Capítulo I

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La sala del hospital estaba tan oscura como todas las ocasiones que tuve la necesidad de visitarla. Recuerdos vagos pasan por mi mente, como aquella vez en la que mi madre estaba acostada en esa camilla, con la mirada cansada y la piel fría. Esta vez es diferente, aquella mujer no es mi madre, es Victoria, mi esposa. Sus profundos e incesantes gritos se oían por todo el pasillo, perdiéndose entre el bullicio de las otras pacientes. Me costó un par de minutos notar la ausencia de la voz de mi mujer, para sentir los llantos de él. Una sensación inefable recorrió como una ola todo mi cuerpo: Nació. “En la sala de un hospital a las 9:43 nació Simón” escribí en mi diario.

El ardiente sol era el causante de mi mal humor diario. Aquí en Barranquilla el sol inunda toda la ciudad durante Julio, pero este verano es diferente. “Verano del cincuenta y tres, Barranquilla, treinta y cinco grados, dos grados más que los años anteriores” anoté en mi diario. La tentación de salir antes del trabajo y llegar a casa eran más influyentes en mí que las reuniones que tengo hoy. Simón era mi orgullo, la única razón por la cual mi mal humor de verano se suaviza. Tantos años en la espera, pero ya llegó la hora y puedo decir con total libertad: ¡Es varón! ¡Simón es un gran varón!

Hoy era el gran día, pero mi hijo prefirió encerrarse en su habitación. Pocas veces lo he demostrado, pero le quiero. Peleamos la semana pasada, como de costumbre, y le castigué como era debido. Su padre soy yo, y la mano dura no es suficiente para mí. ¿Cómo mi hijo va a retarme? ¿Cómo se atreve a opinar si ya le dije como son las cosas? Todo lo que yo diga es correcto, y él debe obedecer acríticamente porque es mi hijo, y yo soy su autoridad. “Cumpleaños número quince, no salió de la habitación porque le golpee cuatro veces ayer” escribí en mi diario.

Quería entrar a la universidad, según él era su sueño más grande. Supongo que es una más de sus tonteras y en unos días se le pasará la ilusión. Lo más torpe es la carrera que quiere seguir: cinematografía. Cada que lo recuerdo sentimientos de ira y burla me invaden. Ya hablé con Victoria, y como es usual, no puso resistencia alguna. Simón estudiará lo mismo que yo, que lo escuche bien. Tendrá que ser un gran varón, como yo.

Han pasado exactamente tres años desde la última vez que le ví. Se fue, olvidando todas mis palabras. Un país extranjero siempre fue lo que Simón quiso, y al parecer lo logró.

Boté a Victoria de la casa, era insoportable escucharla llorar porque extrañaba a su hijo. Ella debió de esperarme, ya que estoy a punto de hacer lo que por mucho tiempo me rogó: visitar a nuestro hijo, mi peor orgullo.

Sabía que en aquel lugar vivía ahora mi hijo. Me acerqué a la reja oxidada y toque un par de veces el timbre. Cuando uno es padre necesita hablar con los hijos, se les necesita. La vieja casa frente a mí parecía a punto de derrumbarse, pero eso no impidió que de la puerta principal saliera una mujer. Caminó hacia la reja que nos separaba, pero no la abrió. Usaba falda, lapiz labial y una inmensa cartera negra. Antes que mi corazón se llenara de odio y repugnancia, la mujer pronunció lo siguiente: “Hola papá, ¿Cómo te va? No me conoces, yo soy Simón. Simón tu hijo, el gran varón”.

La gente hablaba, hablaba mucho. Señalaban, y yo se por qué razón. Que pésima decisión fue haber engendrado a ese ser. Han pasado seis años desde que lo ví por última vez, y qué cortos se me hacen seis años comparados con el resto de mi vida. “No lo conozco” apunté en mi diario.

Estoy muy viejo, supongo que la vejez me hizo ceder un poco. ¿Pero que iba a hacer yo? No lo veo hace once años, y no me escribe hace siete. No se el paradero de Simón, no tengo ninguna llegada a él. “Estoy furioso” se puede leer en mi diario.

Nunca olvidaré el día de esa triste llamada.

“En la sala de un hospital, de una extraña enfermedad, murió Simón. Es el verano del ochenta y ocho, al enfermo de la cama diez, nadie lloró” tracé en mi diario.

“No se puede corregir a la naturaleza” “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” “El que nunca perdona, tiene destino cierto de vivir amargos recuerdos en su propio infierno” fueron las vagas palabras que mi mente era capaz de juntar, a pesar de mi gran dolor.

“VIH” fue lo último que escribí, para dejar caer el lápiz sobre el frío cemento de mi solitario hogar.

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⏰ Última actualización: Aug 16, 2019 ⏰

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