Capítulo 8 🏹 Castigo

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Kaly no pudo dormir ni siquiera un poco, a pesar de que algo le decía que necesitaría fuerzas para enfrentar los disgustos que le sobrevendrían.

Después de aporrear la puerta una y otra vez con furia, decidió tenderse en el lecho al ver que nadie acudiría y estaba segura de que al otro lado, había guardias custodiándola. Intentó dormir pero la angustia no le dada tregua. Se decía una y otra vez que cuando Bastenon llegara de las Islas, si es que de verdad estaba ahí, se enojaría al enterarse de lo que había ocurrido pero entonces, ella le explicaría todo y, al final, él comprendería.

Sin embargo, a medida que el día clareaba y se oía el canto de los pájaros, Kaly iba perdiendo la tranquilidad y su mente se burlaba de ella, recordándole que la forma en la que había procedido apuntaba a que sus planes eran para escapar y que es probable que el Rey estuviera enterado por Orfela, de que ya había intentado huir antes.

Miró la mezcla pastosa que le había dejado Xaro junto con un poco de agua, y la estrelló contra la pared en un acceso de rabia. El caballero comandante era el único que entraba y salía de la cámara y parecía haber amurallado sus oídos a todo lo que dijera ella, porque sin importar cuánto le había repetido lo que en realidad había ocurrido, él no decía nada y ni siquiera la miraba a los ojos. Todavía recordaba con una mezcla de impotencia y humillación la forma en la que la arrastró por todo el castillo, amordazada, atada y luego le había echado la capucha de la capa sobre la cabeza para que los demás habitantes del castillo no supieran quién era o la escucharan gritar.

Tenía la boca reseca y se bebió toda el agua mientras observaba la sopa resbalar por los muros.

Un chasquido brusco le anunció que alguien se acercaba y la puerta se abrió con brusquedad.

—El Rey acaba de llegar y lo he puesto al tanto de lo que ha ocurrido. Me ha pedido que la lleve al patio de armas abandonado — fue todo lo que dijo Xaro, acercándose a ella y tomándola por un brazo. Echó una mirada indiferente a la pared embarrada de sopa —. No voy a atarla, mi señora, pero si grita o intenta correr, puede tener la certeza de que lo haré.

Kaly miró a Xaro y asintió, resignándose a que él no iba a escuchar ninguno de sus argumentos. Sólo imaginaba qué le habría contado el caballero a Bastenon y cómo habría reaccionado él.

Abandonaron la cámara y descendieron los peldaños de piedra, seguidos de tres Capas Blancas. A ella tanta vigilancia le parecía absurda, teniendo en cuenta que aunque quisiera huir, no llegaría muy lejos. Lo que deseaba más que nada en ese momento, era ver a Bastenon y contarle toda la verdad.

Los mozos, caballeros y sirvientes hacían reverencias a Kaly cuando se topaban con ella y entonces comprendió que sólo Xaro y los Capas Blancas estaban al tanto de lo que pasaba. Aquello, de alguna forma, aumentó la sensación de angustia que ya empezaba a apoderarse de ella.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora