El lobo se encontraba aterrado, todo él ojos abiertos y respiración entrecortada, cuando descubrió que ya no era el amo del bosque. Él, fiera monstruosa de garras y fauces amenazantes que acechan las peores pesadillas de los aldeanos y animales; él, tan inmenso y poderoso, había caído en los agridulces hilos de la titiritera que resultaba ser su más inmenso amor y destrucción. Debería haberlo sabido antes, esa caperuza roja que ocultaba tentación y ojos perversos en una fachada de inocencia sería un peor fin que caer del más alto risco a hileras de rosedales espinosos. Aquella belleza delicada, esos labios cereza y sonrisa siniestra lo acabó por destronar, y bien merecido.
La mujercita rompía las barreras autoimpuestas en besos apasionados en el medio de las tinieblas que suponía su bosque, lo hacía a su vez cuando la opinión del animal claudicaba al verla pedir algo con esa vocecita suya tan deliciosa. Aquella actriz estelar ganó el premio mayor cuando, a pesar de haberla presenciado con otro hombre en pura pasión, la bestia hizo caso omiso y se doblegó a su tacto seductor.
Él, vasallo depredador a los pies de una muchacha, supo de inmediato aquella noche en la que —su sangre manaba de la herida abierta causada por el puñal de la fémina— lloraba derrotado, que esa mujer era el demonio encarnado; sin corazón, fría y calculadora: era ella quien merecía ser llamada monstruo feroz.
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Lo terrible del bosque
Short StoryPobre lobo, que una vez fue Dios y ahora es tan solo restos de un animal domesticado. Drabble.