mango y en posición de ataque. Sólo quería volver a ese momento en el que nuestro único campo de batalla era el colchón y nuestra guerra a ver quién besaba primero. Donde las únicas discusiones eran de quién quería más y las únicas guerras las de nuestras lenguas intentando buscar un recodeco en la boca del otro. Quería volver a ese momento donde sus caricias eran hogar y la luz de su mirada mi código postal. Volver a notar esa sensación de desvaríos fríos, vientos recorriendo pieles y simulando pequeñas montañas con el escalofrío de dos palabras susurradas al oído y a lo que no es el oído. De hielos deslizándose por una nuca que no reconoce y que estremece cada poro de su piel. Y solamente por un te quiero.

Pero no, sabía que no, que ahora nos encontrábamos en una lucha constante, intentando buscar el mínimo detalle para saltar al cuello y reprocharnoslo todo. Nos habíamos roto el alma en pedazos mutuamente, era inútil buscar culpables, pues ambos saldríamos heridos.

No es que no lo hubiera superado, joder, ni mucho menos, tenía una hija de cuatro años. Pero tenía la sensación de que la necesitaba, de que nos necesitábamos. De que necesitaba volver. Volver a ver el milagro que era verla sin ropa. Volver a acomodarme en su pecho y alcanzar la gloria. Que volviera a ser mi musa, mi compás, mi semifusa y mi alegría. Joder, es que fue tan efímero el caminar de su dedo en mi espalda dibujando un corazón.

Los años habían jugado a su favor. Las curvas de su cuerpo eran más marcadas. Iba con un jersey de lana beis, un pañuelo color café y el carmesí sobre sus labios florecido. El pelo recogido en un moño despeinado y aquel flequillo del que los años no habían conseguido deshacerse reposando sobre su frente​.

Volví a levantar la mirada intentando hacer algo de contacto visual, pero ella seguía con la cabeza sumergida en los renglones de la libreta. Estiré los brazos hacia arriba y me desperecé mientras bostezaba.

Con la gira era un caos. Todos los días conciertos, promos, ruedas de prensa, firmas, entrevistas... Era un no parar y estaba reventado. Ya había pisado más de cuarenta ciudades contando las de España, Latino América y una pequeña parte de América del Norte.

Sí, era evidente que mi carrera iba a flote, pero a veces también añoraba las tardes en la terraza de aquel bar de Madrid, con mi café bien cargado para aguantar la temporada de exámenes y mis apuntes a un lado de la pequeña mesa de cristal. Los cuarenta y cinco minutos a pie desde mi casa, pasando por Gran Vía, hasta la estación de metro cargado con la guitarra, el micrófono y el amplificador. Los rechazos de la gente cuando se les acercaba el pesado de la libretita pidiendo que tuvieran un poco de empatía y compasión por aquellos que lo habían perdido todo o que ni siquiera lo habían llegado a tener.

Aitana levantó la mirada por primera vez en toda la mañana.

-¿Ensayamos?- Preguntó rascándose una ceja y apuntando algo en la libreta de apuntes. Asentí y carraspeé la garganta para aclarármela.

El ambiente era tenso. Era una situación bastante incómoda. Evitabamos miradas, escondiamos sonrisas cuando estas se cruzaban sin querer e intentábamos hacer el menor ruido posible al respirar, pues ambos fingíamos ser tan egoístas que ni siquiera queríamos compartir el mismo aire, aunque por dentro lo único que queríamos era compartir la misma saliva, la misma piel, el mismo aliento.

La instrumental empezó a sonar por los pequeños altavoces y una sensación rara me invadió. Era una mezcla entre melancolía, dolor, alegría, tristeza. Deseo, deseo de volver. De que todo volviera a ser como hace seis años. Como antes de perderla. Perderla por ser un completo gilipollas y no valorar lo que tenía delante. Lo que un día fue mío. Porque como bien dijo ella una vez, no te das cuenta de lo que tienes hasta que lo pierdes. Y este era el claro ejemplo.

Aitana comenzó a cantar. Su voz no era muy distinta a la de aquella niña de 19 años. Era un poco más grave, pero la dulzura, la delicadeza y esa arenilla que tenía al cantar eran exactamente las mismas.

Sin querer dejé escapar una sonrisa tímida casi nula al escuchar la frase "yo quiero más". Sonrisa que no pasó desapercivida, pues cruzamos miradas y algo se revolvió por dentro. Recuerdos. Recuerdos saliendo como si de una estampida se tratase. Recorriendo cada uno de los milímetros de mi iris e invadiendo mi pupila por completo. Recuerdos disparandose como flashes en la alfombra roja de los Oscars.

Recuerdos, yo descalzo, ella desnuda. Mis dedos trazando círculos sobre su espalda y erizando así su piel. Los suyos despeinando mi pelo en un arrebato de los suyos; esos en los que me hacía sentir el hombre más feliz de la faz de la Tierra. Recuerdos y ese te quiero mudo pidiendo a gritos salir al exterior para después convertirse en algo efímero. Ese que no se atreve a escapar de mis labios por miedo a no ser correspondido.

-Yo te cuero' más.-

Era algo insignificante que se había convertido en tanto para ambos. No la frase en sí, si no el simple hecho de la razón. La razón por la cual aquel 13 de febrero convertí aquella frase de cuatro palabras en una manera de decirle que por ella estaría esta vida y la siguiente si hacía falta.

Acabamos la canción. Dudando en si chocar nuestras palmas, piel con piel. Porque los dos sabíamos lo que aquello desecadenaría. Miles de sentimientos disparandose. Atropellandose unos con otros luchando por salir al exterior, porque lo que no sabían era que no tendrían ni siquiera un pequeño recodeco por donde escapar. Porque nos habíamos cerrado en banda desde aquella noche. Porque el alcohol y la sinceridad habían jugado en mi contra y a ella tampoco le había temblado el pulso cuando quiso defenderse.

Nuestro amor se había convertido en una puerta, una puerta cuya llave había desaparecido por completo. No servía de nada perder los estribos, luchar con la puerta, hacerse daño. Ni tampoco resignarse a vivir a este lado de ella, soñando con lo que podría haber más allá.

мe acoѕтυмвre a qυererтe || Aiteda [FINALIZADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora