Capitulo 3

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Tocan la campana del colegio. Estoy sentado en mi asiento, ansioso porque llegue el momento. Y el momento llega. La puerta se abre, aparece ella, la maestra. Viste distinta que ayer. Falda ploma y una camisa negra. Le queda muy bien todo. Sus labios rojos la destacan por sobre las demás. Nunca vi labios así, nunca quise tanto, besar unos labios.

—Buenos días alumnos.

—Buenos días señorita.

Saca el libro de clases y comienza de inmediato el dictado de los ejercicios de esta mañana. Los anoto uno a uno, feliz. Nunca estuve tan feliz y emocionado en una clase. Es una locura. Una locura que tiene nombre de mujer.

Se levanta de su asiento, y comienza su paseíto por los pasillos de la sala. Estoy muy nervioso. Aguardo ansioso que llegue a mi lado. Escucho sus pisadas. Las huellas de sus tacones altos se aproximan a mí. Mi corazón palpita con rapidez. Anoche soñé con esto. Soñé que llegaba a mi lado, y se detenía. Me preguntaba si había aprendido la lección. Le respondía que tenía una duda respecto de un ejercicio. Ella se agachaba. Se acercaba tanto, que sentía el roce de su cuerpo al mío. Qué maravilla. Desperté agitado esta mañana.

—Listo alumnos. Tienen 15 minutos para desarrollar los ejercicios. Igual que ayer, elegiré a cuatro alumnos para que hagan esos ejercicios en el pizarrón.

—Ayúdame —le suplico a Sergio.

—Terminé el primer ejercicio —me muestra el cuaderno y yo copio número por número. Así continuamos, hasta que solo faltan cuatro ejercicios.

—Apúrate Sergio.

—Lo hago, lo hago.

Sergio es el cerebrito, confío mucho en su capacidad cerebral. Miro a la profesora. Nuevamente tiene la punta del lápiz entre sus labios. Estoy en el paraíso.

—Listo alumnos —saca la lista de curso y comienza a nombrar al azar.

—Astudillo.

Uno menos.

—Brito.

Otro menos.

—Castillo.

Listo, solo falta uno y me salvo. No creo tener la peor suerte del mundo, de ser llamado una vez más al pizarrón.

—Y Valente.

No puedo creerlo. Me he convertido en la obsesión de la nueva maestra. No es justo, soy al único que obligan ir al paredón dos veces seguidas.

—Sergio, necesito el último ejercicio...

El rostro de mi amigo me lo dice todo: no alcanzó a resolver el ejercicio. No lo puedo creer. Me levanto, no me queda otra que dar la cara y esperar que un milagro ilumine mi mente. Camino hacia el pizarrón. La maestra no me pierde pisada. De seguro ya se está imaginando lo que vendrá. Llego, tomo la tiza. Miro a quien tengo a mi lado, es Castillo, otro cerebrito. Escribe y escribe como si estuviera recitando una oración. En cambio yo, no sé ni siquiera como empezar. Miro hacia atrás, a Sergio. Lo veo mal. Luego miro a la maestra y me doy cuenta que no me quita los ojos de encima. No podré hacer trampa esta vez. Entonces, no me queda otra que resolver por mi mismo el ejercicio. Anoto un número, luego otro, después otro más. Estoy asombrado. Nunca pensé que podría resolver un ejercicio así de complicado. Dejo la tiza a un lado, y aguardo feliz que la maestra lo revise. La profesora se para de su asiento. Mira el ejercicio de mis otros compañeros.

—Muy bien Astudillo, lo felicito.

A continuación, felicita a Brito y a Castillo. Los tres se van a sentar. Quedamos ella y yo. Observa detenidamente el ejercicio. No me gusta la cara que tiene.

Mi nueva maestraWhere stories live. Discover now