Lirios

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Dedicado a una de las lectoras más bellas de la plataforma <3


Advertencia: Antes de empezar quisiera aclarar que esta historia toca el tema de los trastornos depresivos, por lo que si no estás cómodo leyendo sobre esto, por favor, no continúes.

Disclaimer: Los personajes pertenecen al grande Hidekaz Himaruya 

                                                                                                   I

Las estrellas parecían reírse en voz baja de él. Con frecuencia solía preguntarse si aquello valía la pena. El insomnio y la universidad se habían convertido en dos demonios que lo acompañaban a todos lados. Los brazos le pesaban y los ojos cansados no veían  el momento de llegar a casa y dormir. Oh, pero entonces, otro día tenía que comenzar. Esa era la parte horrible del final del día, saber que había un después del final. 

Al llegar a su puerta, no retuvo un suspiro y con molestia empezó a buscar las llaves. Puso en el suelo su mochila, y palpando sus bolsillos, las encontró. Estaba por colocarla en la cerradura cuando una voz lo petrificó.

—Entrégueme esas llaves.

Al reconocer la voz espinosa. Se volteó con rostro hastiado a su casera, quien tenía los ojos sobre él y la mano extendida. Arthur hizo un intento de sonrisa.

—Buenas noches, Sra. Wells. ¿Por qué quiere mis llaves?

—Buenas noches, Arthur. Mira, querido, ya no son tus llaves —Despacio, abrió su mano y se las quitó—. Te di plazo hasta tres meses para cancelar, y no lo has hecho.

Pasó un dedo por el párpado recordando de repente que aquel día tenía que pasar por el banco. Lo había olvidado por completo.

—Le puedo pagar el viernes, Sra. Wells.

—Eso dijiste la vez anterior.

—¿Al menos me puedo quedar esta noche?

—Me temo que no. Hoy viene el inquilino nuevo.

—¿El inquilino nuevo?—Entonó consternado—. ¿Qué hay de mis cosas? Tengo que recogerlas.

—Ah, de eso no se preocupe, querido. Ya está aquí todo empacado. —Se apartó con una dulce sonrisa, como si detrás de ella se encontrara una sorpresa grata. Había empaquetado su vida en una triste caja con libros y una maleta.

Los ojos verdes no solo encerraban cansancio, ahora también se mezclaba un usual coraje.

—Que amable de su parte. —Tomó su valija.

—Arthur, querido, si desea puede quedarse en mi casa hasta que encuentre un apartamento.

—No, gracias. Estoy perfectamente. —Sus palabras se imprimieron tozudas.

—Ya veo. ¿Si tiene un amigo por aquí, no?

—¡Oh, sí, sí! —Se apresuró en aclarar mientras sacaba su celular de la chaqueta.—Ahorita  voy a llamar a uno.

—Menos mal —dijo con una sonrisa convencida por sarcasmo del universitario—. Buenas noches.

Le despidió con la mano antes de desaparecer detrás de su puerta. Arthur, con el celular en mano, chequeó sus menguantes contactos. Su madre, la casera y un profesor de la universidad al que, una vez, tuvo que enviar un correo. Con una mueca agria, volvió a guardar el aparato y tomó sus cosas. Amigos. Los había dejado a todos en Inglaterra cuando decidió llegar a esa maldita ciudad.

Después del Invierno (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora