Estoy pensando en ella otra vez, amo su sonrisa, sus grandes ojos, su rostro despistado y sus orejas pequeñas, sus blancas manos, todo de ella me hace admirarla.
Estoy pensando en ella y no sé que debería hacer, siento que enloquezco cuando la pienso, mi cabeza gira, mi piel se estremece, mi corazón se acelera y sé que no se nada sobre lo que ella produce en mi.
No quiero hacer nada por ella, ni siquiera pensarla, no valdría la pena botar mis energías en sus extrañas formas de pensar, de no sentir, de no querer, ella me odia y no se porque lo hace y yo la odio en frustración por no entenderla y aceptarla.
Ella es tan rara, que se mete en mi pensamientos sin siquiera invitarla, no se imagina lo que causa en mí, el idiota en el que me he convertido cuando la miro, cuando la escucho, cuando la extraño.
Ella que quizás nunca se enterará de mis adicciones por ella, que ha tocado mi corazón de manera tan particular, que ha erizado mi esencia, ha movido mis cuerdas vocales, que se quedan en silencio cuando la admiran, que quiero soñarla, besarla, tenerla y si pudiera ser el dueño de todo de ella, también la mataría de amor.
Pero ella ha frustrado todo mis intentos y soy un masoquista caprichosos que se aferró a esa tez clara y esa piel suave, a esos ojos cafés y a sus labios que me provocan todo el tiempo, a esa personalidad arrogante y esas palabras tan extrañamente dulces que me derriten el alma en el paladar de sus ironías.
No sabemos de lo que somos capaces hasta que anhelamos algo, como una necesidad y ella es ahora eso, todo por lo que cambie mis hábitos, sólo para fundirme en la locura de su esencia una vez.