Miserrima meam

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Lo dicho, dicho está,
Ha herido al corazón,
Y lo que se dirá,
Será un fatídico error.

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Erick se estremeció al escuchar lo dicho por Sebastián.
No se podía culpar al hombre, escuchar de tu alma gemela, la persona que has amado desde hace siglos, que deberías formar una familia debía ser muy doloroso.

— No quiero hacerlo, gracias por la sugerencia —Habló Muerte fríamente, dirigiendo una dura mirada al demonio.

Esa manera tan indiferente de decirlo ocasionó una pequeña punzada de dolor en el pecho de Sebastián, intentando ocultar su pequeño malestar, sin querer cavó más profundo en la herida de Muerte.

— ¿Por qué no? Estoy seguro de que cualquier mujer estaría encantada de estar contigo —Sonrió de manera forzada el demonio, procurando que su voz no temblara— Y si no quieres a una mortal, puedes conseguirlas aquí o en el Olimpo —Habló sin mirar al hombre, muy en el fondo, le disgustaba imaginarlo junto a alguien más. Para evitar la intensa mirada sobre él, se giró, recostando al bebé en su cuna luego de dormirlo.

Muerte comenzó enfadarse, no con Sebastián, al menos no completamente, si no consigo mismo, era estúpido molestarse por lo que el menor decía, Sebastián no lo recordaba, quizá ni si quiera lo amaba ya, pero Erick no podía soportar que el chico con quien quería pasar el resto de su existencia, le sugiriera que encuentre a alguien más.

— No lo haré y ya —Gruñó Muerte, con la voz algo quebrada. Pasó una mano por su rostro bajando la mirada en el proceso, debía salir de ahí, los recuerdos de los múltiples te amo que había pronunciado Sebastián en vida para él, lo empezaban a atacar, recordándole que quizá no volvería a oírlos.

— ¿Estás bien? —Susurró Sebastián acercándose un poco— Disculpa quizá no debí...

— No...no debiste —Susurró Muerte, alejándose bruscamente de la mano extendida del chico. Él sabía que comenzaba a comportarse como un idiota, pero mientras más se acercaba a su amado, más dolían los recuerdos y las falsas esperanzas.

— Lo siento —Pronunció lentamente Sebastián— Solo pensé que te haría bien conocer a alguien y tener una familia —Sonrió volviendo a extender su mano, rozando la mejilla del mayor con las yemas de los dedos.

— ¡No me toques! —Soltó Muerte, dejando escapar un jadeo de sorpresa y algo de desesperación— ¡Déjame en paz! ¡No quiero tu maldito consejo! No lo necesito —Suspiró tratando de calmarse un poco, pero el demonio no se rendía, la preocupación latente en su pecho por la expresión contraria, lo llevaban a querer consolarlo instintivamente, aunque con sus palabras demostrara lo contrario— ¿Qué no lo entiendes? ¡Aléjate de mi! ¡Me fastidia tu sola y estúpida presencia! ¡Me das asco!

El grito de Muerte los tomó por sorpresa a ambos, Sebastián se sintió herido y algo asustado, los ojos de Erick, ya rojizos de por sí, parecían estar en llamas desde su perspectiva, mientras que el dueño de aquella mirada se lamentaba profundamente de haber dicho esas palabras, jamás podría sentir eso por el menor, no quiso decirlo, sin querer terminó diciéndole a Sebastián lo que sentía sobre si mismo, no soportaba su propia existencia, en momentos así, deseaba haber elegido el ser desterrado al Tártaro, era lo que se merecía como mínimo, así no podría lastimar a la persona que amaba otra vez, le causaba asco su ser tan inútil.

Segundos después, el llanto de Daemian inundó la habitación.
Sebastián lo tomó en sus brazos con cuidado, arrullándolo con delicadeza.

— Sebastián, yo... —Susurró Muerte acercándose a él, extendiendo su mano, a una corta distancia para tocarlo el demonio retrocedió con rapidez, colocó al bebé de forma protectora en su pecho, mirando al hombre frente a si con miedo y algo de dolor.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora