Voy a contarles sobre Milton. Me parece lo mejor para explicarles un poco el enojo que tenía en ese momento al ver que el muy idiota había ido a mi país a verme.
Les conté cómo lo conocí, lo sé. Sin embargo, mi relación con él fue de esas tóxicas en las que uno no sabía como escapar. No porque me hiciera daño, sino porque yo no veía a otra persona que no fuera él en mi futuro y Milton me hacía creer que yo solo conseguiría a un chico como él. Me recordaba una y otra vez que era un escritor famoso, que todos lo amaban y que con él conseguiría miles de contactos. ¿Les soy sincera? Ni siquiera era bueno el sexo, la mayoría de las veces me quedaba mirando el techo sin entender qué carajo había pasado.
Milton era el típico neoyorquino que se creía dueño del mundo, el mejor artista del mundo y estaba en la mesa en donde mi mamá solía cortar cebollas y llorar. Obviamente mis sentimientos por él eran nulos, de hecho no quería saber nada, pero verlo ahí trajo algo de lo que no estaba preparada de vivir. Mi vida abandonada en Nueva York. ¿Iba a vivir de recuerdos y corriendo a escondidas de realidades? Tal vez sí.
—¿Por qué estás aquí, Milton? —quise saber malhumorada, porque odiaba tenerlo ahí sin motivo alguno. Miré a Julian enojada, porque odiaba que a veces fuera real—. ¿Le abriste la puerta a un desconocido?
—Me dijo que era tu novio...
—¿Y le abres la puerta a cualquier persona que te diga eso? —pregunté enfadada mientras dejaba mis zapatos tirados por ahí, que limpiara Julian el fantasma nocturno que abría puertas y besaba como los dioses. No quería seguir siendo una sirvienta cuando tenía un esclavo o un encargado de la puerta.
—No creo que hayas tenido muchos novios.
—Me estás jodiendo, ¿no? —quise saber, porque estábamos por pelear y me acerqué a él con el ceño fruncido. Volarían cachetadas, señores y señoras. Por doquier y todas a ese lindo rostro—. ¡No le abras a cualquiera! ¡Esto es Argentina!
—¡Estamos en Lincoln!
—¡Siempre puede existir algún vecino muy simpático que nos quiera robar!
—¿Van a seguir peleando en español? —quiso saber Milton hablando en ese inglés insoportable típico del americano de Nueva York. Lo miré mientras tomaba aire y pensaba en cómo podía matar a alguien sin ir a la cárcel. Era Argentina, seguramente me salvaba de una sentencia justa. Diría que estaba loca, que veía fantasmas. Luego lo mataría. Fácil—. ¿Estás fantaseando con matarme, Shirley?
Resoplé, estúpido psíquico que conocía mi mente a la perfección.
Julian decidió marcharse, al fin, y me senté frente a Milton en la mesa de la cocina. No tenía muchas ganas de volver a ser la Shirley de antes, la falsa americana que todos adoraban en las fiestas. No tenía ganas de ser la latina que a todos les encantaba escuchar hablar sobre su pobre e inseguridad, quería ser la chica en la que me estaba convirtiendo. Milton era un recuerdo, como Mauro lo era para Yanina, y yo no estaba lista para volver atrás.
—¿Qué haces aquí, Milton? ¿Has venido al fin del mundo para verme? —quise saber con desconfianza, porque dudaba que aquello fuera real. Hablar en inglés para mi fue como subirme a una bicicleta y recordar cómo se andaba al instante. Milton me regaló su sonrisa de lado, vaga y confiada, esa que siempre tenía cuando sabía que estaba consiguiendo lo que deseaba. A mí—. No voy a irme a ningún lado contigo.
—Tampoco eres tan importante, Shirley.
—Tal vez para ti no lo soy, pero para otros sí —le respondí de vuelta.
Así era nuestra relación.
Éramos golpe tras golpe, pero no había violencia físico, sino totalmente verbal. Nos insultabamos, nos decíamos cosas hirientes pero inteligentes, aunque él jugaba más con mi incapacidad de sentarme a escribir algo bueno. Milton era más manipulador y cuando yo estaba con él me volvía una especie de camaleón que se acoplaba a su mundo. Él era mi maestro y yo aprendía a lastimar tan rápido como él lo hacía. A veces mi problema es que yo era una persona diferente con todo el mundo, no había una Shirley sola. Tenía muchas personalidad con diferente tipo de personas y no encontraba una que me definiera.
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El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]
ChickLitEN LIBRERIAS CON LA EDITORIAL MIRIFICAS. Cuando Shirley tenía nueve años creó su primer escrito para un taller de literatura que la haría aprobar el año. En ese cuento, creó un personaje basado en su persona, enamorada de su compañero de colegio Ju...