Capítulo 17

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No sabía cuánto tiempo llevaba en esa posición que le había ordenado adoptar Ilia, y sólo para quedarse así, la mujer se había puesto a ver una película. Él también podía verla, pero no se estaba enterando de nada. Estaba de pie, doblado con la espalda recta en perpendicular a sus piernas y la cabeza arqueada hacia arriba por lo que no podía cerrar la boca. Al tragar el collar con cascabel presionaba más su cuello y sonaba suavemente, ese cascabel era su chivato de que no se movería para girar un par de centímetros la cabeza y que su campo de visión diera para observar a Ilia sentada en el sofá comiendo panchitos. Sus brazos estaban estirados por su espalda hacia atrás, sus manos separaban sus nalgas y dos falanges de dos dedos de cada mano habían sido forzadas a entrar en su ano manteniéndolo abierto para mostrar cuán limpio estaba después de la mortificación de hacerse un enema con una manguera en el baño. En la base de su polla había un anillo con una protuberancia que presionaba tras sus testículos. Los gemelos y los bíceps de sus piernas tiraban, haciendo que sus piernas temblaran a veces y sus brazos dolían por la posición, ya había dejado de sentir cómo su entrada ardía y su erección no había bajado desde que antes de hacerle adoptar esa posición le ordenara masturbarse para ella, haciéndole parar cuando estaba cerca de correrse.

Cuando las panchitos se acabaron Ilia fijó su mirada en Ulrik, no se había movido durante cerca de una hora y parecía que sus músculos estaban en el límite que ella deseaba para que demostrara su obediencia. Sonrió y se levantó cambiando la película por algo de música divertida, perfecta para lo que tenía pensado hacer a continuación con él. Se dirigió al cuarto donde ya tenía preparado todo de antemano se quitó la ropa quedando sólo con el tanga de encaje verde y se puso una camisa blanca de pintora que apenas cubría su culo y dejó sin abrochar los cuatro primeros botones, una boina verde y unas calzas del mismo color que ésta.

Salió de la habitación y rodeó a Ulrik pasando un dedo por su ano abierto, divertida.

—Puedes incorporarte, esta vez te permito mirarme, pero porque me queda genial el traje —dijo dando unas vueltas sobre sí misma.

—Creo que no le hacen falta una mano de pintura a las paredes —bromeó él aunque ella sólo le había dicho que podía mirarla, su cuerpo agradeció el cambio de posición.

—No, no, no, te he dicho mirar no hablar —le advirtió Ilia dándole una cachetada en el culo como reprimenda—. Y no voy a pintar las paredes. Hoy serás mi lienzo —informó empezando a caminar hacia el dormitorio tras hacerle una señal para que la siguiera.

Ulrik observó los botes de pintura y pinceles colocados alrededor de un plástico negro en el suelo y se detuvo a esperar la siguiente instrucción, pensando que tumbarse o sentarse sería la gloria.

—Tienes que quedarte de pie en medio del plástico y no te moverte más que lo que yo te diga, aunque te haga cosquillas. —La forma en que dijo lo último indicaba que le iba a hacer cosquillas seguro—. Pero antes... quiero ese culo en pompa.

Ulrik se inclinó hasta tocar con las puntas de los dedos sus pies. Ilia se acercó con un bote de lubricante en una mano y un dilatador en la otra y los dejó en el suelo. Al subir le separó las piernas y después las nalgas aprovechando para lamer entre ellas.

—Mantenlas separadas por mí.

Él quitó las manos del suelo en las que apoyaba parte de su peso con cuidado de no desestabilizarse hacia delante y sintió los músculos de sus piernas tirar más, llevó sus manos a sus glúteos y los separó dejando ver su ano abierto. Ella lo observó unos segundos y volvió a coger el lubricante. Echó un poco en su ano, lo extendió bien con los dedos e introdujo dos, su entrada era fácilmente accesible para sus dígitos. Echó un poco más de gel mientras movía un poco los dedos e incorporó un tercero y un cuarto. El hombre gimió con los movimientos y se balanceó con cada penetración logrando no caerse. Cuando los sacó lubricó bien el dilatador, que haría con su entrada lo mismo que había estado haciendo él con sus dedos, dejándola abierta para cuando quisiera penetrarla, y se lo colocó perfectamente.

Mi rebelde sin causaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora