Cuando le abrieron la puerta entró sin saludar, subió la escalera, cruzó la segundaplanta, llegó al cuarto del fondo, se desplomó en la cama y cayó en coma. Así, libre de simismo, al borde del desbarrancadero de la muerte por el que no mucho después se habríade despeñar, pasó los que creo que fueron sus únicos días en paz desde su lejana infancia.Era la semana de navidad, la más feliz de los niños de Antioquia. ¡Y qué hace que éramosniños! Se nos habían ido pasando los días, los años, la vida, tan atropelladamente como eserío de Medellín que convirtieron en alcantarilla para que arrastrara, entre remolinos de rabia,en sus aguas sucias, en vez de las sabaletas resplandecientes de antaño, mierda, mierda ymás mierda hacía el mar.Para el año nuevo ya estaba de vuelta a la realidad: a lo ineluctable, a su enfermedad,al polvoso manicomio de su casa, de mi casa, que se desmoronaba en ruinas. ¿Pero de micasa digo? ¡Pendejo! Cuánto hacía que ya no era mi casa, desde que papi se murió, y poreso el polvo, porque desde que él faltó ya nadie la barría. La Loca había perdido con sumuerte más que un marido a su sirvienta, la única que le duró. Medio siglo le duró, lo que sedice rápido.Ellos eran el espejo del amor, el sol de la felicidad, el matrimonio perfecto. Nueve hijosfabricaron en los primeros veinte años mientras les funcionó la máquina, para la mayorgloría de Dios y de la patria. ¡Cuál Dios, cuál patria! ¡Pendejos!
Dios no existe y si existe es un cerdo y Colombia un matadero. ¡Y yo que juré novolver! Nunca digas de esta agua no beberé porque al ritmo a que vamos y con los muchosque somos el día menos pensado estaremos bebiendo todos el aguamierda de ese río. Quetodo sea para la mayor gloría del que dije y la que dije. Amén.Volví cuando me avisaron que Darío, mi hermano, el primero de la infinidad que tuve,se estaba muriendo, no se sabía de qué. De esa enfermedad, hombre, de maricas que es lamoda, del modelito que hoy se estila y que los pone a andar por las calles como cadáveres,como fantasmas translúcidos impulsados por la luz que mueve a las mariposas. ¿Y que sellama cómo? Ah, yo no sé. Con esta debilidad que siempre he tenido yo por las mujeres, demaricas nada sé, como no sea que los hay de sobra en este mundo incluyendo presidentesy papas. Sin ir más lejos de este país de sicarios ¿no acabamos pues de tener aquí dePrimer Mandatario a una Primera dama? Y hablaban las malas lenguas (que de esto sabenmás que las lenguas de fuego del Espíritu Santo) de la debilidad apostólica que le acometióal Papa Pablo por los chulos o marchette de Roma. La misma que me acometió a mí cuandoestuve allá y lo conocí, o mejor dicho lo vi de lejos, un domingo en la mañana y en la plazade San Pedro bendiciendo desde su ventana.¡Cómo olvidarlo! Él arriba bendiciendo y abajo nosotros el rebaño aborregados en lacerrazón de la plaza. En mi opinión, en mi modesta opinión, bendecía demasiado ydemasiado inespecíficamente y con demasiada soltura, como si tuviera la mano quebrada,suelta, haciendo en el aire cruces que teníamos que adivinar. Como notario que de tantofirmar daña la firma, de tanto bendecir Su Santidad había dañado su bendición. Bendecíadesmañadamente, para aquí, para allá, para el Norte, para el Sur, para el Oriente, para elOccidente, a quien quiera y a quien le cayera, a diestra y siniestra, a la diabla. ¡Quéchaparrón de bendiciones el que nos llovió! Esa mañana andaba Su Santidad más suelto dela manita que médico recetando antibióticos.
Toqué y me abrió el Gran Güevón, el semiengendro que de último hijo parió la Loca(en mala edad, a destiempo, cuando ya los óvulos, los genes, estaban dañados por lasmutaciones). Abrió y ni me saludó, se dio la vuelta y volvió a sus computadoras, al Internet.
Se había adueñado de la casa, de esa casa que papi nos dejó cuando nos dejó de pasoeste mundo. Primero se apoderó de la sala, después del jardín, del comedor, del patio, delcuarto del piano, la biblioteca, la cocina y toda la segunda planta incluyendo los cuartos lostechos y en el techo la antena del televisor. Con decirles que ya era suya hasta laenredadera que cubría por fuera el ventanal de la fachada, y los humildes ratones que en lasnoches venían a mi casa a malcomer, vicio del que nos acabamos de curar nosotrosdefinitivamente cuando papi se murió.–¿Y este semiengendro por qué no me saluda, o es que dormí con él?