Zona de iniciación (I)

889 95 5
                                    

Se quedó un rato mirando lo que había sido la cueva de la que había salido. El derrumbe la había asustado y sobresaltado, pero no tanto como su significado. No había vuelta atrás.

No dudó ni por un momento de que aquello era la realidad, de que estaba dentro del juego, de que no había sobrevivido a la operación. No sabía cómo, pero lo sabía, estaba completamente segura de ello.

Otros hubieran pensado que era un sueño, pero no ella. De alguna forma, siempre había sentido una extraña conexión con aquel mundo de fantasía, y ahora sabía que era real. Volvió la mirada hacia la enorme plaza, mientras el viento acariciaba su cabello, haciéndolo oscilar a su compás.

–Es rubio, como en el juego. Parece que mi cuerpo es el del juego, es un lástima que no tenga un espejo– se dijo a sí misma, mientras con las manos apartaba el pelo de sus ojos –. Esto es molesto. En el juego podía cambiar de peinado con facilidad. Tengo que encontrar algo para hacerme al menos una cola. Una trenza como la que llevaba aún sería mejor.

En el momento en que pensó en ello, una especie de hada apareció frente a ella, dejándola desconcertada. Inmediatamente, el hada se dirigió a su espalda, perdiéndose de vista. Se giró hacia ella, pero sólo consiguió vislumbrar por un momento su silueta, que parecía querer esconderse detrás, como una niña traviesa jugando al escondite.

Entonces notó que su pelo era recogido con extrema suavidad y rapidez. Se volvió a girar hacia el otro lado, vislumbrando de nuevo la figura del hada, esta vez agarrada a su cabello, y perdiéndola de vista cuando éste también siguió el movimiento de su cabeza.

Por un instante se quedó paralizada, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo, pero sólo era sorpresa. En ningún momento sintió miedo de aquella figura, tan sólo una extraña familiaridad. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que la pequeña criatura estaba haciendo. Era la misma sensación que cuando su madre le trenzaba el pelo de pequeña.

–¿¡Me está haciendo una trenza!?

Se quedó quieta, esperando, sintiendo como su pelo era hábilmente atusado. No tardó ni un minuto antes de acabar y desaparecer, tras lo cual ella cogió la trenza que llegaba hasta la mitad de su espalda y la llevó frente a sus ojos.

–Es... perfecta... como en el juego. Oye, hadita, como te llames, donde estés, ¿puedo verte?– la llamó, hablándole al vacío.

Era como llamar a un fantasma, parecía un tanto ridículo, pero el hada simplemente apareció frente a ella, mirándola con sus ojos azules y cabello rubio, atado en una trenza igual a la de ella. De hecho, parecía una copia de ella misma en el juego, aunque su piel tenía un brillo metálico.

Se la quedó mirando un rato e incluso la acarició, sin que ésta se inmutara.

–Eres como una muñeca– le dijo, pero ésta no respondió.

Tras un rato de observarla, pensó que quizás no debería tenerla allí flotando, momento en el que el hada se metió de alguna forma dentro de ella y desapareció. Aquello le parecía un extraño sueño, pero estaba segura de que no lo era.

–Si esto es un juego, ¿puedo de alguna forma ver mis estadísticas?– se preguntó en voz alta.

Y tal y como lo dijo, éstas aparecieron en su mente.

Eran parecidas al juego, incluso había una imagen esquemática de ella misma, mostrando el equipo que llevaba en ese momento. Aunque, después de haber visto al hada, ni siquiera se sorprendió.

Descubrió que era nivel 1, algo que le pareció normal, pues estaba en la zona de inicio y acababa de llegar al mundo. Lo que si le resultó extraño es que hubiera un 100 en gris junto al 1, así como la mayoría de sus hechizos y habilidades estaban así. Sólo unas pocas aparecían iluminadas.

Asimismo, sus parámetros de fuerza, agilidad y similares eran muy bajos, los del nivel inicial, aunque otros mucho más altos estaban también en gris, justo al lado.

Intentó usar uno de los hechizos grises sin resultado, y luego uno de los que brillaban, concretamente Detección de vida. Sintió entonces como si pudiera percibir toda la vida a unos doscientos metros alrededor, aunque sólo sintió la tenue aura de la hierba.

–No hay nadie– murmuró.

En el pasado, aquella zona había estado llena de nuevos jugadores y entrenadores, pero ahora sólo era un lugar vacío. Pero tampoco necesitaba entrenador, pues su profesión era la misma que en el juego, arquera druida. Posee un terrible ataque a distancia y puede defenderse a melé, además de contar con los poderes del viento y la naturaleza.

–No están– se dijo con tristeza, al mirar a una zona de sus estadísticas que estaba cubierta completamente por una espesa niebla.

Allí debían de aparecer los rostros y nombres de los animales con los que había establecido un vínculo, aquellos a los que los jugadores llamaban mascotas, y a los que ella siempre se había referido como sus hermanas. Así la habían llamado cuando habían establecido el vínculo, y así las había llamado ella desde entonces. De hecho, siempre había sentido que aquel vínculo era algo más, que realmente se sentía unido a ellas. Sin embargo, ahora ese vínculo no existía, como si se hubiera roto o nunca hubiera sido tal. O como algo peor.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al pensar en la posibilidad de que hubieran muerto. Apretó los dientes, negándose a aceptar esa posibilidad, intentando convencerse de que estaban vivos, de que las encontraría.

Y no eran los únicos a los que quería encontrar. También estaba un elfo al que había salvado en el pasado, en una misión única, un elfo al que había visitado muy a menudo en el juego. Enrojeció levemente al pensar en aquel amor imposible que nunca había olvidado.

–¿Podré volverlo a ver? ¿Me recordará?

No tenía respuestas para ello, aún no. Para buscarlas, tenía que familiarizarse con aquel mundo, quizás incluso ser capaz de luchar. Y para ello necesitaba armas. El problema es que los entrenadores que debían proporcionárselas no estaban.

–¿Quizás...?

Sólo pensó un momento en ello y un inmenso espacio apareció en su mente, mostrándole todos los objetos que estaban en su inventario. Sin dudarlo, escogió un arco y unas flechas nivel 1 que había guardado tiempo atrás como recuerdo. Nunca había tirado nada. Ni siquiera se planteó escoger las de nivel más alto o probarlas, asumiendo sin dudarlo las reglas del juego.

Con el arco en la mano y las flechas en un carcaj a su espalda, bajó la cuesta hacia la plaza abandonada.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora