Capítulo 4.

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Los pies le dolían. Le dolían mucho. Le dolían muchísimo. No podía creerse lo mucho que le dolían los pies.

Carolina se había pasado gran parte de la tarde practicando con los tacones. Resultaba gracioso verla con zapatos tan elegantes y el pijama ancho que se ponía para ir en casa. Parecía una princesa choni.

Por lo menos con tanta práctica ya podía andar más o menos normal y no tenía complejo de Bambie recién nacido. Sólo se había caído dos veces bajando las escaleras y había decidido no bajar otras en toda la noche.

Tumbada en la cama intentaba autoconvencerse de que el alcohol haría su trabajo y pasaría de ver las estrellas a cada paso a creer tener dos nubes de algodón por pies. Tal vez no sería tan exagerado pero entendéis el concepto.

Al mirar el reloj y darse cuenta de lo tarde que era salió corriendo al baño para recogerse el pelo y arreglarse un poco.

No se hizo nada muy complicado, solo se lo colocó un lado sujeto con unas pocas orquillas. Solía ir con el pelo suelto pero sabía que su amiga no iba a aceptar eso. Rápidamente, se pinto raya negra bajo el ojo y rímel en las pestañas.

Se enfundó en el vestido y contempló el resultado en el espejo.

Era una prenda sencilla; toda negra salvo una estrella blanca muy pequeña en la esquina inferior izquierda y un cinturón plateado que se había añadido. De tirantes muy finos y algo de escote. Le llegaba hasta la mitad del muslo y resaltaba sus piernas moldeadas por el deporte.

Una vez lista tuvo que ir a pedir permiso a su padre. Se observó en el espejo y su reflejo le devolvió la mirada de seguridad y la sonrisa falsa que ya no se distinguía de la verdadera.

Tomó aliento para armarse de paciencia y bajó con los tacones y el bolso en la mano.

El hombre estaba viendo la televisión con una lata de cerveza (y unas cuantas llenas en la mesa en la que también apoyaba los pies) ya vacía en una mano y un montón de palomitas en la otra.

Por la mirada ausente probablemente no se estaba enterando de lo que veía.

-¿Me acercas otra lata?- preguntó al oírla llegar.

"¿Demasiado cansado de vivir de la herencia del abuelo?" Quiso escupirle su hija. Sin embargo accedió, como una buena niña obediente que no volvería a ver una vez se hiciera mayor de edad.

Sus abuelos paternos habían conseguido crear una gran empresa de grano de la cual estaba viviendo su padre sin pegar un palo al agua.

-Gracias- murmuró el hombre mientras la abría. Tras darle un largo sorbo añadió sin siquiera mirar a su hija-: No te he visto en todo el día, ¿por qué no te sientas un rato conmigo?

"Porque no quiero estar contigo"

-En realidad iba a salir- le corrigió.

-¿Salir? ¿a dónde?

-Al pud... al pueblo ese grande de aquí cerca.

-¿Ah si?- se rió irónicamente enfrascado aún en el televisor- ¿y cómo piensas ir? Porque yo no pienso llevarte.

Carolina levantó ambas cejas como acto reflejo de la indignación que sentía. Tendría otras cosas que hacer y tal...

Se imaginó por un momento como estallaba la cabeza de su padre por arte de magia y se calmó. ¿Exagerado? Nah. ¿Quién no ha querido decapitar a su padre en algún momento de su vida? ¿la gente normal? Mentira, de eso no hay.

-Iré con Paula, se acaba de sacar el carnet.

El padre tuvo que pensar un momento para saber a quién se refería. ¿Por qué iba a recordarla? Solo la conocía desde que nació y jugaba con su hija a las muñecas cuando sólo eran unas niñas. *Nótese el sarcasmo*

La felicidad no tiene nombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora