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"Horas" parecía una palabra demasiado general para describir el tiempo malgastado. Resultaba molesto que tanto tiempo de búsqueda inútil y de frustración se resumieran en una simple palabra de dos sílabas y cinco letras. Frustrante por muchas razones y por ambos lados. Para Yoongi porque ni siquiera sabía qué debía pensar. No sabía si debía querer que Seokjin volviera a su casa o que se quedara. Tal vez quería ambos.

      Para Seokjin, porque probablemente lo único que quería era volver con su familia, supuso Yoongi. Dejar de encontrar algo desconocido y sinsentido en cada esquina. Y lo peor de todo llegó cuando llegó al punto donde sabía se alzaba su casa, junto a la parte exterior donde tenían los caballos. Junto a la casa de los vecinos, que vendían plantas curativas y frente a la casa del ebanista y su mujer, que cada mañana salía a pasear y saludaba a Seokjin con una sonrisa agradable. Aún recordaba que de vez en cuando le avisaba de los peligros que tenía el subir a la montaña. Podía recordarlo todo. Incluso el sonido del afilador presionando los cuchillos contra la roca por las tardes. Cada mínimo detalle de aquellos veinte años de vida seguía aún en su memoria y sin embargo, claramente, allí no había una sola prueba de ello. Ni un mísero escombro que pudiera reírse de él se encontraba en el solar abandonado. Completamente seco y árido. Esa no era la Gwacheon que conocía.

      Sus ojos se movieron hacia Yoongi, ubicado a sus espaldas, quien encontró una masa enorme de miedo alojada en sus pupilas.

      —Yo... —Intentó pronunciar. —Estaba aquí, estoy seguro. Este es el lugar.

      El rubio asintió con una sonrisa extraña que Seokjin no pudo identificar y se acercó a él, extendiendo la mano.

      —¿Puedes dejarme tu regalo otra vez? —Preguntó, encontrando una mirada confundida cuando llevó sus orbes a las facciones de Seokjin. Llegados a este punto, ya se había acostumbrado a esa mirada. —Te lo devolveré. —Prometió.

      Seokjin sacó dudoso su placa de cuarzo y la extendió a la mano pálida.

      Yoongi la examinó de nuevo, pasando los dedos por el grabado artesanal. Con un suave pulido, la piedra se vería como nueva.

      —¿Te la grabaron aquí? —Preguntó, girando el grabado hacia él, mostrando los números expuestos.

      —Sí. Justo allí. —Afirmó, levantando el dedo, señalando a otro solar donde Seokjin ubicaba la casa del grabador, quien recordaba, tenía un taller en la parte trasera donde por un módico precio era capaz de grabar lo que fuera en casi cualquier cosa con una precisión increíble.

      Yoongi sonrió, siguiendo el dedo hasta... Otro espacio más en medio de la nada.

      —Sinceramente, no te creería si no lo hubiese visto por mí mismo. —Concluyó, acercándose un poco más al azabache, quien ahora fruncía el ceño. —Te seguí hasta aquí. —Admitió. —Vi parte de lo que supongo era tu casa... ¿Allí? —Preguntó señalado junto al arrollo, el último trozo de explanada antes de llegar a la montaña. Donde Seokjin se había parado cuando llegaron. Inmóvil. Petrificado.

      Seokjin asintió, mordiendo su labio inferior. Aunque el miedo de lo que Yoongi podía pensar de él ante las pruebas de que lo que había dicho todo aquel tiempo era mentira había desaparecido, aún habían demasiadas cosas que no entendía.

      —También vi a alguien contigo. Parecía menor que tú.

      —Mi hermano. —Dijo rápidamente, recordándose yendo hacia él por encargo de su madre, algo antes de caer al lago. —Se llama Taehyung.

      El rubio asintió, trayendo a sus recuerdos el nombre que Seokjin había pronunciado hacia el chico antes de alejarse arroyo abajo.

      Yoongi tomó aire, jugando con la piedra aún entre sus dedos.

Trough The Time °°Yoonjin°°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora