Pecado por @Phoenix_AG

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Ya despuntaba en el cielo el único "sol" para aquellos seres malditos que nunca podrían ser acariciados por los rayos del sol mortal

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Ya despuntaba en el cielo el único "sol" para aquellos seres malditos que nunca podrían ser acariciados por los rayos del sol mortal. La luna, tímida como lo fue la de aquella fúnebre noche, se escondía tras las nubes que le servían de velo.

Su luz acariciaba la gélida piel de sus hijas, atrayéndolas, seduciéndolas y hechizando a la más veterana de ellas. La sangre, aquel preciado fluido que le permitía mantenerse con vida, si es que se le podía llamar así... Se deslizaba todavía por su cuerpo, derramándose en la comisura de sus labios y aventurándose entre sus pechos.

Un leve rumor fue captado por sus finos sentidos, un rumor que se convertía en ruido, en bullicio, en corazones palpitantes, corazones que bombeaban sangre más cerca de ella de lo que le habría gustado. Echó la vista atrás solo para confirmar las sospechas que había tenido desde su llegada a aquel lugar. Su pupila, todavía neófita, inexperta y sedienta la miraba fijamente a los ojos, ojos que le exigían más, más de lo que una panda de aristócratas habían podido darle. Que saciase su sed era lo justo después de todo, había sido ella quien la había convertido, quien la había condenado... Y la única culpable de que los blancos ropajes que una vez lució como símbolo de su pureza se hubiesen teñido con el color de su nuevo alimento.

— El corazón de Nueva Orleans...—. Musitó, todavía lamiendo sus dedos con el erotismo que tanto encandilaba a su maestra en las mujeres jóvenes y que, sin embargo, no le había ayudado a captar su interés.

— ¿Acaso no has tenido suficiente, Lithia?

— Quiero más... Déjame ir, sentir los latidos de sus corazones bajo las yemas de mis dedos, su respiración entrecortada, clavar mis colmillos en sus yugulares... Escuchar cómo gimen... ¿Por qué no me dejas acercarme al corazón de Nueva Orleans?, ¿qué nos puede satisfacer más que un corazón que bombea sangre? Mucha... Sangre...

Ember bajó la cabeza, dejando que sus voluminosos rizos, tan oscuros como la eterna noche en la que vivía, ocultasen su rostro, el rostro que desde aquella noche de tragedia se veía obligada a lucir. La imagen del diablo, del mal, de un monstruo infame cuya vida era un mero engaño... Una forma de decirse a sí misma que tenía algo que hacer en el mundo si el señor no la había llevado todavía en su gloria, pero no lo había. No hay lugar al lado de ningún dios para aquellos emisarios de la muerte que alargan su agonizar arrebatando la vida de los inocentes.

Si Dios había alguna vez escuchado sus plegarias, había dejado de hacerlo hacía demasiado tiempo. Era irónico... En su momento, perdida en un río de sangre, siendo azotada por un mar de desesperación y soledad... Había llegado a preguntarse: ¿Por qué?

Ella había sido una mujer de fe, de oración y de respeto. Dios tendría que haber estado de su lado, que haber ayudado a su hija y perdonado el único pecado que, a sus ojos, podría haber cometido: Amar a una mujer.

Siendo ella una muchacha de clase baja, tenía prohibido, si quería ser una digna hija del señor, desear el amor de una dama, ansiar sus caricias, querer ceder ante la pasión pecaminosa que ejercía sobre ella una atracción fatal hacia su cuerpo.

Y por ello, Dios la castigó, condenándole a una eternidad de miseria y desdicha, nombrándola hija del diablo, emisaria de Lucifer, un ser obligado a amar lo que destruye y a destruir lo que ama. La castigó en una noche en la que la luna despuntaba sobre la calle Bourbon, siendo testigo de la consumación del castigo.

Bajo la ventana de su amada, deseó por primera vez su cuerpo de la peor de las formas en las que podía desearlo. Sus fantasías le llevaban a ansiar clavar sus colmillos en el inocente y joven cuerpo de la muchacha, absorber toda la vida que nunca podría compartir con ella de otra manera.

La luna se burlaba en el cielo, mientras el bullicio de la calle Bourbon iba in crescendo, obligándole a balancearse en la cuerda floja de la moral propia de los mortales. Matar para sobrevivir, sobrevivir, para seguir matando... Esas eran las opciones que su dios le había dejado antes de abandonarla a su suerte.

Ember alzó la mirada, la mirada de un monstruo... Sobre la ventana de su amada, la luna le observaba, observaba cada movimiento, cada duda que le impedía ceder ante sus nuevos impulsos y consumar su amor, dejando que la sangre de su amada le aportase la vida por la que a partir de ese momento tendría que luchar.

Pero no lo hizo, por el fantasma de la fe que una vez tuvo, por la poca moral humana que le quedaba, por temor, porque nunca se lo perdonaría... Porque la amaba y nunca podría decírselo....

Por ello, su declaración de amor fue lo más valioso que le podía regalar a una chica de clase alta que todo lo tenía: La vida. Cada día que la joven viviese sería su obsequio. Y cuando sus días de vida llegasen a su fin, entonces podría dormir por fin junto a ella.

Había luna, y a su amada le prometió que nunca vería su sombra ni escucharía el sonido de sus pies cuando esta brillase sobre la calle Bourbon.

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