La maldita mancha no quería salir, llevaba quince minutos luchando con ella, pero ninguno dió tregua.
Miré por segunda vez en tres minutos el reloj en la pared, sabía que mi padre llegaría en cualquier momento, lo llevaba repitiendo durante dos días, pero es la verdad, tenía que llegar.
Ya me sentía harta de la mancha, le tiré cloro en un intento de lograr sacarla más rápido, pero nada, fue para peor.
Sabía perfectamente que la sangre no sale fácil de la madera, sólo se trata un intento desesperado para mantener mi mente ocupada.
El cloro comenzó a oscurecer la madera, era lo único que me faltaba.
Me levanté rápidamente y metí el paño junto los limpiadores en el estante, era hora de irme a la cafetería. Mi turno comenzaba dentro de media hora y no pensaba estar otro rato en esta casa.
Subí las escaleras de dos en dos y enté a mi habitación, abrí rápidamente el armario sacando unos jeans y un abrigo.
Me cambié de una manera lenta evitando los dolores de mis costillas, era inevitable mirar como los hematomas estaban ahí, sabía que estarían ahí un buen tiempo, por mi mente pasaba una pequeña sensación de que tal vez nunca desaparecieran teniendo esa gravedad.
Tomé mi mochila con el uniforme dentro y comiencé a buscar las llaves, cuando por fin las veo al lado de mi cama, escuché el golpe de la puerta abriéndose de manera desesperada.
Claramente no quería que llegara, más bien temía de que eso pasara.
Corro a mi ventana con desesperación repitiendo la ya cotidiana acción de saltar por ella, no es una caída que pueda dañarme, por lo menos no ahora, desde los 12 años aprendí a saltar por aquí cada que necesitaba salir y ya son 8 años que mis rodillas lamentan ese día.
Rodeo la casa hasta llegar a la calle, y ya ahí corro rápidamente hasta la esquina, si miraba por la ventana, él ya no podría verme aquí.
Me detuve a recuperar el aliento cuando veo que acaba de llegar el bus a la parada, el último de la tarde. Corrí mientras veía como sólo faltan dos personas que suban para que cierre sus puertas, aceleré mi ritmo tratando de llegar a tiempo en lo que la última persona que se estaba subiendo voltea a verme. Era un chico alto, apenas lograba distinguir sus facciones. Se queda detenido un momento con un pie dentro del bus en lo que me tardo en llegar a su lado, cuando ya estoy atrás de el me hace un ademán para que suba yo primero, lo miro a los ojos y le doy una sonrisa bien ancha. Lo bueno de trabajar en la cafetería durante un año es que aprendí a fingir buenas sonrisas, ya saben, no faltan los clientes que se creen superiores, y como el dinero no me sobra estoy obligada a tratarlos bien.
Me subí rápidamente al bus y me siento en la parte de atrás mirando la ventana, sólo son siete paradas desde mi casa a la cafetería.
Mis ojos estaban por cerrarse cuando veo que ya estamos por llegar, pedí la parada para bajarme rápidamente y caminar al local.
Al entrar vi a una pareja de ancianos y a una chica leyendo ya en el lugar. Son cerca de las doce del día por lo que es usual que no haya mucha gente por aquí.
Me adentré a la cocina y me encontré a Khalil.
— Hola, guapo — le digo pasando por su lado, el voltea y sonríe.
— Llegas cinco minutos antes — rodé los ojos mientras me dirigo al clóset de la esquina.
— Me dicen Puntualidad.
— Nadie te dice así Cora — dice burlón, al ver que no respondo se me acerca — Supongo que ya llegó, ¿no?
— Así es — suspiré derrotada.
— Todo estará bien chica, sabes que toda la vida serás bienvenida en mi casa — responde abrazandome de frente dándome un beso en la cabeza.
— Estaré cinco vidas tratando de devolverte todo lo que te debo — levanté la cabeza para mirarlo a los ojos.
— Pues entonces a trabajar desde ahora que ya se hace tarde — me soltó y dejé escapar una falsa carcajada antes de ponerme el uniforme para salir.Aún está la pareja de señores y la chica leyendo, sólo que ahora hay un chico sentado al lado de una de las ventanas. Agarré un lápiz de la caja y con este me tomé el cabello.
Me acequé al chico rápidamente.
— Buenas tardes, mi nombre es Cora, bienvenidos a Theos — espero a que levante la mirada — ¿Que deseas ordenar? — el chico por fin me mira a los ojos y puedo ver un cierto grado de sorpresa en ellos.
— Te conozco — lo miré dudosa y extrañada, continuó — eres la chica del bus — ha claro que si, era él.
— Gracias por ayudarme hoy — dije amable para esperar que me diera su orden.
— No fue mucho — dijo con una media sonrisa mirando sus dedos un tanto desinteresado.
— ¿Puedo tomar tu orden? — pregunté ya incomoda luego que ninguno de los dos habló.No pasarón ni segundos cuando alguien entra por la puerta, la mirada del chico se dirijó a quien entró y lo imité.
Era una chica, y en cuanto nos ve en medio suspiro llegó a la mesa del chico.
Esto era realmente loco.