El acontecimiento

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Murivak y Dorovich, ciudadanos de cuarta clase de una sociedad pacífica y trabajadora. Viven en dónde siempre ha vivido su especie. La ciudad se encuentra casi al centro de la extensión de tierra que parece no acabarse jamás, mires hacia dónde mires. Llega hasta los lejanos montículos que deben ser montañas gigantescas (Montañas a las que nunca a nadie se le ha permitido ir) y pareciera que el mundo sigue más allá todavía, sin un fin probable. Muy poco ha crecido la ciudad en varias generaciones. Los políticos son elegidos por sus promesas de expandir la ciudad hacia las cercanías de las áreas de cultivo o de las recolección; pero una vez electos se topan con la negativa del Sacerdote de turno, máximo líder religioso en la ciudad. "La ciudad prosperará si no se mueve de lugar", recitan a diario en la Iglesia. "La ciudad prosperará si respetamos las tradiciones de nuestros antepasados", puede leerse en la biblioteca principal. "Nuestra ciudad vivirá si seguimos los planes de nuestros líderes" aparece en la entrada al Palacio, sede de la iglesia. Así pues los jóvenes son obligados a deambular por rutas trazadas en la sede del gobierno municipal, en búsqueda de los insumos más esenciales antes que empiecen a escasear. Los revoltosos son obligados a deambular para evitar que provoquen peleas y trifulcas en la ciudad. Los intelectuales son llevados al servicio del Sacerdote para controlarlos. En sí, el lugar en el que Murivak y Dorovich habitan es una ciudad de orden y control. Mayor control no siempre significa mayor orden, pero es normalmente una buena ciudad para vivir, aunque claro los ciudadanos de esta historia parecen no tener ninguna otra opción.

Hace frío afuera. Dorovich y Murivak se encaminan al refugio. Han terminado su jornada laboral obligatoria. Ambos van demasiado callados. Hasta Dorovich que siempre está haciendo bromas y burlándose de quiénes encuentren en el camino no ha dicho mayor cosa durante el trayecto. Casi nunca ocurre un milagro como este, Dorovich en silencio. Murivak sabe que debería regocijarse. Pocas veces Dorovich le permite pensar sin interrupciones. Pero lo que Murivak menos quiere en este momento es recordar las cosas que encontró durante su misión cómo explorador. Decenas quizás Centenas de cuerpos inertes, fríos e inusualmente en perfecto estado, en orden y alíneados pero con el rostro aún mostrando terror, absoluto terror.

Más adelante Dorovich se animó un poco y aunque no dejaba de reír, gritando que la comida les había sentado mal, o quizás se habían pasado de azucar en la bebida de la tarde y que simplemente habían alucinado, Murivak pudo ver en su rostro el espanto y eso le confirmó que no podía ser una alucinación. En la ciudad habían ocurrido muchas muertes antes. Era normal levantarse por la mañana y ver que algún vecino mayor no había llegado a salir del todo de su casa. Pero nunca nadie había sugerido que morir causara miedo, menos aún terror. Dorovich incluso bromeaba diciendo que en su escuela, el profesor murió recitando un poema acerca de la muerte, y cómo de felices se pusieron todos con la excelente actuación del profesor que cayó de espaldas al terminar el poema diciendo "Y murió feliz!". Todos quedaron expectantes, ríendo por lo bajo, algunos suspirando, hasta que pasados unos minutos vieron que el profesor no se movía, pero ni siquiera allí cundió el pánico, simplemente fueron a avisarle al director del suceso, él les dijo que se encargaría y los mandaron a casa temprano. Dorovich pasó al lado del profesor, y le quitó el libro de poemas sin que nadie lo viera. De todas maneras ya no le serviría de nada. Aún lo conservaba recordó, pero también recordó el rostro de todos esos cadáveres y su horrible expresión de terror.

Por la cabeza de Murivak se cruzó una pregunta, estuvo a punto de formulársela a Dorovich, cuándo este gritó que al fin estaban en El Refugio. y empezó a desvestirse de esa manera cómica que provocaba carcajadas a cualquiera que lo viera, se empezaba a sacar una manga de la camisa, luego sin terminar de sacarse la manga, empezaba con el pantalón, lo que provocaba que la manga volviera a su sitio, Dorovich, en su afán de volver a sacarse la manga, se ponía de pie y el pantalón volvía a su lugar casi por vida propia. Al pensar en el espectáculo que Dorovich le brindaría, se le despejó la mente, y la pregunta en cuestión se fue a su subconciente. Pero la molestia que le había causado seguía allí, asustando a Murivak.

Los ciudadanosWhere stories live. Discover now