Capítulo 11

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Terminó de aplicar el rímel en sus pestañas comprobando con una maldición por cuarto año consecutivo que era cierto lo que decían: era imposible aplicarlo manteniendo la boca cerrada. Se observó detenidamente en el espejo del baño comprobando que estaba perfecto. El primer año había tenido que maquillarlo Liesl, que era quien lo había liado inicialmente en ese evento anual, el segundo se había ocupado él mismo practicando un poco unos días antes, su amiga no tenía nada de paciencia para eso de maquillar —ni para nada—, y el año pasado ya se las había apañado para que quedara bien, aunque le llevaba mucho tiempo, no dudaba que las mujeres que hacían eso a diario hacían en quince minutos lo que a él le llevaba casi una hora. Metió en un pequeño estuche el pintauñas plateado, el pintalabios rosa pálido, el delineador que había usado en los labios de un tono más rojizo, el suave colorete, el delineador de ojos gris azulado, la sombra de ojos beige y el rímel. Lo guardó en uno de los armarios del baño pensando en que su amiga debería estar al caer para ayudarle con el corsé, que comprimía y elevaba un poco sus pectorales dando la falsa impresión de que tenía un poco de pecho —o eso haría cuando se lo apretaba en condiciones—, y así podría ponerse la larga falda negra con detalles plateados a juego; ya tenía puesta la ropa interior roja semitransparente con una puntilla negra, que aunque no era necesario llegar a ese nivel se lo ponía por un acuerdo con Liesl, ella llevaba unos calzoncillos; una liga sujetaba sus medias y sus pies estaban metidos en unos zapatos negros de tacón de aguja de cinco centímetros.

El timbre de la puerta de su casa sonó y caminó resueltamente, aunque sus tobillos temblaban un poco, para abrir pensando que sería Liesl.

—Pasa rápido, me tienes que ayudar a apretarme esto —dijo al tiempo que abría la puerta, sin asomarse para evitar a vecinos cotillas antes de tiempo, no necesitaban ver su actual ropa interior. Se sorprendió al ver que no era Liesl, sino Ilia, aunque podía estar seguro por su expresión que ella también lo estaba más.

—¿Qué...? ¿Qué haces vestido así? Y... ¿maquillado? —preguntó totalmente descolocada.

Había ido a su casa sin avisarle con la intención de contarle todo lo que hasta el momento no se había atrevido a decirle. Había reunido fuerzas suficientes para arriesgarse a perderlo, también era cierto que había elegido ese día para darle espacio para pensar, ya que en dos días se iba a Barcelona para grabar un anuncio para Tous, no quería que le diera una respuesta apresurada de la que luego se arrepintiera. Pero encontrarlo de esas fachas sin duda la había desconcertado y alejado de sus primeras intenciones.

—Es el Día Internacional de la Mujer —contestó cerrando la puerta. Al decirlo se dio cuenta que eso más que excusarlo podía hacerlo parecer incluso más extraño, por ello se apresuró a añadir—: Hay una fiesta benéfica contra la discriminación de género, voy con Liesl desde hace años. Tienes que vestirte del sexo opuesto.

Ella abrió y cerró la boca varias veces antes de contestar.

—Comprendo. No sabía nada de eso —comentó. Se acercó para acariciar su mejilla libre de barba, extrañándose ante el hecho—. Estás raro sin barba —dijo en voz alta lo que pensaba sonriendo—. ¿Necesitas ayuda con algo?

—¿Sólo sin la barba? —bromeó incrédulo—. Sí, tengo que apretarme el corsé, se suponía que vendría Liesl a ayudarme e irnos juntos, pero... —Se encogió de hombros—. Creía que era ella cuando tú has llamado. Se estará peleando con el cinturón, cada año me viene diciendo que esos pantalones están mal hechos porque se abrochan del lado contrario que los de mujer.

—Puedo ayudarte, tengo experiencia con corsés. —Se ofreció tras reír por sus palabras, al decirlo volvió a pensar en su propósito inicial.

—Vale. El año pasado Liesl casi me mata, seguro que tú eres más confiable —aceptó. Se movió hasta una viga que había quedado en medio del piso cuando tiró las paredes para convertirlo en un loft, todo diáfano excepto el baño, se recolocó el corsé, se sujetó a la columna y miró a Ilia por encima del hombro.

Mi rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora