TEXTO 10

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Abrió los ojos una vez más. Como el viento rozaba amargamente en su cara tenía que cerrarlos más o menos cada cierto tiempo, y era tan frío que ya tenía los labios partidos.

Se hundió más en lo profundo de su corazón mientras sus codos descansaban sobre el barandal. Estaba hasta lo más alto que se podía llegar del edificio más alto, de su pequeña ciudad.

No se sentía bien, ni mucho menos tenía el más mínimo humor para pasársela conversando, aunque admitió dentro de su cabeza que le gustaría tener con quien charlar. Alguien que por lo menos, fingiera interés en oír, lo último que tenía que decir.

Se rascó la cabeza con la mirada bien perdida en las luces del fondo, que se abrían en increíbles ríos de poco silencio, mucha melancolía y gente por doquier. ¿Cuánto les importaría ver el pavimento coloreado en rojo?. Escupió y no soltó la atención hasta que la saliva se perdió en el concreto. Sonrió.

No, ese día ya le valía un puto comino que sucediera con el mundo, por que había decidido acabar con su mundo. Toda esa mierda que le consumía poco a poco hasta llevarle hasta este punto. Acabar con su vida y esa horible pesadilla en la que le tocó vivir.

Se levantó de las frías rocas del barranco y se asomó al precipicio.

Y solo saltó. Dejo que el viento corriese entre la puntas de sus dedos y le azotase el pelo bruscamente. Solo pensaba porque lo hizo, todas esas lágrimas ya daban igual.

Iba hacia una vida mejor.

Diarios de una anorexica suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora