XI. Nada es lo que parece.

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Maratón 2/5

Sus párpados pesaban y sentía que su cuerpo era aún más pesado que un gran saco lleno de toneladas de piedras, y eso, era muy pesado. Sus sentidos se fueron activando poco a poco, primero el olor a tierra llegó a su nariz, el olor a sangre. Sintió su ceño fruncirse, y entonces fue cuando sintió su brazo doler con fuerza además de dos pequeños pinchazos en su hombro y una cosa húmeda allí, pronto su oído logró captar que la cosa húmeda era una boquita que se abría y cerraba además de escuchar el viento silbar y los quejidos de un bebé. Cuando por fin pudo abrir los ojos, notó que una luz la irradiaba frente a ella, cubriéndose un poco consiguió ver lo que parecía ser una salida, llevó su mano a su hombro, pero sintió un bulto que se movía de camino, con una sonrisa tomó al bebé en su brazo y lo miró. Tenía su pequeña boquita embarrada de sangre y sus colmillos estaban fuera delatándolo por completo. -Pequeño bribón.- dijo con una sonrisa mientras lo limpiaba con cautela, en su faena notó que su brazo izquierdo dolía muchísimo, y que moverlo era una completa tortura. -Quizá está zafado, o... Roto- suspiró, por más que fuese un lobo le tomaría un tiempo que una herida así se curase.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se habían dormido, espera, ¿dormido? ¿Acaso no estaban en una cueva buscando la salida? Buscó a la rubia con la mirada, y la encontró dormida a unos metros de ella, tenía algunas heridas en su cuerpo, pero no era nada que no se pudiese curar. Se acercó a ella despacio, le dolía todo, no sabía porqué en ese momento. Cuando llegó hasta ella acarició su mejilla y empezó a moverla despacio. -¿Amor? ¡Amor!- la sacudió un poco, pero la rubia no despertaba. Se recostó en la roca tras ella cansada y cerró los ojos un segundo, fue entonces cuando todo vino a su cabeza en forma de flashes.

***

-La misma que viste y calza.- escuchó la voz de la otra rubia frente a ella y lo único que quiso fue golpearla hasta matarla. Después de lo que le había hecho, era lo que se merecía.

-¡¿Dónde demonios está Madi?!- Gritó enfurecida mientras se lanzaba contra la rubia mayor buscando causarle algún daño, pero parecía más fuerte que sí misma. Eso no la detuvo, empujándola contra la pared empezó a darle golpes en el pecho con fuerza, estos iban perdiendo la intensidad poco a poco, mientras la rubia empezaba a llorar en el pecho de la mayor. Era más baja que ella, por lo que se encontraba un poco encorvada. -Al menos debiste dejarme una razón... ella también era mi hija...- sollozó la rubia dejándose caer al piso sin dejar de llorar. Pronto estaba sola, no había nadie más en la habitación, todo era oscuro y solitario, todo se sentía tan... Vacío. Abrazó sus piernas en una esquina de la habitación y sollozó hasta que su cuerpo no tenía más lágrimas para sacar. Se sentía tan sola y vulnerable, se sentía traicionada y herida. No podía dejar que nadie volviese a hacerle daño, no podía dejar a nadie entrar en su pequeña muralla. No podría soportar otra pérdida como esa. Se abrazó con más fuerza y alrededor de ella se levantó un muro de piedra que la cubrió por completo.

***

Se levantó de golpe en cuanto recordó todo, observó a su alrededor en busca de la bestia, pero lo único que vió fue una mujer de cabellos negros sentada en una roca frente a ella. Tenía los ojos de color marrón intenso y la miraba con una sonrisa. Se le hacía conocida en cierta forma, sus rasgos, su sonrisa, sentía que la había visto antes. -¿Quién eres?- preguntó con cautela mientras abrazaba al pequeño Aden que chupaba ávidamente su manita empuñada.

-Tu madre.- dijo ella con simpleza y sin ninguna duda, Lexa abrió y cerró la boca varias veces sin saber qué decir.

-Mi madre murió en una guerra, apenas y logro recordarla.- dijo con el ceño fruncido. Observó a la pelinegra con atención, se dio cuenta de que su piel era tan blanca como la de Clarke, o quizá más. Podía observar en su sonrisa un par de largos colmillos, y como su piel se erizaba al verla. -Además, es obvio que eres un vampiro.- señaló con el ceño fruncido.

-Ella quiere decir, que yo soy tu madre.- dijo una copia exacta de la mujer frente a ella que aparecía al lado de ella. Esta tenía la piel menos blanca, y no podía apreciar ningún colmillo en su boca. -Disculpa a mi hermana, es un poco fría.- soltó aquella broma mientras extendía su mano hacia Lexa, la ojiverde pudo notar como los ojos de la mujer frente a ella se ponían amarillos por un segundo, y su loba se alborotó en el lugar. Extendió su mano para estrechar la de ella tragando nerviosa. -Mi nombre es Becca, es un placer conocerte Lexa.- dijo con una sonrisa mientras estrechaba su mano con delicadeza.

-¿Cómo... cómo sabes...?- recuperó su mano sin poder terminar de formular la pregunta, aquella mujer la dejaba sin aliento por alguna razón, y aún no sabía cuál.

-Sé el nombre de cada uno de mis hijos, Lexa.- dijo con una sonrisa tierna. -Esta de aquí es Allie, ella es madre de Clarke.- señaló a su gemela, quien regresó a mirar a Lexa con la misma expresión. -Y también del pequeño que llevas en brazos.- señaló a Aden que eructaba justo en ese momento. Allie vió a Aden y suspiró, luego regresó la mirada a Clarke esperando a que despertase.

Lexa retrocedió unos pasos con desconfianza. -Aden es mi hijo, mío y de Clarke- dijo con firmeza, y vio sonreír a Becca. ¿Por qué sonreía? Ella hablaba muy en serio. Lucharía con garras y dientes, literalmente, para que nunca nadie lo alejase de su lado.

-Te explicaremos todo, sólo... Tenemos que esperar a que Clarke despierte...- la escuchó transformarse y vió que se recostaba en el piso, notó también que Allie miraba al lobo de su hermana con el ceño fruncido, como si no aprobase su comportamiento.

-Ustedes dos son muy extrañas.- soltó Lexa mientras volvía con su rubia, y se sentaba a su lado esperando a que despertara. Sería un largo, largo rato. O al menos eso parecía.

Madre Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora